No supe nada de Aaron el resto del día, ni mucho menos al día siguiente. Había procurado evitar cruzármelo, por lo que me permanecí la mayoría del tiempo en la cabaña. Salí un par de veces, pero las suficientes como para evitar encontrarme con él y seguir obviando lo que tengo para decir. Pero el tiempo pasa, y para hacer que no se pase de forma lenta, decido ver un par de películas que tengo en mi lista. Unas que he visto con frecuencia, pero que siguen ocupando el primer puesto.
Las películas de Marvel logran tener ese efecto atrapante en mi.
De esa forma, paso el rato mucho más rápido de lo que imagino y me hace dejar de pensar las cosas de forma excesiva. Ya tendría tiempo de pensarlas pero de una manera mucho más fría y sin tener que considerar tanto las posibilidades. Luego de la charla que había tenido con él, he juntado fuerzas pero no sin antes soltar las lágrimas que suelo contener y díficilmente soy capaz de parar. Mi sensibilidad no me lo permitiría si no. Así que, luego de descargar lo que llevo dentro, aparto el llanto para ser reemplazado para cosas mucho más emocionantes que ello.
Como por ejemplo, cocinar galletas para comerlas durante la película.
Repetidas veces lo he hecho, pero nunca para sanar heridas amorosas. Y si bien funciona para frenar la sensación extraña e irritante de extrañarlo, casi resulta del todo.
Aún no estoy segura de decírselo, tampoco de confesarle con claridad y exactitud lo que me encuentro pasando. Y lo que cada día pasa con más ritmo. Pero si eso requería de alejarme y reaccionar luego, espero hacerlo con éxito. A veces, pensar aislada del resto termina siendo de lo más funcional. Y en éste momento, en donde ordeno lo que sentir y qué decir, es lo que más me ayuda.
Mi intención jamás había sido perderlo, pero si requería de la lejanía de su parte para posicionar con mejora mis sentimientos, lo prefería. Esto es nuevo, y siento estar dando un paso cada vez más incierto. Me veo en la necesidad de tomar ese tiempo de soledad para ordenar de la forma más correcta que puedo, todo pensamiento que luego se transformaría en confesión.
Una que ruego que acepte, y en la que sea recíproca.
Porque si dolía no tenerlo cerca momentáneamente, no quería imaginar cuánto sería de forma definitiva.
—¡Oh, qué rico olor! —escucho gritar a mi hermana desde lejos. Ella se acerca a la cocina y su nariz se mueve de un lado a otro, haciendo ademán de aspirar todo el olor a chocolate y avena que se esparce en el lugar.
Observa la mesa, y sus ojos parecen salírsele de sus órbitras, al igual que su lengua cual perro mientras sigue olfateando.
—¿Puedo comerme una?
—Erin, ni siquiera las he puesto al horno —señalo la bandeja.
—¿Crudas no sirven, cierto?
—No seas ansiosa —digo riéndome por su comentario.
—Siempre lo soy. Y si hay comida, mucho más.
Probablemente eso ha sido lo más verdadero que ha dicho en éstos días. Cuando eramos más chicas, ella empezando la secundaria y yo en la primaria, solíamos agarrar más galletas de las que nos permitían. Pero a escondidas, y con la ayuda de la abuela de por medio. Solo que Erin decidía agarrar más de un par y debíamos frenarla para que no nos descubrieran, aunque, tiempo luego, sigo sospechando de si alguna vez no lo han hecho. Quizá, nos habían dejado hacerlo como una travesura de niñas, involucrando a la abuela también.
—Entonces aprovecho a ducharme mientras se cocinan, ¿me esperas para ver la película? —dice señalándome la televisión.
—Sí, pero no tardes una eternidad. Por favor —ruego.
—¿Cuánto tardan en hacerse las galletas?
—Mmm, ¿quince minutos? Quizá cinco más para que se enfríen.
—Genial. En veinte termino y bajo.
—¡No esperaré a más de veinticinco!
Me río aún cuando me da la espalda y sale disparada hacia arriba. Erin es cinco años más grande que yo, y si bien todos conservabamos algo de nuestra niñez a medida que crecíamos, ella es quien más alma de niña tiene en varias ocasiones. A veces, hasta de forma intencional.
Pongo la bandeja en el horno y espero a que se cumplan los minutos para sacarlas. Lo bueno de hacerlas es que no llevan casi ni trabajo, y se hacen rápido. Una receta clásica, y eficaz. Lista para comerla en cuestión de minutos, y no horas. Ni hablar del fascinante aroma que desprenden y hace que quiera incluso comerlas aún sabiendo que me quemaría. Ahora entiendo la ansiedad de mi hermana. El perfume del chocolate derretido junto a la avena es mucho más satisfactorio de lo que recuerdo.
Voy hacia el living y cuando prendo la televisión, estoy a punto de gritarle a Erin para que se apure pero escucho cómo baja las escaleras. Se acerca haciendo el mismo gesto con su nariz a medida que viene hacia mi lado y observa la mesa. Con rostro infantil y súplica poco adulta, señala la madera vacía.
—¿Mis galletitas? —hace puchero.
—Eres tan graciosa. Están en la cocina, ¿las puedes buscar?