Tus Lemas

PRÓLOGO

Apenas había comenzado la noche y la molestia que siento en mis pies comienza a manifestarse, siendo cada vez más notoria y perceptible. De no ser porque sería una de las mejores fiestas, o la mejor del año, quizá, estaría con mis clásicas zapatillas desgastadas pero cómodas. O hasta descalza. Consideré notablemente qué ponerme y qué no, pero la insistencia de mi mejor amiga había logrado dar de lleno con mi aceptación costosa ante el tema.
—Agradezcan que estamos yendo temprano, porque dijeron que podrían dejar gente afuera de tantas universidades que invitaron. ¡Vaya! No me quiero imaginar lo que va a ser ésto.. —dice Stace a mi lado, sin parar de hablar, mientras Chad conduce sin querer voltear y con vista fija a la carretera—. Despídete de encontrar estacionamiento fácil, o estacionar por algún lugar cerca.
—Ya estás arrepintiéndote de venir manejando.. —advierto a mi amigo, quien hace una mueca como si llorara. Ambas nos reímos por su expresión un tanto dramática, pero ajustada a las circunstancias dadas.
Efectivamente fue así. Lo que había anticipado mi amiga no había fallado para nada. Si bien nos demoramos lo suficiente para dar con un lugar lejano al que hacían la fiesta, y de estar más de quince minutos dando vueltas para encontrar un lugar en donde dejar el auto, fue haberlo dejado a veinte cuadras. Veinte tortuosas cuadras, en donde mis pies no iban a durar mucho más, con estos tacos de excesivos centímetros apenas cómodos pero convenientes. Incluso considero sacármelos por segunda vez en la noche, a medida que incremento el paso, pensando cuánto tiempo podría resistir y suplicando a que no me molestaran tanto al finalizar aquí. Soy consciente de mi pensamiento errado a la primera en la que lo considero, sabiendo a cuestas las pocas probabilidades de estar en lo cierto. Había dudado en qué ponerme, sí, pero ahora, con mis pies tambaleando y mi cuerpo ansioso, advierto que en la próxima ocasión no haré caso de lo que sea que quieran convencerme y traeré puesto lo que se me antoje. No dejaría de lado a mis zapatillas más que favorables. 
—Ya casi llegamos —me alienta Stace.
—Qué bien. Difícilmente aguante si sigo así —expreso mientras me quejo, provocándoles un par de sonrisas. Caminamos un par de metros más y escuchamos la música proveniente de la quinta, a la que el comité de estudiantes había alquilado semanas atrás para organizar la fiesta. Estaba tan concentrada en maldecir los zapatos que traía, que no me había percatado de lo grande que es el lugar frente a mis ojos. Una quinta gigantesca, con pasto alto y parlantes estruendosos en cada esquina, reflejados en la entrada principal en donde el pasillo de ésta guiaba a todo el tumulto de gente a entrar, animándolos e incentivándolos con el aire festivo que mostraban. Busco la mirada de mis amigos y se encuentran igual de estupefactos, absortos en la inmensidad del lugar.
Apenas entramos, notamos el salón gigante transformado en una pista de baile con distintas luces de neón alumbrando. Algunas hasta apagándose y prendiéndose continuamente, dando lugar a un deje de los ochenta. Delante de mí, a tan solo escasos metros, doy con una barra larga al fondo, ocupada casi en su máxima capacidad. Personas entretenidas, inmersas en conversaciones divertidas y con sus bocas abiertas, dispuestas a reírse de lo que fuera. A tan temprana hora, el lugar comenzaba a llenarse. No quería imaginar hasta qué punto alcanzaría luego de un par de horas, de seguro tan rebalsado que apenas caberían los suficientes. Mis dos mejores amigos parecen pensar lo mismo que yo, porque por unos segundos cruzamos miradas coincidentes. De esas miradas cómplices, que hasta se te escapa media sonrisa sin notarlo.
La noche recién inicia, y sé cuánto está por venir.
