Tus Lemas

Capítulo 46

Me levanto para ir directo al baño, haciendo el menor ruido posible pensando que es temprano todavía. A mi lado Aaron está tan dormido que hago mi mayor esfuerzo en no despertarlo. Triunfo en el intento y me escapo de la habitación dejándolo aún con los ojos cerrados y casi babeando la almohada, algo que me hace soltar una pequeña risita que debo callar porque no soy la única que se encuentra en la cabaña.

En las últimas dos semanas nuestra rutina comienza a incrementarse, las noches juntos aumentan y nos turnamos en cada una. En su mayoría las pasabamos en la que me encontraba junto a mis padres, pero ayer los Jones me habían invitado y terminé quedándome aquí. Ellos no dejaban de tener su deje de seriedad, pero eran igual de amables que los míos si te adentrabas en su mundo.

Cuando salgo del baño vuelvo a ir al pasillo para ir directo a la habitación de Aaron, pero en el camino me cruzo con su madre, quien mira por unos segundos lo que traigo puesto de forma graciosa. Traigo puesta la remera de su hijo que apenas llega a las rodillas, incluso un poco más arriba. Trato de que no me averguence, pero es tarde. Ella me sonríe amable y aún con su gesto me es imposible obviar el calor que siento en mis mejillas.

—Buenos días —habla con normalidad. Esperaba a que susurre pensando que aún todos dormían, pero no lo hace y me replanteo qué hora es realmente.

—Buenos días. Lo siento si hice ruido y te desperté —lamento.

—Querida, no lo has hecho —se ríe— Ya estamos despiertos hace rato.

Eso confirma mi teoría. Me muestra la hora en el reloj que trae puesto y veo que dan las once. Mientras ellos estaban ya levantados, yo trataba de hacer el menor ruido posible tratando de pisar el piso en puntas de pie. Al menos no era la única que estaba dormida.

—Ahora nos iremos a la playa. Te preguntaría si quieren venir, pero Aaron aún no está despierto ¿cierto?

—Aún no. Quizá más tarde vayamos, gracias —le digo mientras la veo asentir para voltear y bajar las escaleras.

Me acerco a la puerta de la habitación para encontrarla entre abierta, justo de la misma forma en la que la había dejado. Al parecer Aaron no había tenido intención ni de despertarse, o siquiera había notado mi ausencia en esos minutos. Yace en la cama con los ojos cerrados y estirado en medio de ésta. No me atrevo a moverlo o a intentar despertarlo, si no que pienso hacer tiempo preparando algo para desayunar abajo. Tenía hambre. Y estaba segura de que él la tendría también en el momento en el que se levantara.

Si es que lograba hacerlo algún día.

Claro, yo soy la menos indicada para pensarlo luego de ser catalogada en la familia como la que más dormía constantemente y a la que más era difícil despertar.

Bajo las escaleras encontrándome con la parte de abajo completamente vacía. Al parecer ya se habían ido a la playa como me había dicho su madre. Estoy sola, y el espacio por ello resulta ser exagerado. Camino hasta la cocina y abro la heladera para esperar encontrarme algo dentro, pero lo que hay sobrepasa lo que había llegado a imaginar. Hay tanta comida que me asombra, y me quedo pasmada observando.

Termino agarrando algunas frutas para luego cortarlas en rodajas y un paquete de pan estupendo al tostarlo. Reviso los estantes de la puerta de la heladera y veo las mermeladas. Una sonrisa inmediata se apodera de mi rostro al notar la de frutillas, lo que me recuerda aquella vez que él me había despertado y se había quedado a desayunar para solo quejarse de la que usaba yo de duraznos.

No dudo en agarrarla y sonrío maliciosa al considerar traer desde mi casa la que a él no le gustaba solo para molestarlo. Como una especie de querer recrear aquel momento, en el cual había logrado enfadarme. Estoy a punto de intentarlo, solo que me veo interrumpida en mi próximo accionar por el ruido de los pasos de él bajando las escaleras, lo que me hace borrar esa idea. Quizá en otra instancia.

Me quedo de espaldas a la entrada de la cocina mientras sigo cortando la fruta y no hace falta voltearme para saber de quién se trata. Aaron me abraza detrás y me encierra entre sus brazos. Apenas tengo espacio para darme vuelta y enfrentarme a él. Cuando lo hago puedo observar su cabello aún revuelto, sus ojos cansados y su ropa arrugada, pero aún con su sonrisa intacta e íntegra.

—Mmm, huele rico.

—¿Las frutas? —pregunto aún entre sus brazos.

—Tu cabello.

Lo dice mientras hunde su nariz en él y entra en risas cuando me separo porque noto lo que hacía. Se estaba burlando de mi pelo revuelto.

—¡Aaron! Aparte, tú lo tienes peor.

—Supongo. Aún no fui al baño a verme —bromea—. En realidad me desperté y no estabas, cuando me cansé de esperarte pensando que estabas en el baño me levanté. Resulta que ni siquiera estabas ahí, si no que en la cocina. ¿Dónde están todos?

Lo veo tan abrumado que me causa gracia. Suena confuso y adormilado. Ese era mi mismo estado en casi todas las mañanas que pasaba en casa, despertándome desorientada y con mi familia burlándose un poco si estaban presentes para hacerlo. Ahora entendía lo divertido que era, aunque seguiría enojándome con ellos por hacerlo y querer molestarme de vez en cuando.




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