Tus Lemas

Capítulo 29

Luego de que Aaron se marchara consideré la opción de ordenar un poco el desastre de las habitaciones que, sin mis padres, no se ordenarían solas. Me veo obligada a colaborar con aquella tarea incontables veces, pero ahora, debería hacerlo por propia voluntad.

No lo pienso mucho más, y comienzo a trabajar en ello en cuestión de segundos. Si él vendría otra vez en cuestión de horas tendría que acomodar al menos parte de la casa. Aprovecho la tranquilidad del complejo para poner algo de música mientras lo hago y me siento inspirada mientras termino, finalizando con aquella tarea mucho más temprano de lo que había planeado. Mi madre estaría orgullosa si viera la casa en éste momento.

No solía ser, quizá, la hija más ordenada.

—¡Audrey! —me sobresalto ante escuchar aquel grito. Cuando levanto la vista me encuentro con mi hermana, quien frena la música que proviene del parlante—. Con razón no me escuchabas, llevo gritando tu nombre desde que entré a la cocina.

—Lo siento —lamento encojiéndome de hombros, mientras ella observa a mi alrededor—. Sí, lo sé. Soy una maravilla ordenando.

—Ya lo creo, será mejor que te lo guardes. Mamá te pondrá a acomodar la casa cuando lleguemos a capital —se burla. Asiento claramente de acuerdo—. Estaba pensando en comprar algunas cosas que faltan al supermercado, ¿me acompañas?

—Está bien. Deja que me cambie.

Se va en búsqueda de las bolsas para cargar las cosas que compraría y aprovecho para subir las escaleras, sacándome la ropa que usaba de pijama para cambiarme por algo mucho más cómodo y acorde para ir al centro a hacer las compras. Ahora que tendríamos un par de días más solas, tendríamos que encargarnos de estas cosas hasta que nuestros padres lograran decidir volver una vez que mi abuela se recupere.

Escucho cómo mi celular vibra en el bolsillo de mi jean, lo agarro y veo en la pantalla el rostro de mi padre, casi como si estuviera oyendo mis pensamientos.

—Ey, ¿todo bien? —atiendo mientras apoyo el aparato en el costado de mi oído a la vez que termino de ponerme las zapatillas, moviéndome inquieta a sabiendas de lo difícil que me resulta siempre mantenerme en un lugar.

—Sí, por cocinar algo para la abuela. Pero pidió algo del libro de recetas que compraste, ¿por qué hay tantas recetas y ninguna es fácil?

—¡No quemes nada, la abuela tiene hambre! —exagero mientras lo escucho ofenderse.

—Eh. No cocino tan terrible —se defiende.

Él no podría aceptar jamás lo pésimo que es en la cocina, ni siquiera recordaron aquella vez en la que casi prende fuego el horno, la comida frita explotó y casi hace que un plato estalle dentro del microondas. Típico de principiante, pero no cuando llevas años en la cocina.

Los recuerdos vienen a mi mente y sonrío internamente.

—¿Cómo va todo por allá? Ayer hablé con tu hermana, dijo que salieron a comer.

Mmm, sí. Pero yo no, pienso. Claro que omito ese detalle, aterrada de la conversación que se daría si le contaba lo que en realidad había hecho. Y, con detalle, aún más.

—Sí, fue divertido —miento cortando el tema, ¿cómo le decía que había pasado todo el día con Aaron y salir ilesa de aquel tema?—. Ahora vamos a hacer las compras porque la heladera está cada vez más vacía y no pienso tomar agua del mar.

—Menos mal —contesta riéndose—. Me alegro que esté todo bien, nosotros volvemos el viernes. La medicación de tu abuela termina el jueves, así que si todo sale bien al día siguiente volvemos. ¿Cómo está la familia Jones?

Trato de no entrar en pánico pero mi risa nerviosa apenas se controla.

—Genial. Ya sabes, como siempre —contesto apresurada.

—Entonces los vemos a todos dentro de tres días, manda saludos. ¡Y a Erin! —finaliza a lo que le respondo correspondiéndole y cortando el llamado.

De repente, me doy cuenta que estoy sudando de los nervios que aquello me produjo. Tarde o temprano, se enterarían. ¿Por qué me resulta tan escalofriante entonces?

Me calmo, y guardo el celular en el bolsillo saliendo de la habitación para olvidarme de aquella conversación que hizo que me pusiera extrañamente incómoda al final. Audrey Bell, aterrada y nerviosa por un chico el cual su padre había mencionado. Simplemente espeluznante.

Mi hermana me espera abajo con un par de bolsas y la encuentro mirando una lista entre sus manos, dándome paso para soltar una broma que hace que me relaje.

—Espero que sea la lista de invitados y no del supermercado —hablo una vez que me acerco.

Erin rueda los ojos.

—No te burles, no puedo acordarme todo lo que hay que comprar si no.

—Eres igual a Dory.

—¿La exploradora?

—¡Esa es Dora! Hablo de Dory, el pez de Nemo. De todas formas, ¿para qué existe el celular? Anótalo en notas y ya —digo como si fuera una obviedad. A veces tenía alma de anciana.

Rendida, agarra las llaves y salimos para dirigirnos al camino hacia el centro. Hacer las compras es algo divertido cuando no suelo hacerlo tan frecuentemente, sobre todo con mi hermana. De chicas solíamos agregar al carro de compras tantos chocolates que nuestros padres fingían no descubrirnos hasta que llegabamos a la caja y tenían que pagarlos.




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