Había escuchado conversaciones de esta ocasión varias veces. De lo que posiblemente sería, qué contratarían, y cómo se desarrollaría a medida que las horas aumentaran y la gente llegara. Se había hablado de una fiesta de despedida de cursada de un par de universidades, pero tenía que ser idiota si considero la cantidad de gente presente por el momento. La capacidad del lugar es tan grande como la de los comités de cada una de las facultades que participaron. Stace me agarra del brazo y me hace seguirla hacia la barra arrastrándome consigo. Me asombro de la cantidad de bebidas al ver las botellas apoyadas en la barra espaciosa. Dudo de hasta que un bar posea el mismo número. Estantes repletos, vasos llenándose, gente acercándose a pedir más.
Las risas contagiosas y la música fuerte se mezclan con intensidad, al igual que los pasos de baile entre la gente que aumenta a medida que los minutos corren. Los tragos se convierten en lo único que a la gente le interesa y dejo de llevar la cuenta, casi imposible de mantener, a medida que veo a quienes sirven a punto de rebalsar. Mi amiga me extiende otro vaso lleno hasta el tope y sonrío divertida cuando el suyo choca contra el mío, a punto de derramarse. Hacemos fondo de ambos como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, y los apoyamos contra la mesa de la barra para alejarnos del alboroto de personas allí presentes e ir hacia la pista.
Ésta sería la mejor fiesta del año. O por lo menos, de lo que queda de él.
—¿Vamos a buscar otro trago? —grita Stace para que la escuche.
—De acuerdo, pero es un lío de gente. ¿Quieres que vaya yo? Antes de que todo esto explote más —le pregunto y ella asiente de acuerdo, dando paso para que así fuera—. Genial, ¿vodka?
—Si eso es lo más fuerte —se burla ella con picardía. Una común en Stace. Entre risas por lo que ha dicho, voy en búsqueda del sector más poblado de la quinta por el par de tragos, y aprovecho mi tamaño para escabullirme entre las personas presentes, para así poder lograr entrar a la zona más próxima del inicio de la barra.
Le pido los tragos a un chico cercano a mi edad, que parece aturdido por el bullicio del lugar, caminando en el pasillo esquina a esquina. Me observa suplicante para que repita lo que he dicho, porque muchos grupos se acercan a pedir y un par de gente sigue reclamando el suyo. Cuando repito lo que he pedido, asiente y se va en búsqueda de lo que ordené, junto al resto de los que tenía anotados, y espero allí a que me los entregue. Recuerdo lo que dijo Stace, y al parecer, todavía mantengo la sonrisa que formó mi mejor amiga hace instantes, o hasta me río sin darme cuenta, porque uno de los chicos a mi lado se percata de la mueca que sostengo.
Se encuentra sentado, con un vaso lleno y una de sus manos sosteniendo el celular. Lo guarda al ver que tengo su atención y antes de pensar en decirle o no algo, se adelante para incitar a una conversación.
—¿Algo gracioso para compartir? —pregunta burlón.
—¿Acaso una no puede estar alegre? —contraataco, y él me dedica una sonrisa alarde.
Trato de mirar a la barra esperando por lo que pedí, aunque no puedo evitar mirarlo de reojo ante la intriga inusual que me incumbe. Parece no notarlo, o por lo menos al principio. Sé que disimular no es una de mis principales habilidades, o algo por lo cual destacarme. Él lleva una camisa ajustada, resaltando y ensanchando todavía más su espalda varonilmente esculpida. No me dejo llevar por sus ojos alucinantes, aún más claros por el efecto de la luz arriba nuestro. Me distraigo al ver cómo me alcanzan los dos vodkas que había pedido hace unos minutos y le agradezco una vez que los agarro dispuesta a irme. Estoy a punto de voltearme y de dejarlo sin más que decir, cuando escucho nuevamente su voz, grave y deleitante, aún con toda la música sonante.
—¿Vienes acompañada? —escucho que pregunta, mientras se para del banco en el que estaba. Lo hace con rigor. Distingo su altura real por primera vez, una que, me percato, es bastante considerable.
