Timur
Intento hablar en voz baja para no despertar a Asya, pero con Raisa es muy difícil mantener la calma.
—Raisa Maksimovna, ¿puede arreglárselas sin mí? Tengo planes… —ella parlotea como una vieja lavadora. Solo entiendo que hay que firmar unos papeles importantes, de lo contrario no nos darán la licencia—. Está bien, Ráya, tú hasta a un muerto lo levantarías, voy para allá.
Cuelgo el teléfono y doy un sorbo a mi café de la mañana.
—Puaj, ya está frío… qué porquería —tiro lo que queda en el fregadero.
—¿Por qué refunfuñas? —oigo la voz de Asya detrás de mí.
Me giro. Está de pie en el marco de la puerta. No me creo que esté aquí, conmigo… es como un sueño de cuento. Y temo despertar.
Me acerco y la abrazo. Es tan… tan… irreal, un poco despeinada, somnolienta, pero tan deseada que apenas logro contenerme. Sé que necesita tiempo, y sobre todo respuestas a sus preguntas. Sin ellas, nuestra relación no podrá avanzar.
—¿Cómo dormiste?
—Tu colchón es realmente muy cómodo. —Vaya, recuerda mis charlas… eso significa que le interesaba escucharme y hablar conmigo.
Un calor agradable me llena cada célula del cuerpo. A su lado quiero vivir… avanzar, porque ahora no solo la tengo a ella, también al niño, por quien estoy dispuesto a mover montañas.
—¿Lo recuerdas…?
—Lo recuerdo todo con tanta claridad, como si hubiera sido ayer. ¡Entraste en mi vida como un huracán! Era imposible no notarte, créeme. —Asya se aparta un poco y me mira con picardía.
—No sabes cuánto me cuesta dejarte ahora —pongo cara de culpable.
—¿Te vas?
—Tengo que pasar por el trabajo. Solo será ida y vuelta. Hay que firmar algo urgente.
—Pero dijiste que habías vendido tu negocio… —en su mirada se cuela desconfianza y recelo.
Todas las emociones de Asya me resultan transparentes. Es joven e inexperta, además no es una mujer acostumbrada a manipular ni a fingir, por eso todo lo que piensa y siente se refleja en su rostro, en sus gestos, en sus actos. Eso es lo que tanto me faltaba en la vida: una chica con la que no tenga que romperme la cabeza como con un rompecabezas. Ya tuve bastante con Taia, con su carácter complicado y sus manías. Antes me atraía el misterio, lo enigmático, lo no dicho, lo ambiguo… En fin, era un idiota, lo reconozco. Con los años aprendí a valorar la sencillez y la claridad.
—Ya monté uno nuevo.
—Qué rápido eres… Para ti todo es tan sencillo.
—Asenka, cuando tienes dinero y puedes organizar no solo tu vida, sino también la de los demás, todo encaja. Eso llega con la experiencia y los años vividos.
—Después de tus palabras me siento como una cría tonta.
—No eres tonta, y la juventud no es un defecto. —La beso suavemente en los labios, tanteando hasta dónde puedo llegar. Asya al principio responde, pero luego, como si recapacitara, gira la cara y finalmente se suelta de mis brazos, alejándose hacia la ventana.
—¿Cuándo iremos a… bueno, ya me entiendes?
—Hoy. No pienso posponer la solución de este asunto. Estaré en el trabajo como mucho una hora, hora y media, así que ve preparándote. Y estate lista para entonces, ¿de acuerdo?
—De acuerdo…
Para mi sorpresa, llegué al nuevo despacho bastante rápido, sin atascos. Seguramente todos los demás ya habían llegado a sus puestos, dejándome la carretera libre.
Abro la puerta de la recepción y… me quedo helado. Sveta no está, pero de inmediato me topo con la perturbadora presencia de Raisa y, junto a ella, el jefe de seguridad de Knyaz.
—¿Algún problema? —pregunto bruscamente desde la entrada.
—No, no, Timur Olegóvich, lo ha entendido mal —empieza a parlotear Ráya—. Tosha vino a verme… por un asunto personal. —Y se sonroja de vergüenza como una colegiala.
—Ah… ¿se avecina una amistad de organismos? Entonces está bien… —le tiendo la mano al gigantón—. Encantado de verdad. ¿Qué tienes para mí? —de inmediato cambio la atención hacia Raisa.
—Pasemos a su despacho, tengo mucha información. ¿Hasta la tarde? —Raya se vuelve hacia Tosha. Y está tan… tímida y dulce… nunca la había visto así. Y ese tipo la mira con devoción a los ojos, asiente, le besa la mano y se marcha.
—¿Qué fue eso? —pregunto en cuanto la puerta se cierra tras él.
—Lo nuestro son sentimientos. ¡De verdad que es genial!
—No es de mi gusto, así que me cuesta opinar.
—¡Entre nosotros saltó una chispa enseguida! ¡No! ¡Como un rayo que me atravesó! Y…
—Vamos sin detalles, vayamos al grano de nuestros problemas —me giro y entro en mi despacho nuevo, aún oliendo a pintura fresca.
Asya
Timur se arregló rápido y, tras besarme con pasión, desapareció tras la puerta de entrada.
¿Cómo comportarse en un piso ajeno?
Me quedé paralizada unos segundos, mirando fijamente la puerta cerrada. Supongo que lo correcto es arreglarme: lavarme, vestirme y desayunar. Sí, eso haré.
#1524 en Novela romántica
#478 en Novela contemporánea
diferencia de edad, protagonista dominante, protagonista inocente
Editado: 15.12.2025