De todos los mundos y universos existentes, de todas las situaciones posibles, estoy segura que en éste momento me encuentro en la más retorcida. Mis ojos no se despegan ni un poco de la persona que tengo enfrente, porque todavía me es imposible creerlo y mucho menos aceptarlo. Mi mente se nubla de los recuerdos de esa noche, una en la que había pensado por semanas luego de que haya sucedido. Esa noche en la que me di más libertades que lecciones de control. No solía dejarme llevar tan fácil ni mucho menos abusarme de mi estado, pero me había puesto tan borracha que me le tiré encima. Y cómo no, él que estaba igual que yo, se unió sin refutar. O quizá, había sido hasta al revés. El alcohol me había traspasado cada vena y me impedía pensar con la claridad que la haría estando en mi estado normal, menos alocado y atolondrado. No puedo evitar recordar cómo lo buscaba con la mirada, cómo fui decidida hacia él, cómo deseé tenerlo. Cómo él no dudó ni un segundo en pegar su boca contra la mía y besarme tan eufórica y alocadamente como nadie lo había hecho.
La pasión que habíamos desprendido uno del otro fue incontrolable, y proponesa a que pase. Aún sin siquiera conocerlo, sé que esa noche no importó saberlo. Ni siquiera importó tanto hasta que nos caímos a la ducha, luego de escaparnos e infiltrarnos en el baño, y habíamos abierto el grifo que no paraba de tirar agua fría sobre nuestras espaldas. Ambos tuvimos que levantarnos e irnos de allí, corriendo, tambaleándonos, incluso creo que cayendo un par de veces, hasta lograr escaparnos del desastre que habíamos dejado. Tiemblo al recordar cómo me acariciaba, cómo yo estaba tan descolocada, deseosa y alegre, que no paraba de devolverle cada caricia de las que él me daba. Cómo buscaba sus labios tan de forma tan desesperada.
Vaya, fue lindo dejarme llevar así. Pero los efectos secundarios me hicieron pensar en ello tanto tiempo que a veces parecía que exageraba con todas las emociones que decidí soltar y dejar de controlar esa noche.
Ahora, luego de lo ocurrido, con meses en frío, sabía que en ese tiempo no dramaticé para nada con mis pensamientos por la forma en la que me observa y casi que no parpadea. Se encuentra estático frente a mi con su sonrisa enorme y arrogante, sin decir nada y callando hasta enmudecer. Al parecer, no soy la única que recuerda todo lo que esa noche me provocó y lo incendiada que estaba.
Unos pasos se escuchan detrás de mi y apenas puedo voltear.
—¡Oh, Aaron! Hasta que llegas.. —dice alguien, y me aturde la voz de su madre, quien viene medio angustiada a abrazarlo. Él se lo devuelve, pero está igual de confundido todavía.
No lo culpo. Yo estoy exactamente igual. Ni siquiera me había percatado de que mi hermana y Brad se encuentran ahí todavía. Sin saberlo, estabamos dando un pequeño espectáculo de miradas hasta que su madre había irrumpido en la sala. Y con tal de evitar seguir dándolo, aprovecho el momento de distracción para irme casi volando de ese lugar y hacer el menor contacto posible. El baño parece el lugar más razonable y alejado del resto, por lo que me encierro en éste y trato de calmarme, casi imposible con mi pecho subiendo y bajando.
¿Cómo podía mirarlo ahora? Mi estado de borrachera ocurría en pocas ocasiones, ¡y esa fue la peor! Me había dejado llevar tanto, que hasta me enojo hacia mi misma mirándolo en retrospectiva, ¿qué hubiera pasado si no nos hubiéramos caído en la bañera y abierto sin querer la ducha hasta dejar todo echo un lío? Nos habíamos desvestido con la mirada desde el principio y nuestras manos no ayudaron a controlarnos al menos un poco. Estabamos tan inquietos y desesperados que aquella pasión tan fogosa me revolvía todavía.
Unos golpes brutos en la puerta del baño me hacen reaccionar mientras escucho la voz nerviosa de mi hermana del otro lado llamándome, implorando por mi nombre y queriendo una respuesta.
—¿Mmm? —articulo. Mierda, ¡no me sale ni hablar!
Antes de arrepentirme, abro el pestillo de la puerta, y ella entra a la velocidad del viento cuando vuelvo a cerrarla y el ruido choca contra su espalda, haciéndole pegar un brinco.
—Bueno. Claramente hay un problema, ¿te importaría explicarlo? —pide ella yendo directamente al grano.
—Erin..
—¿De dónde lo conoces? No me mientas, porque no soy estúpida y tengo los ojos bien puestos como para obviar lo que acabo de ver. Te juro que estaba por poner el cronómetro para saber la duración de ese juego de miraditas si mi suegra no hubiera aparecido.. —intuye, y yo me muerdo el labio. Trato de elegir la forma más leve de cómo contarle ésto. Después de todo, es mi hermana. Debía de entenderlo. O al menos, intentarlo. No es como si no me imaginara tan excitada y ansiosa como me encontraba esa noche. Bueno.. no. Yo era todo lo contrario.