Proceso su insinuación por un instante, pero advierto su vista fija en mis dos manos ocupadas por los vasos que no eran únicamente para mi. Cuando noto a qué se refiere, me encojo de hombros y le explico.
—Con unos amigos. Uno de éstos vasos es para una de ellos —él asiente, y lo miro por un momento. Su mirada es penetrante, y por alguna razón me hace sentir fuera de mi. Agradezco que el líquido todavía no me traspasó y puedo mantenerme firme y tiesa, de lo contrario, su miraría acaparía cada poro de mi cuerpo y me haría flaquear. Me aclaro la garganta para evitar aquella sensación—. Bueno, nos vemos por ahí..
Sonó más a duda que a un torpe intento de despedida. Grandioso.
—Seguro, nena —me guiña el ojo y lo dejo detrás de mi, alejándome mientras me acerco a la pista buscando a mi amiga. A quien deseo ver con urgencia luego de éste episodio. No tardo mucho en localizarla a lo lejos, bailando con alguien que me es difícil reconocer, aún más estando a distancia. Está tan compenetrada que decido dejarla unos minutos más y me divierto al ver cómo mueve su cuerpo ansioso.
Trato de hacerle señas y cuando me ve, levanta la mano para que me acerque. Tomo un sorbo de mi vaso mientras me acerco a Stace y al grupo con el que está, haciendo que me entere acerca de la procedencia de aquel chico con el que bailaba hace minutos atrás. Resultó ser uno de los que cursa en la misma universidad que ella.
La hora sigue pasando, la música es cada vez más alta y la cantidad de personas aumenta. Siento que cada segundo que pasa me es útil para alocarme al ritmo de los demás. No podía permitirme privarme de nada esa noche, necesito soltarme como no lo hacía hace tiempo. Y así estuvimos un rato largo, tomando cada vez más, y bailando al compás de cada tema que decidían pasar. Incluso aquellos que apenas conocía, o difícilmente reconocía. En cierto punto diviso a mi mejor amigo, Chad, apareciéndose con paso elegante hacia nosotros, sosteniendo una bandeja repleta de shots servidos hasta el tope. Todos aplaudimos al verlo llegar con ellos.
Aunque no duraron más de cinco minutos.
La poca consciencia que me queda antes de casi perderla por completo me hace replantearme si realmente debía continuar tomando, hasta que observo a todo mi grupo riéndose a carcajadas de cosas sin sentido y moviéndose sin parar. Tan alcoholizados que ni siquiera se logran mantener estables y en pie, tambaleándose entre sí. Por la movilidad retrasada y mis pasos torpes, advierto que probablemente luzca igual de ridícula que cada uno de ellos que me rodea. Los pequeños vasos de shots aparecen vacíos hasta que la bandeja se llena y nada queda. La ronda de tragos ya había finalizado y solo significaba una cosa. Nuestro estado alegre y festivo se refleja en nuestras risas cargadas de humor con nuestros cuerpos dispuestos a unirse a la fiesta que, para nosotros, apenas comienza. Una la cual nos hace movernos al compás de las canciones por encima nuestro, divertidos y predispuestos.
—Vamos al patio a tomar aire, ¡hace mucho calor! —propone a gritos Stace y nadie protesta.
Ni siquiera me importa la cantidad de gente acumulada que hay cuando salimos. Me pongo a bailar de forma loca y estúpida con mi amiga, llamando la atención de más de un par. En una situación paralela, me habría dado hasta vergüenza de mi misma por dejarme llevar tan fuertemente por la música. Pero en ese momento, en donde hasta desconocidos te saludan y tratar de coordinar los pies se vuelve primordial para aunque sea mantenerte y seguir el hilo de la música, me permito ser yo misma. Yo, y todos los que nos encontramos aquí. La diversión entre gente agradable podía lograr ser uno de los momentos más placenteros en donde uno añoraba tenerlos.
