Tu verdadero nombre

CAPÍTULO 8

El suelo iba cambiando poco a poco con cada metro que avanzaba y, por un momento, creí que me había perdido entre la inmensidad de los jardines dentro del Parque Toboni. No obstante, un gran árbol de flores moradas me recordó en dónde estaba y hacia dónde me dirigía.

En el pasado, cuando mi hermano todavía vivía con nosotros, me trajo por este mismo camino alegando que era un «camino secreto a la felicidad». De hecho, lo acompañé justo por estas épocas en donde las flores estaban más hermosas y relucientes que nunca. Él siempre se esforzaba en enseñarme las cosas bonitas de la vida, y yo siempre lo seguía con gran devoción, sin cuestionarle nunca nada. Mi veneración hacia mi hermano era tanta que no fui capaz de decirle lo mucho que lo iba a extrañar aquel día cuando se retiró de nuestro hogar para buscar el éxito a su manera en un mundo tan grande que nunca fui capaz de entender a esa edad. Vine a este parque, tomamos este camino, me explicó que por aquí era el «camino secreto a la felicidad»… Justo un día antes de que él partiera. Quizá me quería dejar un mensaje, una señal tan simple que no entendía en su momento, pero que ahora cobraba un gran sentido. El camino secreto de la felicidad no era el camino en sí, sino hacia dónde me llevaba. Siento que él tenía conocimiento de que todo esto iba a ocurrir, y decidió guiarme antes de que no pudiera hacerlo más. Muchas gracias, te debo una.

Al final de la senda, de aquella calzada que yo había considerado como un lugar mágico y secreto, se encontraba un gran lago. Ya había olvidado por completo cómo se escuchaban los graznidos de los patos que nadaban con tranquilidad de un extremo al otro del majestuoso lago, el cual poseía el agua más clara y transparente de todo el mundo. Por cosas del destino, o posiblemente por mera ciencia, un colorido arcoíris nacía desde el centro del lago, como si fuera la señal de que en su interior se escondía un secreto resguardado por alguna criatura mágica. El olor a naturaleza era más fuerte; más concentrado. Bastaban con pocos segundos para que tu cuerpo se relajara por completo y entrara en un estado de tranquilidad que te hacía olvidar todos tus problemas.

A pocos metros de mí, y mirando hacia el lago, se encontraba una banca de madera que parecía no sufrir de los efectos de la humedad; siempre estaba tan bien cuidada. La zona estaba totalmente aislada del resto del parque, por lo que no era raro ver que no había ni una persona en las cercanías, pero pude reconocer que, en aquella banca, yacía sentado un ser humano; una chica. Era la única persona, además de mí, en ese lugar mágico del lago. En este camino secreto a la felicidad.

Me acerqué con sigilo y, sin pedir permiso, me senté a su lado.

  • Siento mucho que hayas visto esa pelea.

  • No debes disculparte -respondí sereno-, fue mi culpa. No sabía que iba a pasar algo así.

  • ¡NO! -gritó con sorpresa, pero volvió a tranquilizarse- Tú no tienes la culpa de nada, por favor no pienses eso.

  • Bueno, entonces digamos que nadie fue culpable de lo que pasó -sonreí con la mirada hacia el horizonte-. Solamente… Ocurrió.

  • Ocurrió… -su voz suave me hacía feliz; no me había fijado en lo feliz que me hacía.

  • Sabes, soy un chico muy distraído y no conozco muchas cosas de la vida -empecé-. He estado en solitario desde que mi hermano decidió vivir su vida. Me quedé sin mi tutor, sin mi ejemplo a seguir, sin mi compañero… Me quedé sin mi único amigo. No es algo que me haya afectado demasiado, pero en verdad hay muchas cosas que no entiendo o que desconozco de la vida.

  • Lo sé, eres una persona muy exótica con tus amigos -me respondió.

  • Bueno, podrías decirlo así, ¡pero no es mi culpa! Es imposible evitar actuar de manera inusual cuando todo lo que he aprendido de amistad recientemente ha sido gracias a nuestro encuentro.

  • Fue casi… Como un milagro, ¿no crees? Como algo que no estaba destinado a suceder, pero que sucedió. Una conexión que parecía imposible.

  • Un milagro… -repetí- Justo así me siento. Toda mi vida la pasé sin nadie a mi lado, y ahora todo esto es…

  • Un milagro -me respondió.

  • Sí, eso. No encuentro otra palabra.

  • Un milagro… -repitió, pensativa- ¿Te imaginas cómo serían nuestras vidas si nunca nos hubiéramos conocido en aquel momento? ¿Eso seguiría siendo un milagro?

  • No quiero ni pensarlo -dejé escapar una bocanada de aire, casi melancólica-. Siendo sinceros, has sido el único milagro que necesitaba en mi vida -expresé con gran naturalidad, ni siquiera tuve que pensarlo antes de decirlo-. No tienes qué pensar en lo negativo, en lo que no sucedió. Las cosas pasaron, y ahora estamos aquí.




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