Tu Nadie

Capítulo 36

Asya

Todavía no entiendo cómo acepté este viaje. Tal vez la razón esté en una confianza excesiva. Aunque, antes, nunca me había considerado ingenua. Creo que mi confianza se limita únicamente a las promesas y argumentos de Ni… de Timur. Aún no me acostumbro. Pero este nombre le queda mejor, no hay discusión, sobre todo si lo comparo con las opciones que yo misma le había puesto antes.

Dos días pasaron volando, como un avión de papel sobre París. Afuera, la carretera cubierta de nieve, casi vacía, apenas unos coches se cruzan en nuestro camino. El momento perfecto para sumergirse en recuerdos y analizarlos.

El domingo me llevó a mi trabajo… a presentar la renuncia. Lo recuerdo y me da risa. ¡Deberían haber visto esas caras! Todos, desde Marina Fiódorovna hasta la recién estrenada camarera Ulka, buscaban en mi aspecto ese “algo especial” con lo que había atrapado a semejante hombre. En sus miradas se leía lo mismo: envidia, pura y descarada envidia. Masha fingió no conocerme y luego, dándose la vuelta, salió corriendo como si yo la hubiera ofendido. Las camareras cuchicheaban, lanzando miradas evaluadoras, unas a mí, otras a Timur. Incluso el barman, que sé perfectamente que es heterosexual, me regaló una mirada soñadora y pensativa…

—¿Así que de verdad te vas? ¿Ni siquiera trabajarás hasta la baja por maternidad? —Marina Fiódorovna fingía preocuparse por mí. Estoy segura de que, en el fondo, estaba encantada: menos problemas, vida más fácil.

—Sí, Asya se va —respondió Timur por mí, antes de que pudiera abrir la boca.

—¿Y ustedes cómo…? —intentaba formular la pregunta correcta, debatida entre la curiosidad y una falsa preocupación—. ¿Dónde van a vivir? ¿Aquí o…?

—Ya lo resolveremos —cortó Timur con firmeza—. ¿Esto es todo lo que tiene que firmar?

—Sí… parece que sí —revisó los papeles—. El pago final será el lunes, ya sabe, la contabilidad trabaja de lunes a viernes.

—Lo sobreviviremos —Timur se levantó, me tomó de la mano como a una niña y me condujo hacia la salida—. Suerte —soltó al final.

—Adiós —alcancé a decir antes de que la puerta se cerrara. Por alguna razón me vino a la mente una comparación extraña: yo era como Puerquito, al que Winnie the Pooh llevó de visita a Conejo. Desde fuera parece gracioso. En esta situación no hay lugar para bromas, y sin embargo me da risa; tal vez sean las hormonas. O quizá una reacción defensiva tardía del cuerpo frente al estrés, que busca analogías con personajes de cuentos para que todo no parezca tan triste y doloroso… Mmm… ¿y por qué no me imaginé como Cenicienta?

Y otra vez, el pasillo común, las trabajadoras asomándose desde distintas habitaciones, miradas evaluadoras y… envidia.

Pero yo no me envidio a mí misma… Cómo me gustaría que en mi vida todo fuera como en la de la gente normal. Un buen chico, aunque no rico, pero trabajador; que hubiera romanticismo… amaneceres y atardeceres juntos, boda, planear un hijo, criarlo… Y al final, salió como salió.

Siento la mano cálida de Timur, lo miro de reojo… guapo, adulto, inteligente, con él no da miedo y sí, tengo sentimientos por él. Y por eso dolerá más si todo no sale bien. Aunque, ni siquiera sé cuál es ese plan.

Me quedé tan pensativa y embelesada que no miré al suelo y tropecé en plano. Timur me apretó más fuerte la mano y me sostuvo con la otra.

—¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal? —me mira preocupado a los ojos.

—Solo tropecé, nada grave.

—Alegría mía, mira al suelo y no a mí —vaya… nada se le escapa—. ¿Vamos a tu casa o a cenar a algún sitio?

—No quiero ir a ninguna parte. Quiero dormir. Últimamente he dormido poco, mi sueño es simplemente descansar.

—Entonces pasamos por la tienda y vamos a tu casa, ¿de acuerdo? —¿y qué me queda? Solo asentir.

Y aquí surge otra preocupación: dormir juntos en la misma cama, o mejor dicho, en el mismo sofá. Por alguna razón esto me pone nerviosa… Aún no entiendo si es porque me contuve para no acurrucarme contra Timur, o porque temía que él no se acercara a mí… Quizá mi estado actual lo aleje como hombre… Aunque, ¿qué estoy pensando? Él vino a ver a una chica y encontró a otra, completamente cambiada, y seguramente no para mejor.

Y la guinda del pastel para mi frágica psique: él está casado. Ni siquiera puedo imaginar qué circunstancias tendrían que darse para que yo pudiera aceptarlo y comprenderlo. Eso es una barrera indiscutible, y si lograré superarla o no, es otra cuestión.

El lunes fuimos a mi ginecóloga, recogimos mi cartilla de embarazada y, al final, Timur arregló con ella un parte de baja médica. Ella misma lo abrió, se comprometió a prolongarlo con solo una llamada y, al cerrarlo, lo llevaría al instituto. El dinero hace milagros.

—Solo que no podré mantenerla en tratamiento ambulatorio más de dos o tres semanas, después debo derivarla a hospitalización —explicó la doctora.

—No necesitamos más —Timur desentonaba por completo en ese consultorio, parecía un objeto extraño, imposible no notarlo. El hospital no se renovaba desde hacía al menos diez años: pintura descascarada, linóleo gastado, muebles centenarios… y allí estaba él, lleno de tatuajes, anillos extraños en los dedos, ropa de moda… como un saludo del futuro en nuestro pasado raído.




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