—¡Feliz cumpleañossssssssss, Audreyyyyyyyyy! —escucho gritar a mi amigo un tanto borracho, con su tono cómico, y lo único que hago es reírme. Reírme fuerte, carcajeando incluso hasta que me duele la panza al escuchar cómo canturrea la canción luego de la cuenta regresiva por mi día.
De repente todo el grupo con el que me encuentro comienza a cantarme, con mi nombre al pie de la letra.
O, bueno, lo que en ese momento les sale. Mi nombre deforme o poco acertado es lo que escucho en las voces ahogadas y perdidas en el alocohol. Me encuentro tan ebria que ni siquiera me sonrojo cuando me convierto en el centro de atención y gente desconocida se acerca a saludarme. En otra instancia, habría estado completamente espantada por toda la ponderación de personas acumuladas llamándome. Les sonrío a cada uno de los que vienen a abrazarme y mi amiga estalla en risas detrás mío cuando nota que apenas conozco a un par y la observo cómica.
—Te están comiendo viva, Audrey —nota Stace, quien se encuentra a mi lado señalando con la mirada hacia la izquierda con poca diplomacia pero con su tono satisfecho.
Cuando miro, trato de distinguir a quién se refiere. Y lo reconozco luego de un par de segundos sabiendo cuán inconfundible me resulta aún encontrándome en éste estado tan poco lúcido. Es aquel chico de la barra. Está con dos chicos más cerca nuestro, e incluso hubiera jurado que se habían unido al canto de feliz cumpleaños de hace un momento atrás. Él me sonríe y sin más, dejo de bailar y me acerco sin siquiera saber por qué. Cuando llego, los dos que están con él se van, dejándome a solas con.. ¿me había dicho su nombre acaso?
Recibo una sonrisa incitante y ensanchada de su parte al posicionarse en frente mío.
—¿Con que.. cumpleaños feliz, eh? —me dice, soltando una leve carcajada.
—19 años —digo orgullosa.
—Entonces, feliz cumpleaños...—deja pendiente a que le diga mi nombre.
Y lo hago.
—Audrey.
—Aaron —responde sin vueltas mientras sigue mirándome de forma escultural.
Quiero creer que su nombre es lo que me ha dejado desconcertada, pero es él quién lo hace. Su camisa arremangada por los codos, e incluso algo arrugada, lo hace ver mucho más atractivo ante la luz clara que se presenta en el sector en el que estamos. Sus ojos firmes sobre mi no se han movido siquiera un poco. Probablemente, los míos tampoco.
No hasta diez segundos más tarde en los que escucho gritar a mi amiga de forma eufórica mi nombre, desviado mi atención hacia ella algo aturdida.
 —¡Audrey, ven a jugar!  ¡Y tú también! —dijo ésto último refiriéndose a Aaron, pero él niega con poco interés en lo que ella propone a distancia.
—Qué va —suelto, encogiéndome de hombros y dirigiéndome hacia ella.
Llego hacia su lado y observo la ronda que se ha armado cerca de la pileta, con la gente soltando carcajadas y algunos hasta bebiendo. La gente comienza a hacer lugar para los que seguían llegando. Aprovecho para agarrar del brazo a mi mejor amiga y así quedarnos juntas ante éste juego que apenas reconozco porque siento cómo me da vueltas la cabeza por el rápido movimiento de sentarme. Me estabilizo y Stace me sigue.
 —¿Tengo que explicar el juego o aquí todos lo saben ya? ¿Su borrachera no les permite acordarse ni de esto? —dice alguien, señalando la botella en el medio, mirando a todos los que nos encontramos en el lugar—. Se gira, y los que coincidan punta y punta deben besarse. O hasta podríamos hacerlo más caliente luego..
Un par de carcajadas resuenan en el lugar, incluso la de mi amiga.
  —Que empiece —suelta entonces.
Y así lo hizo.
