Sin comprender del todo lo que está pasando todavía, me dejo llevar porque sé que se trata de él. Y si Aaron está implicado, sé que me gustará. Por más loco que resulte ser a veces, apareciéndose de la nada cada vez con más frecuencia y tomándome desprevenida en cada ocasión. Sus manos sujetan firme la parte desnuda de mi brazo y siento la brisa correr con firmeza, chocando contra mi, haciendo que me recorra un escalofrío en todo el cuerpo. Él se percata de cómo me encuentro y antes de que se saque su campera, lo freno.
—¿No quieres? Tienes más frío que yo, descuida —se ofrece. Me observa paciente, pero rechaza mi negación porque se inclina a acercarme su abrigo una vez más. Lo detengo con las manos y niego.
—Estamos a un par de metros, deja que busco una campera. Vuelvo enseguida —respondo mientras suelto su agarre y agarro las llaves que con suerte he agarrado.
Entro a la casa casi corriendo para agarrar el abrigo más cercano que encuentro, porque mi personalidad me impide hacer algo sin mover mis pies con rapidez, solo para acortar tiempo. El más próximo es uno que está colgado en una de las sillas de la mesada, por lo que no dudo en agarrarla y ponérmela.
Cierro la puerta y camino hacia donde Aaron me espera. Me observa sin pudor, con goce, y eso hace que muerda mi labio para hacer que su mirada hacia mi sea mucho más placentera. Él lo nota y me atrae entre sus brazos, sintiéndome cálida entre ellos.
—Si quieres provocarme, olvidas que lo haces todo el tiempo —ronronea contra mi oreja.
—¿Aún con la remera vieja que uso para dormir? —bromeo mientras lo miro divertida.
Él parece recordarlo enseguida porque se le forma una sonrisa en su rostro mientras asiente, con la memoria puesta en aquel momento. Aquel en el que había decidido despertarme, sacudiendo toda la casa en el intento, para molestarme un poco con ello, sacando provecho al tener el sí de mi hermana para levantarme. Me había importado poco mi forma de vestir, y a él igual. Solo que hizo que sea mucho más ameno la burla y gracia que decidió usar de forma retorcida para enfadarme.
—Qué lástima que no la tenías puesta en la fiesta. Estoy seguro que no hubiera dudado en tirarme encima de ti en la barra —dice cómico, mientras tambalea la cabeza juguetón acordándose de lo de aquella vez—. Ahí nos vimos la primera vez, ¿cierto?
—Sí.. —asiento, titubeante—, ¿lo recuerdas?
—Recuerdo verte por primera vez y no besarte enseguida —comenta enmudeciéndome, continuando enseguida—. Quizá me arrepienta de ello ahora.
Había pensado en repetidas oportunidades que su sinceridad es su cualidad más marcada, una que podría ser capaz de desquiciarme o enloquecerme. Su nivel de honestidad es tan alto y directo que logra que con ella, me fascinara cada día que pasa aún más. Tiene absoluto control, o el necesario, para soltar todo lo que se le dé la gana.
Firme, y decidido. Como si el resto de lo que se encontrara a su alrededor no importase, o así sus reacciones. El decide hablar con una honestidad poco palpable en diferentes seres, y es alucinante la manera en la que me deja absorta por ello.
Volviendo a la realidad, una en la que él se encuentra parado aún frente a mi, pego mis labios junto a los suyos y me responde enseguida. Se transforma en uno lento, como así lo es su duración también. Me sonríe complacido y me hace una seña para que me adelante.
—Nos espera un paseo en moto. ¿Vamos? —pregunta proponiéndome una segunda vez—. Comenzaré a arrepentirme y quedándome contigo besándote el resto de la noche si no. Deberíamos subirnos.
—Mmm.. ¿Y si ese paseo lo hacemos en la habitación entonces? —me atrevo mientras arqueo mis cejas. Su expresión me deleita y contengo las chispas que siento salir de mi al verlo tan entretenido.
—No juegues sucio, Audrey. En la habitación, ya sea antes o después, dará igual. El paseo seguirá estando pendiente —responde divertido mientras sus labios rozan los míos—. Si hablas sucio, eres hasta más atractiva de lo que ya eres.
—Trato de conseguir que con ello, puedas venir conmigo sin necesidad de un paseo de por medio.
—Podemos dar muchos paseos si gustas —me guiña el ojo riéndose de mi expresión—. Vamos, te aseguro que te gustará. El paseo en moto, y los siguientes.
Aún bromea y niego rendida.
—Repito, ¿por qué nunca pasas de largo nada?
—Te he dicho que si se trata de ti, nada lo hará.
Mi corazón se desboca escuchando sus palabras.
—Entonces, vamos. Ésta deuda me quedará pendiente para siempre si no lo hago.
Ríe divertido mientras aplaude felizmente, estando de acuerdo con lo que he dicho. Acomoda su casco sobre su cabeza. Aún sí, casi sin verse su rostro y con su barbilla a la vista, pueden distinguirse sus ojos cautivantes. Me atrapa verlos y es asombroso que con tan poco de él me fascine. Me encanta.
Extiende el otro casco para mi y lo miro dudosa.
—No pienses que dejaré subirte sin él. Te protege, Audrey —dice advirtiéndome, pero aclaro con mi cabeza de que no es eso a lo que me refiero.