Tu verdadero nombre

CAPÍTULO 5

Lo que creí que sería una pequeña siesta al cerrar los ojos para descansar un poco, se convirtió en el sueño de toda la noche. Desperté porque la luz que entraba a mi habitación por la cortina era demasiado fuerte para lo que mis párpados podían protegerme. Me rugía el estómago; evidentemente lo que cené la noche anterior no fue lo suficiente como para que mi estómago estuviera satisfecho. Eché un gran bostezo y me di cuenta que tenía algo en la mano; el papel de Ana con un número de teléfono. Lo dejé cuidadosamente en el buró al lado de mi cama, me levanté al baño para espabilarme un poco, y regresé a mi lugar de descanso para tomar mi celular con una mano y el papel de Ana con la otra. ¿Por qué me habrá dado su número? Tal vez le caí tan bien que esta es su manera de decir que somos oficialmente amigos. ¡Me alegro mucho! Es un alivio saber que no arruiné nada el día de ayer con ambas. De hecho, es una sorpresa que no haya arruinado algo. Conociéndome, las probabilidades de haber cometido alguna tontería que me privaran de mis nuevas amistades eran bastante altas. ¡Pero este número en el papel simboliza lo bien que lo hice! Aunque… ¿Por qué Ana habrá dicho que este papel era un secreto y que no se lo enseñara a Ada? Seguramente Ada tiene el número de Ana, entonces no tendría sentido que fuera un secreto, mucho menos una sorpresa.

No entiendo mucho a las mujeres, pero no importa, algún día lo haré.

Desbloqueé mi celular para poder ingresar el número de Ana y, así, guardarla en mis contactos. Me hacía mucha ilusión tener a nuevas personas en la lista de mi celular. De hecho, este aparato me lo compró mi hermano hace algunos años, antes de irse, como regalo de cumpleaños. Desde ese entonces, solamente había tenido en mi lista de contactos a mi papá, mi mamá y mi hermano, ¡y ahora por fin se incrementó el número un poquito! Creo que me estoy emocionando más de lo que debería, pero es imposible no estarlo. ¡Mi lista de contactos casi se duplicó de un día para otro! Me siento tan popular ahora.

Sin darme cuenta, la batería de mi celular estaba por extinguirse. Me apresuré a extraer el cargador que tenía guardado en mi mochila y lo conecté a la corriente. Mi estómago me seguía rugiendo, así que, con muchísimo valor, le mande un mensaje a Ada y otro a Ana con un simple «Hola, soy David». Después de hacer esto, y para liberar un poco esta tensión mañanera, lancé mi celular a la cama y fui a la cocina para prepararme el desayuno.

No esperaba algo diferente, pero, como siempre, la casa estaba en solitario. Mis padres trabajan hasta en fines de semana, y a mí me toca sobrevivir por mi cuenta, así como apoyar de vez en cuando en las labores importantes de la casa como el lavado de la ropa o la higiene de las habitaciones. Abrí el refrigerador y me percaté de que estaba lleno de comida cuando la noche pasada estaba casi vacío. No me di cuenta, pero parece que mis papás abastecieron la casa mientras yo dormía encerrado en mi habitación. Al menos nunca dejan de cumplir su parte como los que aportan el dinero a la casa, por eso yo no dejo de cumplir la mía. No pude evitar pintar una gran sonrisa en mi rostro cuando vi que habían comprado mi leche favorita; puede que no sea importante para muchos, pero esos pequeños detalles son los que a veces me hacen recordar que a mis padres les importa mi existencia, aunque sea un poco.

Me serví cereal en un tazón, y me lo terminé en poco tiempo. Tengo esa mala costumbre de que, cuando tengo hambre, engullo todo a mi paso como si fuera un pato y dejo atrás la elegancia o los modales. Lo malo es que, cuando hago eso, me termina doliendo la panza y me da mucho sueño. Por mera inercia, recogí el plato y lo dejé en el lavavajillas para después. Me estiré para acomodar los huesos que faltaban posicionarse en su lugar y regresé a mi habitación.

La sorpresa fue grande cuando, desde lo lejos, pude visualizar cómo la pantalla de mi celular estaba prendida. Eso sólo podía significar dos cosas: o la batería estaba al máximo o me había llegado algún mensaje. Lo más obvio sería la segunda opción porque apenas había conectado el celular, pero al revisarlo, el impacto fue doble. ¡Tenía dos mensajes! Y de diferentes personas. Ada y Ana me contestaron bastante rápido, no me tardé nada desayunando. O quizá esa era la velocidad normal de respuesta… No lo sé, nadie me había mandado mensajes como ahora.

Con un poco de sudor en las manos debido a un pequeño sentimiento de nerviosismo, me decidí en contestarle a ambas. Lo curioso eran sus mensajes: «¡Holaaa! ¿Dormiste bien?» fue lo que ambas me escribieron en sus respectivas conversaciones. Era el mismo mensaje, sin una diferencia marcada. Creí que mi celular no servía bien, ya que era un modelo algo viejo, pero luego recordé que ambas son amigas muy cercanas y posiblemente hayan adquirido con el tiempo la costumbre de saludar de una manera similar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.