Al principio, la expectativa era más grande que la que se tornó luego de unos minutos. Era imposible que siquiera le sea posible a cualquiera de los que se encontraba presentes, besarse con alguien que le resultara conocido, la gente era tanta que a nadie le había tocado repetir. Cuando llega hasta mi, la botella gira y se frena luego de una larga expectativa que hasta casi se torna densa. Quien me ha tocado al menos es atractivo pero mantiene su rostro apagado. Su falta de emoción no me interesa mucho en mi estado de borrachera, sumada a la impaciencia que tenía acumulada. Espero el beso apasionado que llevo deseando tener con alguien desde hace rato, pero sigo esperando algo que apenas llega a serlo por asomo. Un beso de apenas un roce, sin movimiento y fuerza. Me ha tocado el más lúcido de los presentes. Así que, cuando la botella vuelve a girar, me paro y voy por un trago urgente. Tanta espera para haber terminado en un simple y corto choque de labios con alguien me exasperaba.
Aprovecho que en la barra no hay tanta gente para quedarme ahí sentada un rato, tomando de a sorbos lo que había pedido hace minutos y jugando con mi celular, uno que ya está muriendo porque la batería comienza a agotarse con rapidez. Lo guardo en el bolsillo al mismo tiempo en el que me percato de la presencia de quien tengo frente a mi. Si sola y simple silueta es familiar. Aquel chico, Aaron, se encuentra con postura firme y serena mientras imita el movimiento de uno de mis brazos para acercar el vaso a mi boca y darle un buen trago que termina por acabar lo que quedaba dentro. 
 —¿Tan aburrido fue eso? —me dice él, con su voz aún más gruesa. Más potente.
 —Como la mierda —confirmo sincera mientras le extiendo el vaso que tengo y lo apoya junto al suyo en la barra cada vez más vacía. Me quedo mirándolo un instante más antes de continuar—. De todos los borrachos que había, me toca el que no tomó ni una gota. ¿Cómo puede ser que alguien no lo haga? Creía que todos estábamos igual.
Alza una ceja, curioso. Me observa unos segundos y se acerca con paso decidido, como si lo que dije hiciera que lo atraiga hacia mí con más seguridad. Su respiración choca contra mi piel, que se eriza al sentirlo.
 —¿Acaso hace falta estar borracho para querer besarte? —suelta, y mi rostro se transforma al oírlo.
Lo ha dicho con tanta naturalidad que aún en ese estado soy consciente de la honestidad e insinuación mezclándose y saliendo de su boca sin rodeos. Aunque no lo pareció para él. Su firmeza me había dejado atontada por unos segundos, hasta que le contesto sin permitirle verme de esa forma.
 —Sí para ese. 
Sus manos se trasladan a mi cuello, sosteniendo en parte el cabello que cae con libertad. Siento gruñir todo mi cuerpo ante la cercanía. No logro evitar demostrarle las sensaciones bravas e incesantes atravesándome.
—¿Tampoco te agarró de esta forma? —pregunta casi murmurnado, ahora más cerca de mi. El olor a alcohol que sale de su boca no es tan fuerte como la respiración agitada que apenas puedo controlar.
 —No.. —traté de decir torpemente. Incluso quise decir más, pero nada salió de mi.
Pero, curiosamente, tampoco de él, porque sus labios se pegan sobre los míos con tanta urgencia y delicia, que hasta debo estabilizarme mejor para no caerme sobre él. Permanezco inmóvil cuando me toma del cabello una vez más, hundiendo sus dedos y sujetándome con fijeza. Me rindo ante él al instante en el que abro aún más mi boca, mezclando ya no solo nuestros labios, sino nuestras lenguas. Danzamos al compás del movimiento uno del otro, transformándolo en uno solo. Se siente más que glorioso, y dejo que la sensación me recorra. Me estremezco cuando él se retira lentamente y sin dejar de mirarme a medida que lo hace, tan fogoso y llameante. No quiero que se aleje, no luego de besarme de esa forma tan descaradamente fascinante.
 —Apuesto a que tampoco te dejó así —dice sin ocultar la arrogancia de sus palabras.
