Cuando escucho los golpes en la puerta le grito a mi hermana que baje a abrir ya que me encuentro en la cocina terminando de preparar la salsa, algo que termina llevándome más de lo previsto. Me había atado el pelo, haciendo que quede recogido a medias y con un delantal negro a juego que me habían regalado para mi cumpleaños. Algunas salpicaduras de la salsa de tomate se pueden notar de cerca, sumado a mi cabello escandaloso que lucha por venirse encima. Sí, no es la imagen ideal para recibir a Aaron y Brad Jones en la cena. Pero no había tenido tiempo de despegarme de la cocina y menos de la hornalla, porque encontrar el punto de la salsa requería de eso.
Detrás de mi escucho cómo se aclaran la garganta y me volteo para ver a los hermanos que decidieron, con esmero y facilidad, volvernos locas a las Bell. Cómo no, allí están ellos, tan radiantemente escalofriantes que me hacen arder los ojos, un poco por el ajo que había picado hace momentos atrás.
—¡Vaya cuñada que tengo! ¿Estás cocinando todo casero? —dice Brad, acercándose a ver. Él me saluda dándome un beso en la mejilla y me río cuando lo veo mirar de reojo la olla que estaba revolviendo con la cuchara de madera.
—Todo, todo —respondo triunfante.
No es la primera vez que él probaría mi comida, porque había un par de platos, los cuales tuvo el gusto de desgustar. Antes de que él se mudara junto a Erin, solía venir con frecuencia a cenar los fines de semana, y si yo me encontraba en esos días preparaba algo junto a mi madre o hasta incluso hacía comidas desde cero y por mi cuenta. Las primeras veces me había costado convencerla, porque dejaba la cocina echa un desastre y casi patas para arriba. Pero, con la constancia y las ganas, aprendí a ser mucho más prolija y a hacer que los líos que dejaban desaparezcan.
—Permiso, Brad. Tengo que apagar el fuego —pido. Él se corre enseguida y termino de revolver para integrar el último ingrediente que había puesto.
—Voy a terminar de poner la mesa con tu hermana —dice mientras se aleja.
—Ey, sé que la salsa requiere de tu plena atención. Pero cuando quieras, estoy esperando a que me saludes —me habla Aaron haciéndose el ofendido. Le sonrío mientras me acerco.
Siempre demostró que su vestimenta es algo difícil de desgustar en él. Porque siempre, incluso en las mañanas, logró hacer ver su buen gusto en cada prenda. Pero allí, parado y con los pies firmes mientras sus brazos descansan a sus costados, se nota incluso más. Me acerco, sin pudor y con poco esmero en obviar mi felicidad al verlo, para finalmente hundirme en la comisura de sus labios y besarlo al acto siguiente.
—Hola —hablo sobre su boca y beso la punta de su nariz.
—Nena, no me conformaré con ese saludo tan modesto.
Le señalo mi vestimenta, mostrándole mi delantal sucio y los guantes que traigo puesto en las manos para no quemarme mientras me ocupaba de la olla con el fuego prendido. Mi delantal sucio y mis pelos luchando en la coleta para no soltarse, dan una clara imagen de mi en éste instante.
—Voy a ensuciarte todo. Deja que me limpie al menos.
Su impaciencia no me lo permite y me atrapa entre sus brazos, atrayéndome entera mientras mi cuerpo que trata de no pegarse tanto lo hace sin descaro. En un descuido de su parte alcanzo a llegar a sacarme los guantes mientras sacudo mis manos, pero no así con mi delantal. Parece no importarle en lo más mínimo, porque no espera a que lo haga y su boca se mezcla con la mía en segundos.
Lo agarro del cuello para sentir la unión con más energía mientras siento el poderoso sabor de sus labios mezclándose con los míos, que juegan sin vergüenza por el atrevimiento y decisión que emanamos los dos juntos.
—Si es el resultado por haberme besado, ensúciame si quieres.
Sus manos buscan mi cabello apenas termina de decirme eso. Me sorprendo cuando sus manos encuentran la coleta de pelo que uso para atármelo, desarmándomelo y sintiendo cómo cae sobre mi cuello y espalda por lo extenso que es. Me lo acomoda un poco a la vez que busca otra vez mi boca con desenfreno, a lo que cedo encantada.
—Tengo el pelo echo un desastre —confieso.
—Me gusta ese desastre. Déjalo así —pide y no puedo negarme.
No es relevante para mi, y al ver que para él menos, le hago caso para satisfacer su petición y éste me dedica una sonrisa encantadora. Sus dientes se asoman de forma tan perfecta que siento ganas de seguir besándolo. Pero la comida me espera y terminará enfriándose si planeaba hacer todo lo que pensaba con él en ese instante.
De hecho, la comida se congelaría.
Agarro un par de tablas de madera para apoyar encima las ollas calientes y Aaron me ayuda a llevarlas a la mesa. Mi hermana y su novio se encuentran sentados mientras miran algo gracioso en el celular, así que cuando escuchan que ya hemos traído las cosas dejan de hacerlo y corren las cosas para que entre en la mesa con mucho más espacio.
—Pensábamos que se estaban comiendo las cosas en la cocina con lo que se tardaron —nos mira Brad y me ruborizo un poco. Al menos no he llegado al color de la salsa de tomate.