Erin se aparece en el living mientras se pone en frente mío, obligándome a pausar la televisión y a observarla con atención. No trae nada en sus manos por lo que sé que debe decirme algo en el momento en el que lo noto. Apenas se mueve, porque parece pensarse lo que dirá.
—Espero que tu excusa sea válida para haberme hecho pausar la película —hablo.
—Descuida, lo es. Nuestros padres saldrán a comer por la noche —antes de poder protestar ella sigue, porque parece entusiasmarse todavía más—. Nosotras no iremos, los chicos nos han invitado a cenar en frente.
De repente me siento intrigada y alzo mi ceja en respuesta.
—Sabía que te interesaría. ¿Crees que no soy consciente de lo que renegarías si te interrumpo mirando una película por una idiotez? —pregunta obvia ella, casi como si fuera una estupidez la posibilidad de hacerlo a esta altura—. Les dije que iríamos.
—Me conoces muy bien.
—Lo sé. Ahora ve a cambiarte, iremos en unos minutos.
Me alcanza el control y apago la televisión a la vez que me paro para ir directo a mi habitación a cambiarme, como bien ha implorado mi hermana hace poco. Debía sacarme la ropa de pijama si pensaba ir a comer con los hermanos Jones, para al menos ponerme algo más decente que lo que traigo puesto. El día había estado horrible, el sol apenas había salido y cuando lo hizo fue para ocultarse una vez más. La tormenta ahora había frenado pero sigue nublado, con aquellas nubes grisáceas y algo negras intercalándose, anunciando el próximo regreso de la lluvia.
Los días así solo podían significar dos cosas: pijama y películas. Sea en la ciudad, o en días de playa. En lo posible con algo de comida también, sobre todo si eran vacaciones con ya de por sí pocas opciones y cosas para hacer. Aaron había estado ayudando a su padre en la semana con una de las cabañas que habían alquilado, pero hoy había trabajado en eso de lleno. Me sentía alegre por poder verlo un rato ahora. Las películas y el pijama no parecían tan favorables y cómodos como el poder tenerlo mientras paso un poco de tiempo con él.
Una vez que termino de cambiarme escucho cómo mis padres gritan desde abajo para dar anuncio a su retirada, saludándonos. Les grito en respuesta de igual forma para que lleguen a escucharme y luego el sonido de la puerta chocando con fuerza es el último que oigo abajo.
—¿Vamos, Aud? —aparece mi hermana de la nada haciendo que voltee sobresaltada. Se ríe ante mi reacción pero le hago ademán de que se calle cuando pongo mi dedo sobre los labios—. Ya, ya, fue gracioso. Pero..
—Sí, vamos. Te agarrará un infarto si pasa un minuto más —no hace falta que acote algo porque sabe que tengo razón. Su obsesiva puntualidad la definiría toda la vida.
Me sonríe feliz en respuesta y la sigo detrás mientras bajamos las escaleras para llegar a la puerta e irnos de la cabaña para cruzar a la que teníamos en frente a tan solo metros. Pasan solo segundos cuando tocamos la puerta y aparece Brad, quien nos recibe alegre como siempre. Mi hermana no tarda en abrazarlo para devolverle el gesto y se separa para yo poder saludarlo también. Estoy a punto de alejarme de él cuando escucho la voz de Aaron cerca.
—¡Eh!—grita de repente él, para hacer que le dirija mi atención ante su llamado—. ¿Quieres a las dos hermanas Bell o qué? Ya tienes una, déjame la otra a mi —bromea él mientras yo me encargo de enredar mis brazos encima de él y besarlo sonriente.
—Toda tuya —escucho a Brad mientras aún ríe con Erin a su lado.
—Lo sé —responde mientras choca su nariz de forma divertida con la mía. Ellos se alejan y me quedo sola con él—. Te extrañé, nena.
—Yo igual. ¿Tu padre te hizo trabajar mucho, eh?
—Ni hablar —bufa, pero no disgustado. Suena cansado, porque me ha dicho que debía de ayudarlo a remodelar ciertas cosas de una de las cabañas cercanas que pertenecen a ellos—. Tuvimos que cambiar varias cosas, estuve un buen rato allí.
—Pero ahora estás aquí —gruño mientras muerdo su labio—, mmm.
—Me encanta cuando te pones así.
Su voz es gruesa y potente, lo que me hace querer besarlo una vez más sin poca gracia, y repleta de emociones fugaces. En realidad comienzan a dejar de bastarme las excusas para hacerlo porque siento que aquello era algo que deseaba con constancia.
Con mi olfato descubro el aroma que comienza a invadir el lugar, y me es difícil no reconocerlo. Cuando se trata de comida, no me sería difícil que fallara en cuál. El olor a tomate picante se mezclaba con el de queso, algo que hizo a mi panza no tardar en crujir. Aaron no deja de pasar por alto mi gesto gracioso, en el que decido mover la nariz en dirección a la cocina y se ríe.
—Huele a pizza —advierto, reparando sobre el aroma.
—Tu nariz está en lo correcto —se burla. Sé que he dado un acto divertido, pero me gustaba hacer reírlo un rato, y no me molestaba en absoluto hacer el ridículo—. Ésta vez es casera.
—Oh, ¿no hay delivery hoy? —inquiero recordando la vez en la que él se había aparecido en mi casa con un pobre intento de chico repartidor de pizzas. Incluso ahora, no mucho tiempo después, el recuerdo parece demasiado lejano. Pero tan satisfactorio como pocos.