No estoy lo suficientemente consciente y lúcida para saber con certeza cuánto había tomado, pero en ese momento, en ese instante en el que aún mis labios queman y las palabras no salen, ruego a mi consciencia acordarse de ésto unas horas más tarde. Recordar la sensación estremecedora y mi cuerpo flaqueante.
 —No, no así.. —contesto divertida, con el mismo tono que usó él hace segundos.
Y de no ser por el alcohol que aún palpita sin cesar, de forma descontrolada  y caótica en mis venas, no hubiera hecho lo que hice. Sin verme venir, lo atraigo hacia mi, pegándolo aún más que antes, sintiendo su cercanía. No permito que mis labios rocen con los suyos por más de dos segundos porque me siento en la necesidad de demostrarle la misma pasión y fogosidad que él me ha demostrado hace minutos atrás. Choco mi boca desenfrenada contra la suya de forma ansiosa, haciendo que él reaccione eufórico y respondiéndome de igual forma. No dejo que dure más de lo que lo fue el anterior, por más que muriera de ganas y llegara a considerarlo. Una sonrisa satisfactoria sale de mis labios a medida que me despego, notándolo aún desconcertado.
—Apuesto a que nadie te ha dejado así hoy tampoco —completé pícara.
No espera mi respuesta y sigo con mi sonrisa intacta cuando noto cómo se le forma la suya. Él me mira tan fijo que hasta me siento intimidada, pero aún permanezco en el mismo estado de goce. Me relamo los labios mordiéndomelos a la vez que le doy una última mirada para irme corriendo al baño sin tenerlo previsto. Me estaba meando. Mis piernas se disparan ante la urgencia que comienzo a sentir y sin saber dónde realmente se encuentra el baño me apresuro hasta dar con él. Es difícil reconocer que parte es cuál en este gigante lugar, sobre todo por el espacio en cada rincón. Una vez que lo encuentro, agradezco que no haya nadie para meterme con urgencia y cerrar la puerta tan fuerte que hasta casi tiembla. Debo haberme quedado como cinco minutos para liberar todo el líquido que tenía acumulado. Ni siquiera quería imaginar cómo me sentiría mañana al despertar. Me encuentro algo mareada y por primera vez en la noche, siento un leve arrepentimiento de haber tomado de forma excesiva.
Cuando logro que mi cabeza se normalice un poco y me permite asentarme acerca de donde estaba, me mojo un poco la cara y abro la puerta para irme. Solo que cuando lo intento, me choco fuertemente con alguien que se encuentra en la puerta. No me hace falta pensar mucho sobre quién es cuando levanto la vista y observo a Aaron.
—¿Estás bien? Llevas un rato ahí adentro.. —me dice él, y noto la burla con la que me lo dijo.
 —De maravilla —respondo torpe. Eso hace que estalle en carcajadas, y al parecer lo contagio porque él me sigue la corriente.
No sé cómo logra que su aroma no se disperse del olor a alcohol que sale de ambos, pero aún así siento inundarme la nariz de su perfume que logra enloquecerme.
Se acerca tan peligrosamente que trato de permanecer firme en mi lugar.
—No puedes besarme de esa forma e irte corriendo.. —avisa, y yo me encojo de hombros.
—Tenía que mear —digo con poca sinceridad y lucidez, haciendo que apenas me avergonzara. Él sigue riéndose.
—¿Ya terminaste? —me pregunta y asiento, aún burlona—. Genial, porque yo todavía no termino de besarte.
Apenas me inmuto cuando lo veo sobre mí y con sus brazos apoderándose de mi cintura al instante en que finaliza de decirme aquello, ni siquiera dejando que pudiera responder ante sus palabras. O que pudiera procesarlas. Cuando me percato de sus labios encima de los míos, lo tomo con fuerza y reacciono al instante. Nos sumimos en la misma caricia, ahora más puesta y tronando, fundidéndonos en la humedad de nuestros labios deseosos.
