Una semana ha pasado de mi ruptura con Aaron. Una semana en la que, sin poder subordinar mi accionar, me aferré a la melancolía y añoranza. Una semana que me llevó a un desconsuelo inimaginable, arrojando todo lo que llevaba acumulado con el pasar de los últimos días.
Decidí muchas cosas, pero la más coherente había sido evitar palabra con él. Al irnos, me vi forzada a agradecer la cordialidad de la familia Jones al brindarnos un gran hospedaje que terminó ocupando el verano entero. Y durante el transcurso de aquel agradecimiento, volví a verlo.
Una última vez, antes de marchar.
Intentó hablarme, e incluso se disculpó por los medios en los que le eran fácil de llegar a mi. Pero había expresado mi falta de interés y mi afirmación en mantenerme alejada con claridad, aterrada de verme atraída y enredada entre sus palabras, dejando pasar por alto lo dolida que aún me encuentro. Y que, ahora de vuelta en casa, lo sigo estando. Y mientras espero a que esto no me sobrepase, a que ésta sensación con amargura abundante y que hace traerme picor en mis ojos finalice, me alejo del mundo exterior por unos días más.
Me mantengo encerrada, sin parlotear y con desgano en conversar.
Maldigo entre dientes por cada sensación horrible que surge, algunas nuevas que experimento a medida que el tiempo sin verlo aumenta cada vez más.
Sin querer musitar ninguna palabra, guardando cada una que aún se formula en mi cabeza y se ahoga en ella. No escondo mis lágrimas, ni oculto mi llanto desconsolado. Dejo liberar todo en mi en la soledad, rodeada de sábanas desplegadas y llegando hasta el suelo del piso, con objetos tirados producto de mi enfado al llegar, y mi cuerpo recostado en medio de aquel caos.
Quienes me rodean son conscientes de mi falta de expresión, y mi dificultad sobre conversar de cosas que me invaden sin pudor, que me lastiman. No les importa mantenerse al margen porque, al fin y al cabo, es lo que en silencio les pido.
Les agradezco de la única forma en la que puedo. Haciéndoles saber que, su intención en no estorbarme para dejarme me es grata. Mi familia no pide más que mi presencia en la mesa, y a veces mi madre hasta me deja sola en la cocina para hornear algo y así, al menos unos minutos, despejar mi mente.
Que a ésta altura, vuela en la lejanía.
Todo comienza a acomodarse para el resto, pero no para mi. Mi vida debía continuar, mis estudios no podrían esperar y mi rutina está a punto de comenzar. El verano había finalizado, tan largo como corto a la vez. La vida en la ciudad me alcanza lentamente, y es hora de recomponerme.
En el proceso, me aseguro de sentir lo menor posible aquella sensación tortuosa que aún choca con dolor en mi pecho, firme en su nombre y con mi cuerpo recordándolo, añorante de sus caricias y besos cálidos.
Pero sé cuán doloroso resultaría, a la vez, contar con ellos ahora.
Su actitud desafiante, sus palabras picantes y su accionar pendenciero aún quedan grabados. Una parte de mi, aún lo recuerda con regocijo. Anhelo su pasión, su honestidad palpable acompañada de sus gestos sinceros a la vez. Pero eso acaba en cuando recuerdo su falta de interés en prestarme atención, en ignorar lo que le aconsejaba, en lo que había hasta prometido. En lo que dijo. Aquella frase, que aún me hace remover en el suelo.
No me importan sus explicaciones, mucho menos su pena. Me ha lastimado, y si eso a la vez lo hace con él, no es algo que estaba en mi poder. Había tratado de evitar la situación, de ir hasta por otro camino, queriendo que él me siga.
Por desgracia, había tomado el contrario.
Obvió mi habla, y me restó importancia. Dejó que la ceguera sea su compañera, y que desate la ola de caos y sufrimiento que acompañaron el resto del camino. Hiriéndome con sus palabras, quizá erradas, pero dichas al fin y al cabo. Espero que aquella obstinación suya me alcance, solo para evitar pensar en cosas que a esta altura me agobian, y hasta me lastiman más. Pero no lo hace, y eso hace que permanezca extraviada en el mundo de pensamientos que llevo dentro.
Pienso en ello, para tratar de dejarlo.
Espero finalmente escapar, con dificultades de por medio, de las sensaciones dichosas que insisten en quedarse, penetrándose en mi solo para herirme con mayor intensidad.
No lo logro, una vez más.
Lo recuerdo a él, y en mi falso intento de alejarlo, solo lo acerco más.
El proceso parece repetirse reiteradas veces, y decido dejar el tema de una vez. Permanezco así por un tiempo largo, sintiendo de forma desganada cada emoción que me atraviesa. Me dejo estar, y eso parece liberarme. Dejo de inventar barreras que se vuelven hasta forzosas en mantenerse, y con dificultades en derribarlas. Espero a acercarme a lo que parece que se me ha olvidado, mi bienestar. Solo que parece algo lejano de alcanzar.
Aún sus facciones me son familiares, sus caricias parecen arraigarse a mi con fuerza y sus palabras de consuelo y goce hacia mi abundan. Extraño la sensación de tenerlo, de sentir su presencia merondear. Y sé cuán difícil resultará acostumbrarme y de, incluso, intentar frenar esa sensación, con intención de finalmente borrarla.
El camino es largo, y mi calvario recién inicia.
Es irónico cuántas veces pensé en querer tener su presencia de forma constante. Quise que se quede, que termine haciéndose costumbre. Porque estar a su lado parecía más fácil que intentar no estarlo. Todo con él, aprendí, se hacía mucho más divertido. Llegué a pensar en cuán bien me la hacía pasar, sin considerar a nadie más.