Tus Lemas

Capítulo 32

Entro rápido a la casa, con el paso más apresurado que en ese momento me permito, rogando por no cruzarme a mi hermana en el camino. Agradezco no hacerlo de camino a la habitación, porque no estoy de humor para hablar acerca de nada, cuando mi corazón está a punto de estallar. Mis latidos son veloces, mis pensamientos tan verdaderos y reales como nunca. Cierro la puerta mientras me lanzo sobre la cama y busco los auriculares que había dejado apoyado sobre la mesa antes de partir, esperando que, al menos por unos minutos, pudiera salir de la compenetración que ejercía mi mente.

La música no logra que deje de pensar sobre lo que acabo de confirmar, pero sí ayuda a calmar las pensamientos enérgicos dentro de mi. Trato de contener las emociones vivas que luchan por ser demostradas. Trato, incluso, de distraerme cantando la canción que suena en mis oídos. Pero fallo. Una, y otra vez. Dejando a un lado el sonido y apartándome de mi única escapatoria.

Luego de reiteradas veces de sentirme con la mente enredada, fuera de sí y hasta confundida, luego de huír de las sensaciones amenazadores que me empeñé en apartar, aquí estoy. Dándome cuenta de una sola cosa, y que esa cosa, puede significar demasiado.

Mi intento de evitarlo, es en vano.

Todo lo que podía llegar a hacer me devuelve al mismo pensamiento. A la misma sensación.

Me he encariñado con Aaron de tal forma en la que comencé a quererlo, de forma tan lenta y con rapidez a la vez. De a poco, pero palpitando en cada momento. Sé que ese sentimiento no se construyó solo, que fui yo quien colaboró en el proceso. Solo que, no tenía idea hasta qué punto. Él me demostró paso a paso todo lo que nadie pudo a través de sus acciones. Decidió, con convicción y sin duda, enredarse en ellas y hacerme saber cuán importante soy para su vida. Cuán signficante soy, en realidad, a lo largo de las semanas. Permitió reflejar lo que siente y plasmarlo en sus actos.

De manera que, dejé que mis sensaciones se dejaran llevar por ellos, sueltas y libres, y que fluyan hasta que permitieron hasta quererlo.

—¡Audrey! —casi caigo de la cama cuando la veo a mi hermana gritarme mientras abre la puerta de forma abrupta y se queda mirándome.

—La próxima sé más suave, ¡por favor!

—Lo siento. Llevo un rato llamándote desde abajo. No me culpes si tienes los auriculares puestos y no escuchas ni un poco —dice señalándolos a un costado de mi.

Me los quito mientras los vuelvo a guardar en el cajón de la mesa al lado de la cama y vuelvo a dirigir mi vista hacia mi hermana, quien aún se encuentra allí de brazos cruzados. Parece analizar mi estado, para nada sospechoso. Me encuentro encima de la cama, con las sábanas entre los pies y mis oídos retumbando debido a la música. De afuera, la escena es normal.

Dentro de mí, hay una lucha batallando, invisible ante el resto.

—Me había olvidado que los tenía puestos. Lo siento —me excuso.

Niega con la cabeza mientras nota mi estado. Quizá, la imagen de mi es típica. Pero mis expresiones me delatan con más frecuencia y severidad de la que quisiera. Ella me conoce por excelencia, y sospecha de ello con solo dedicarme un minuto de su atención.

—¿Estás bien, Audrey? —pregunta sin descuido, y de la forma más directa que le sale.

—Sí, claro. ¿Por qué lo preguntas?

Agradecía no haber estado llorando, porque eso no se lo podía ocultar con tanta facilidad. Mucho menos la voz quebrada invasora que irrumpía en mi en cada ocasión. Mis ojos rojizos, mi nariz pegajosa y mis cachetes mojados me delatarían con facilidad. Aprovecho no estar de esa forma, para obviar, una vez más, lo que pasa y sigue batallando dentro de mí.

  —Tal vez porque estás en la habitación, toda tapada con las sábanas siendo apenas las siete de la tarde. Ni siquiera estabas durmiendo, Aud.

—¿Cómo sabes que no lo estaba?

—Porque nunca usas auriculares. Siempre te quejas si hay música —dice como si fuera obvio, y quizá lo es luego de tantos años—. Y, repito, no creo que seas capaz de dormirte a las siete de la tarde.

¿Ya son las siete? ¡Mierda! Que lo repita me hace despertar.

No llegaría a lo de Jacob, aunque después de todo no sería lo más sensato de hacer. Considero cuán bueno sería hacerlo, cuando acabo de huír de los brazos de Aaron y dejándolo mudo por mi actitud repentina. Quizá lo pasara por alto, porque sé que su mente no es la misma que la mía. Al hacerlo una vez, podría hasta dejarlo pasar como algo indiferente para él. Pero, ¿qué si me comporto alguna vez más así con él? Ni siquiera tenía planeado reaccionar de esa forma, pero así mi cuerpo lo había decidido. Porque, después de todo, a veces termina reaccionando hasta sin pensar con claridad, dejándome dominar por las emociones envueltas y mis pensamientos retorcidos que terminan en lo certero.

—Me duele un poco la cabeza —miento de repente, con la única excusa en mi mente.

  —¿Le digo a Aaron que entonces vaya él solo? Me ha dicho que está por venir, para ir juntos a la casa de uno de sus amigos. No recuerdo el nombre —habla mientras mi corazón late con fuerza.




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