Mi pulso comienza a acelerarse con tanta rapidez que tengo miedo de posiblemente no poder volver a mi ritmo normal. Siento que estoy atrapada, encerrada. Me estoy ahogando en mis propias palabras. Lo he dicho, me he animado de una vez. Y debería estar aliviada.
Pero no es eso lo que sucede.
De pronto me siento atada ante lo que acabo de confesar, pero no puedo deshacerlo ya. Lo dicho, dicho está. Pensaba que eso implicaría relajarme finalmente hasta calmarme. Pero allí estaba, con el culo fruncido por el silencio que Aaron se empeña en mantener. Sin acotar nada. Sin responderme, ni siquiera de mala manera. Su silencio no es para nada relajante, y mi corazón se desboca.
Quiero salir corriendo. O salir, en lo posible. Considero incluso saltar por la ventana, pero antes de tener más ideas retorcidas que no ayudan para que mis nervios cesen, él decide hablar. No puedo mirarlo a los ojos pero trato de sostenerle la mirada aunque sea de reojo.
—Audrey.. —es lo que dice, ¡mierda! Mi nombre suena a duda, no como aquella firmeza con la que suele hacerlo. No con tanto cariño.
Me contengo, pero no por mucho.
—¿Qué has dicho? —dice luego de un momento, bajando la voz en cada palabra.
No distingo el tono que usa, no distingo siquiera alguna expresión suya que sirviera para ayudarme a entender a qué quiere referirse. Por primera vez no descifro nada de lo que él me otorga. Sus palabras no salen, y su boca se mantiene cerrada.
Pienso antes de responderle.
¿Había algo que rimara con te quiero?
No, por supuesto que no. ¡O al menos en éste momento no existe en mi cerebro! No existe una frase, por lo menos ahora, la cual mi cabeza retenga. Trato de encontrar algo que ayudara pero me cuesta horrores. Me quedo enmudecida sin saber qué decirle, porque la realidad es que lo que decida a continuación definiría mi relación con Aaron.
Y, con lo poco que entiendo de su reacción, no aseguro que fuera bueno.
Pero había decidido decirlo, había sido algo que estuve guardándome por tanto tiempo, que sentía aquel regocijo que permite hacerme disfrutar de aquella sensación de libertad por haberlo soltado. Llego a pensar que no pude decirlo de forma más simple y concreta, como también pienso que no es momento de echarme para atrás. He tomado un camino, y no hay vuelta que indicara el regreso. Debo seguir delante, caminando hasta encontrar lo que pudiera como resultado de mis pasos tomados y decididos.
—He dicho que te quiero —repito con la fuerza que me empeño en sostener.
Me esfuerzo en mantener la cordura al verlo.
Sigue inmóvil sobre mi, y yo estática.
Trato de no pensar lo peor, trato de que eso no me nuble. Trato de dejar todo pensamiento negativo detrás, pero es difícil cuando del otro lado aún no recibo una señal.
Unos segundos después parece procesar lo que le he dicho porque su cuerpo sale de aquella posición para correrse a un costado. Sus brazos me toman debajo de los codos y hace que me ponga encima suyo, sorprendiéndome cuando su rostro se acerca al mío con seguridad.
Su boca se entreabre pero no para hablar como pienso, si no para besarme.
No reacciono con la misma intensidad que siempre, porque apenas me deja inmutar por ello. Pero le sigo la corriente, dejo que mis labios se muevan con la lentitud que él decide de aquel beso, porque es algo lo cual pueda difícilmente negarle. Apenas se esfuerza en acelerar, porque nos mantenemos así, fundidos en el momento que parece encerrarnos dentro.
Asumo que no es una mala reacción, que quizá esté pensando en su cabeza qué decir a continuación. Pero no me dejo conjeturar en el tema.
Aprovecho tenerlo cerca, disfrutándolo.
Y con él besándome, me dejo perder en esa emoción.
Como lo hago cada vez que decide unir su boca con la mía. Todos los besos que teníamos parecían ser diferentes. Me provocan distintas sensaciones que terminan siendo magníficas, cada una de ellas. Por lo que no dejo pasar la oportunidad mientras sigo moviendo mi lengua despacio, chocando con la suya. Él está a punto de separarse de a poco pero no sin antes estirar mi labio inferior, mordiéndolo con suavidad. Encuentro el éxtasis en ese instante.
—Audrey, he querido tantas cosas contigo.. que apenas puedo enumerarlas —dice una vez separados, tomándome desprevenida. Trago sin fuerza, queriendo escuchar más—. Cada día que pasamos, es uno más para hacerme entender lo lejos que quiero que llegue lo nuestro. No solo lo quiero, lo siento.
Estoy rozando sus labios a medida que mis ojos se fijan en los suyos. Escucho atenta cada frase que suelta.
—¿Estás diciendo que no sabes todavía lo que sientes? —pregunto dudando.
Una sonrisa se escapa de su boca mientras se ensancha hasta hacer una mueca.
—Estoy diciendo que te quiero —dice sin una pizca de remordimiento—. Eso es lo que trato de decirte, Audrey. Mierda, te quiero, nena..
Trato de pellizcarme, porque esto aún parece incierto. Incluso me doy cuenta de la confusión del pulso de mi corazón, sin decidir todavía si latir con más intensidad o frenar por completo, porque haberlo escuchado decir eso es más fuerte de lo que imaginé alguna vez. Hace que casi caiga de la cama, pero recuerdo cuán inmóviles son sus palabras y cómo logran dejarme quieta en mi lugar, mientras trato de reaccionar ante ésto. Ante su confesión honesta, como la que le brindé hace momentos.