Dejo que mi lengua juegue un poco con la suya a la vez que escucho cómo cierra de una patada la puerta del baño.
Cuando me contraigo sobre el, éste se aferra aún más a mi espalda, dejando que sus manos me aprieten aún más y no haya distancia. Mi boca pide a gritos que siga jugando de esa forma, haciéndome perder en cada mordisco que me da y en la forma en la que me agarra. Me muevo sobre él, y noto lo rígido que está. Lo escucho gruñir cuando enrollo mis piernas sobre él, subiéndome a horcajadas y una sonrisa pícara se escapa de mis labios a la vez que me besa. Sus manos se deslizan hasta llegar a la parte baja de mi cintura, y me agarra con fuerza. 
No está mucho tiempo así cuando sus dedos se deslizan sobre mis piernas, subiéndome apenas el vestido para dejar leves caricias sobre ellas. Me estremezco ante su tacto tan delicado, y mi respiración se corta cuando posa sus labios sobre mi cuello, succionándolo tan placenteramente que siento otra vez los escalofríos en todo mi cuerpo. Y no de frío, porque estoy más que caliente. En un intento impulsivo y algo torpe por parte de ambos de levantarnos, siento tambalearme junto a él y caigo encima suyo, cayendo de culo a la bañera. No llegamos siquiera a reaccionar cuando sentimos el agua cayendo sobre nuestros cuerpos, empapándonos por completo. Trato de buscar el grifo para cerrarla rápidamente pero ni siquiera cuento con toda la fuerza de mi para hacerlo, por lo que él me corre y la cierra apartándome.
  —Agh, mierda —suelto, mirando a mi vestido mojado y las gotas chorreando del mismo. Mientras reniego busco la toalla de mano y trato de escurrirme el pelo.
Escucho su risa sobre mi, carcajeando con complicidad y trato de contenerme. Pero estallo junto a él un poco después, mientras nos observamos algo anonadados todavía.
  —Mejor larguémonos, antes que alguien vea el desastre que hicimos.. —propone, y no hago más que asentir.
Lo sigo cuando abre la puerta y apaga la luz, tratando de escabullirnos como unos estúpidos entre la gente y soltando risas cómplices en el camino. Parecemos unos niños que han roto algo y al no querer que nadie los regañe, optan por salir corriendo. Eso es exactamente lo que hacemos, avanzamos apresurados abriendo paso entre las personas que nos topamos. Terminamos saliendo por atrás, llegando al patio todavía atestado del mismo bullicio de gente en grupo y dejando atrás el baño de una vez por todas. Él me mira sonriente y tengo que apartar la mirada para no sentirme inhibida. Quiero volver a besarlo incluso en ese mismo instante y con gente alrededor.
Pero aquel instante dura poco cuando escucho cómo gritan mi nombre.
 —¡Audrey, por todos los cielos! ¿Dónde carajo estabas...—me es imposible confundir la voz cada vez más cercana de mi mejor amigo, aturdiéndome por completo. Me molesta tanto la cabeza que hasta siento cómo me retumba todo. Él me mira de arriba a abajo, frunciendo el ceño—. ¿Y a ti que te ha pasado?
Quise intentar responder y contestar lo que me había preguntado, pero cuando trato de hacerlo mis piernas se flexionan y caigo al piso de césped.
 —Bueno, encima estás borracha como la mierda.. Audrey, vamos. Stace está igual o peor que tú. Ya ni sé diferenciar el estado de ambas —rezonga. Me ayuda a levantarme al mismo tiempo que Aaron.
Éste último me observa, y aún cuando siento cómo el ambiente se torna algo negro ante el par de mis ojos, y mi vista se etorpece, advierto dos cosas. El agarre firme de mi amigo, luchando para poder mantenerme en pie y lograr que no me tambalee más, y la mirada que cruzo con Aaron; aquel chico que había logrado hacer que me pierda y suma en una sensación inalcanzablemente fascinante. Aprovecho para darle un último vistazo, pensando que esa sería la última vez que lo vería.




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