Tus Lemas

Capítulo 11

Al principio no espero a que todos se vayan, pero cuando el ambiente se torna cálido y las lágrimas siguen impregnadas en cada uno de los presentes aprovecho para escabullirme y entrar a la casa.

Llego a mi habitación, y me aferro al almohadón con ganas de llorar. Sostengo con tanta fuerza la almohada que siento cómo mis manos chocan entre sí y mis uñas se rozan, por lo que las despego y las pongo en mi rostro, casi gritando por la frustración y desconcierto que sentía allí mismo. Las sensaciones están lejos de ser encontradas con facilidad, porque todo resulta mucho más complicado.

Con seguridad puedo afirmar las mil formas de todo lo que llevo sintiendo dentro mío. En ese momento, lo siento como un laberinto sin salida. Uno en donde mis emociones están tan inconclusas que no tienen una posible corta y concisa definición, no tienen certeza. Y no iban a tenerla por un buen rato.

¿Por qué alguien podía llegar a provocarte tantas sensaciones y tan contrarias a al vez? Mi cuerpo recibe las emociones con incertidumbre y sabiendo la caída que tienen definida si deciden adentrarse para quedarse.

Al diablo todo, al diablo Aaron Jones.

Repito esa frase en mi cabeza un par de veces hasta lograr dormirme. Pero eso no ha sido una buena idea. ¿Eso que se dice de que con lo último que piensas es posiblemente con lo que sueñes? Bueno, no están errados. Porque cuando me levanto al día siguiente aún lo tengo presente en la mente y no logro sacarlo siquiera de mis pensamientos o hasta en mis sueños más ilógicos. 

 

**

 

—Audrey, ¡baja! Con tu padre nos vamos a la playa pero tu hermana y tu cuñado están abajo, así que mueve ese trasero dormilón —escucho decir a mi madre detrás de la puerta.

—¡De acuerdo!

Afirmo en la primera oportunidad para que así confirme que estoy despierta y no entre a mi habitación. En la que estoy por entrar en una crisis nerviosa aún despertándome y pasando la noche pensando hasta en sueños, sin lograr tener un momento de paz interior y aún rodeada de la incertidumbre que poseía desde ayer por la noche antes de acostarme.

Me doy una ducha rápida pero no sin antes escribirle a mis amigos para ir a la playa luego de desayunar, rogando a obtener un sí de parte de ambos. No habría nada que me aliviara más en ese momento. Pasar un tiempo los tres juntos y conversar a tal punto de reírme y no sentir las costillas por las carcajadas tan fuerte que podían provenir de mi resulta lo más alucinante que puedo pedir ahora. Muchas veces me veo en la necesidad de tener mi propio espacio para así pensar y reflexionar acerca de cosas por cuenta propia. Pero muchas otras solo quiero despejarme con las únicas dos personas con las que experimento con constancia el verdadero dicho de lo que es la amistad.

Cierro el grifo de la ducha y cuando termino, me cambio. Al ver que no tengo una respuesta de ninguno de ellos decido llamar a mi amiga.

—¡Mira quién está despierta! —me contesta una vez que atiende. No me da tiempo a tapar mis oídos ante su grito y ella suelta una risita detrás de la línea.

—Eh, fue mérito de mi madre. Uno de éstos días me tirará un balde de agua.

—Yo diría que te amenazaría con tirarte al océano. Eso haría que te cagues encima.

—Si es hasta la orilla, no me haría mucho problema —respondo sonriendo.

—Sí, no estés tan segura.

—Hablando del mar, ¿quieres aprovechar e ir a la playa?

—En realidad ya estoy aquí, he venido con mis padres. Pero si quieres llamo a Chad y le digo que venga también, probablemente ellos estarán bien sin mi por un rato. Dicen que hablo como cotorra.

Suelto una carcajada ante la gran verdad y realidad de sus palabras.

—Genial, nos encontramos en media hora en la playa.

La línea se corta y no puedo evitar mantener la sonrisa que me ha quedado luego de hablar con mi mejor amiga. Si existe alguien que posea la habilidad de alegrar todos los líos por los que atravieso, ella siempre seria la primera opción. Tiene la capacidad de decir las palabras correctas y justas para hacerme ver y entender lo que a veces me empeñaba en negar.

Y con su capacidad de hablar sin parar, solía hacerlo con mucha más frecuencia.

Busco las sandalias para ir más cómoda y salgo de la habitación bajando tan rápido las escaleras que no me doy cuenta hasta escuchar el grito que retumba en mis oídos de mi hermana advirtiéndome.

  —¿Acaso quieres rodar por las escaleras? —se ríe ella mirándome para confirmar que sigo entera y en una pieza.

Les doy un rápido abrazo ante su mirada algo burlona. No se me pasa por alto la sonrisa que me brinda Erin por lo bajo. Incluso le es difícil disimularla, pero seguramente eso sería difícil en su situación. Aún me resulta difícil de creer que está comprometida, que se casaría en un tiempo no tan lejano. Incluso aquella felicidad  me contagia y siento que es lo que más necesito al sentirla, privándome de todo el resto.

En nuestras conversaciones siempre estuvieron presentes nuestros amores, nuestro futuro, nuestras metas. Con el tiempo construímos un camino distinto, con personalidades y carácter diferente, pero jamás habíamos dejado de compartir lo que pasabamos. La conexión que aún mantengo con ella es tan fuerte como el lazo familiar que nos une, y estoy segura que permaneceríamos así pasen años, décadas.




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