Tus Lemas

Capítulo 34

Al día siguiente me levanto algo conmovida por las emociones variadas pero bien definidas que aún siento por la noche que había pasado con Aaron. El paseo se había extendido un poco más de lo que creía, me había quedado a su lado en aquel campo abierto hablando de los últimos años en la ciudad antes de comenzar la universidad. Su claro interés por mi me había encantado, aunque no lo suficiente como para insistir y dejar de reprimir mis sentimientos.

Porque, aún, no estoy dispuesta a expresar aquellas dos palabras cargadas de afecto.

No estoy del todo segura de cómo reaccionar a continuación ni mucho menos de qué hacer al respecto. Pero si sé de alguien que podría ayudarme a descifrar mis emociones, y no está para nada lejos de donde me encuentro.

Aquella chica de cabello castaño, ojos amarronados y de carácter fuerte. De personalidad impotente. Una que advertí desde nuestros primeros años de amistad.

Antes de ir en búsqueda de Stace, imagino cómo puedo lograr hacerle entender algo que, como bien dijo, era notorio a medida que los días pasan.

Ahora, confesarlo, es mucho más complejo.

Sobre todo a sabiendas de que, en él, todo está bien. La forma suya tan cálida y apaciguada en la que me trata, su repentina atención e interés acerca de mi. No exclusivamente de mi físico, de mi historia. Me asombra a medida que el tiempo pasa, porque es algo poco común para mi.

Como lo es la falta de certeza de hasta qué punto él tiene afinidad conmigo.

Y aquello es lo que me frena.

Lo que me impide continuar, a pesar de tener más acciones que me brindan seguridad, como las que no.

Harta de aquellos pensamientos que insisten en perseguirme, camino con paso apresurado hasta llegar finalmente a la casa cercana del centro en donde se encuentra mi mejor amiga. Toco el timbre avisándole acerca de mi llegada y la puerta no tarda en abrirse, solo que sin ella presente. Como una de las últimas veces.

—Hola, querida —aparece su madre saludándome cálidamente.

—¿Cómo estás? —le devuelvo el gesto mientras deposito un beso en su mejilla. Ella, en otra vida, podría haber sido hasta mi madre. El vínculo que habíamos logrado es casi tan materno como el de mi propia madre. Con el correr del tiempo, hasta se volvió cercana.

Muchas de las veces en las que visitaba a Stace, o hasta volvíamos juntas de clases, ella nos esperaba con comida la mayoría de las veces que se encontraba en la casa. Siempre fue amable, y nunca perdió su deje de cordialidad.

—Pasa —me invita cerrando la puerta tras de sí—. Stace está terminando de ducharse, sabes cuánto demora.. ¿Quieres que te sirva algo para tomar? ¿O comer?

Niego con la cabeza y antes de que insista cual abuela y se diriga a la cocina, reitero.

—Almorcé antes de venir para acá. Quizá más tarde —agrego sonriéndole—. Gracias de tod..

—¡Audrey! —me volteo a ver a mi amiga mientras me abraza. Me río al ver el toallón colgado de su cabello y su cara aún rojiza por el agua caliente y pesada que de seguro el baño tenía—. ¿Tan divertida estoy? Como si no me hubieras visto ya unas cuántas veces de ésta forma.

—Siempre es divertido verte así. Sea la primera o enésima vez.

Ella me codea mientras su madre nos sonríe a ambas antes de irse. Nunca se entrometió en los temas que le son ajenos, nos deja espacio y se ofrece a ayudarnos si así lo necesitamos.

—Te diría de ir a caminar un rato, pero ya te has dado cuenta cómo estoy.

—¿En toallón? —río cómica.

—Eso mismo, ¿vamos a la habitación? Así termino de ordenar el desastre que dejé en la bañera. Si llego a irme, soy pez muerto en casa.

La sigo y ella cierra la puerta para tener mucha más privacidad entre las dos. Cuando entro veo el desastre en el que se ha convertido su cama y me asombro al ver los toallones tirados en el piso de baño. La miro atónita ante su repentino desorden mientras Stace me mira sin relevancia. Su nueva forma de ser me es poco común y a ella no le importa lamentarlo.

—¿Desde cuánto dejas así todo? Eres la tipa más ordenada del mundo.. que posiblemente conozca hasta ahora —digo horrorizada mientras potencio un poco mis palabras—. Pero qué te ha pasado, Stace...

No puedo terminar la oración porque ella me lanza un almohadón y me río.

—¡No exageres! Soy así desde que llegué a mi casa a la madrugada y me acosté tardísimo, ¡y mi mejor amiga me despertó preguntándome si podía venir!

—Solo bromeaba —asiento mientras busco el borde de la cama para sentarme—. ¿Cómo fue ayer en la casa de Jacob?

—Estuvo divertido. Jugamos un poco a las cartas, pero luego los chicos se pusieron con la play y sabes que odio eso. No estabas tú.. Así que, ¿adivina quién estuvo aburriéndose por una hora mientras los veía gritarse? Esos juegos los enferma —exagera y me acusa con la mirada al ver cómo la observo ante lo que ha dicho—. ¿Qué?




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