La playa está increíble, con la arena lisa y el mar no tan picado. El día es tranquilo, y se asoma un sol radiante, a punto de quemar y hacer que mi cuerpo se torne más bronceado por el calor que emana con tanta fiereza. Hay más gente de lo habitual, pero sigue habiendo espacio para estar al menos. Al parecer, la gente sale de las sombras para disfrutar del día atípico.
Hace calor, y eso hace que deba meterme al océano un rato, al menos hasta las rodillas. Aaron ha insistido en ello, y si bien lo había ignorado al principio, ahora veía poca opción para seguir haciéndolo. Mis pelos comienzan a mojarse por la sudoración del sol incesante pegando arriba de mí por horas, y mis pies queman mientras los apoyo sobre la arena poco mojada de la orilla. Me acerco, y logro meterme hasta la cintura. El agua está fría, y mi temperatura baja al fin.
—¡Cuidado, Audrey! —escucho detrás de mi, advirtiéndome de algo que desconozco. Cuando volteo a medias, lo veo lanzarse sobre mi mientras me tira junto a él más al fondo.
—¡No pienso ir otra vez hacia el fondo! —grito, pero mi petición no se cumple. No quiero repetir la escena de la otra vez, por más tentadora que suene. Al ver que él no me hace caso, insisto—. ¡Aaron, para! ¡Aaron!
Mi desesperación lo alerta, porque de repente frena.
—Solo bromeaba, nena —dice entre risas.
—Pues no me gusta —suelto enojada, pero él no borra su expresión del rosto—. ¿Qué te pasa?
—Que hasta enojada me calientas.
—¡Aaron! —río, mientras atrapa mi labio en un acto veloz. Sus manos sostienen mi cintura con fijeza mientras nada conmigo encima hacia la orilla cercana—. Eso no es justo.
—¿Distraerte? —adivina. Vuelve a hacerlo, con su sonrisa puesta todavía. Me estampa su boca e incluso siento la forma de ella. Mi lengua busca la suya, mientras mis piernas aún se mantienen alrededor suyo, más allá de que pueda tocar el piso frío. Estar de esa forma resulta apasionante, y quizá es por eso que me animaba a seguir allí dentro—. Te encanta que lo haga, no seas difícil.
—Pero tengo un límite, besarte sin sentir un suelo cerca me aterra.
—Miedosa —se burla, besando mi cuello mientras me desenriedo y me bajo de arriba suyo.
Una vez que caminamos fuera del océano, dejando atrás la orilla y sintiéndonos frescos nos acercamos a donde hemos dejado nuestras pocas cosas. Con éxito logramos encontrar cada una de ellas, el toallón sigue estirado y la mochila cerrada. Me acuesto sobre el piso arenoso y no me doy cuenta hasta hacerlo, sintiendo cómo se pega la arenilla piedrosa en mi cuerpo aún húmedo por el agua del cual provenía. Me levanto de un brinco y observo a Aaron reír.
—Mierda —exclamo, mientras trato de sacudirme un poco. Él no pierde la oportunidad, sin dejar de carcajear, para ayudarme también. Sus manos me palpan la zona baja de mi espalda, y sigue sacudiéndome. Yo sonrío—. Claro, tú aprovecha.
En un acto suyo que no espero, utiliza de su velocidad para tirarme al piso una vez más. Caigo sobre la arena con sus manos sosteniéndome para no pegarme con fuerza, y se posiciona arriba mío. Rápidamente la arena pasa a ser segundo plano, porque me concentro en su boca.
Aprovecho aquel momento en el que lo tengo tan cerca y muerdo su labio inferior, haciendo que gruña porque al parecer lo he hecho con agresividad. Apenas murmuro un lo siento poco audible, y ni siquiera se molesta en escucharme porque no deja que abra mi boca más que para recibir mi lengua, queriendo entrar en una danza con ella.
Me vuelven loca sus movimientos intrépidos, y su accionar enérgico.
O quizá, eso es una razón más, porque es él quien logra hacerme poner de esa forma, por el rejunte de cosas las cuales se empeña en demostrarme.
Como ahora, que me besa deseoso de mí, siendo yo lo único que le importa. Nadar es poco relevante, como así también las personas que deben estar observándonos. Mi mano busca su nuca, bajándolo hasta mi. Solo que cuando lo hago termino con él cayendo encima por la poca fuerza que sus brazos ejercían a mis costados. Termina sobre mi pecho, y grito bajo mientras lo veo reír.
—¿Tan cerca me quieres? Puedo traer cinta adhesiva y..
—¡Ya! Lo siento, pensé que sería menos bestia —lamento mientras él se acomoda a mi lado, pegándose un poco pero dando un respiro a ambos, que seguimos todavía con la respiración entre cortada luego de aquel beso desenfrenado—. Tengo arena hasta en el culo ahora.
—¿Y luego me dices que me aprovecho? —contesta burlón—. Sí, la tienes. Y te queda sexy.
—Hasta si hubiera salido del agua con un pez encima lo sería para ti —observo cómica.
—Tienes razón —dice concordando conmigo. Se sienta mientras sacude la mochila y agarra la botella que habíamos llenado antes de decidir venir para aquí. Queda poca, y me ofrece lo último que tiene. Tomo un poco y dejo para él el resto, que terminan siendo dos simples gotas—. Voy a buscar un poco a casa, estamos a unos metros. ¿Me esperas?