Tus Lemas

Capítulo 55

Permanezco en el auto un rato más hasta esperarlo. Pero la espera termina haciéndose interminable, porque los pensamientos me abaten y mis manos siguen manteniéndose inquietas. Trato de frenar mis movimientos nerviosos, y mis ideas alocadas. Pero mi intento, una vez más, resulta ser en vano. Porque no es fácil rendirme ante algo que aún se encuentra con fuerza, queriendo batallar hasta el final.

Los segundos pasan, y los minutos corren.

Mi mente se transforma en una melodía de posibles salidas de ésto, y de manera las cuales enfrentar cada una de ellas. Me encuentro en la soledad del asiento de mi auto, con mi cerebro danzando y mi boca apretada. Repito, una y otra vez, que ésto es lo que necesito para superar lo que sea que esté experimentando en éste momento. Que, en realidad, podré superarlo. Una vez que hable con él, mi mente podrá descansar en paz con la calma de poder enfrentarlo.

Claro que, en mi cabeza suena mucho más perfecto.

Y la realidad, apenas lo es por asomo.

No puedo engañarme a mi misma, porque sé lo ingenua que sería si pensara que luego de ésto mi vida volvería a ser la misma que antes. No podría ser la misma, porque yo he cambiado. He pasado cosas que antes me eran desconocidas. He sentido cosas, que aún luchan por mantenerse intactas y que no permiten que se borren de una vez.

Mi yo de hace unos meses, es poca comparación con lo que resulto ser ahora. Antes no se me dificultaba tanto decir todo lo que pasaba por mi mente, ni mucho menos expresarlo con acciones. No dudaba, y apenas musitaba. Iba al grano. En cada ocasión, yo era quien saltaba primero para decir lo que imaginaba. Lo que consideraba, y pensaba. Mantenía firmeza, porque nada me retenía. Ahora, me es casi imposible hacerlo.

Las cosas para decir son incluso más difícil, y más dolorosas.

Porque la realidad es que, los temas son más complejos. Y mis emociones distintas. He cambiado, como he pensado anteriormente, y eso me ha llevado a ser quien soy ahora. Sigo siendo segura, y hasta tengo más coraje en mi misma, más atrevimiento. Pero tengo miedo, uno que antes, para mi, permanecía ausente. Mis sentimientos son los que están en juego, y mi corazón desbocado a punto de palpitar hasta llegar a su máximo esplendor, podría delatarme.

De hecho, ya lo está haciendo.

Y lo hace aún más cuando lo veo llegar.

Su moto veraniega no es la que aparece junto a él, porque al parecer lo que me dijo una vez al estar juntos en el anochecer de la playa acerca de tenerla para esos meses, es cierto. Es extraño verlo sin su casco, sin tener esa imagen suya de él quitándoselo mientras sus pelos se mezclan dejándolo completamente despeinado. Incluso echo de menos aquello.

Mierda, ¿es que qué cosa no extrañaba suya?

Aparca con su auto negro azabache adelante mío, y se asegura de cerrarlo una vez que baja. Voltea, sabiendo que me encuentro detrás suyo incluso antes de estacionar. No se sorprende de la imagen que le doy, una en la cual me encuentro atrapada en mi asiento, con el culo bien pegado y con las luces apagadas, apenas con la luna alumbrando en la noche nublada.

Desbloqueo las trabas de las puertas para que él entre al asiento de copiloto, y en cuestión de segundos sube mientras se posiciona hasta finalmente acomodarse y quedarse ahí, a mi lado y observándome sin saber qué decir. O al menos al principio.

Está desarreglado, no es el Aaron bien arropado que conozco, y es irónico que yo esté igual. La apariencia entre ambos no había sido lo primordial jamás, pero me daba una idea de cómo se vestía. Y ahora, observando sus pantalones desgastados y su remera con una estampa de banda de rock que no reconozco, que parece un sticker a punto de despegarse por los años que debe tener, dan la idea contraria.

Mis ojos suben hasta él, despegándose de su vestimenta y dejando de obviarlo.

—Te hubiera ofrecido venir a mi auto, pero me has ganado —confiesa hablando por primera vez.

—Hubieras tenido una chance. Creí que vendrías con la moto —digo, manteniendo la compostura. Él niega con la cabeza a punto de contestarme.

—Una vez te dije que no era de usarla en la ciudad —responde. Le hago saber que lo recuerdo, asintiendo. Aaron sonríe de lado—. Pero si la extrañas, no me molestaría traerla.

Eso me hace sacar una sonrisa, porque su deje de gracia se mantiene intacto y logra lo que con tan poco esmero espera. Incontables veces son las que me he reído con él, pero las que lloré por él también, comienzan a tratar de igualarse.

El silencio entre los dos comienza a abundar, porque su palabra es lo último que queda dicho en el ambiente por un buen rato. En su cercanía, vuelvo a sentirme viva.

Pero a la vez, mi corazón batalla ilimitados sentimientos.

No tengo mucho para decir, porque son las cosas que siento lo que más permanece en mi cuerpo, insistiendo en decirse y en tomar forma de palabras.

De confesiones.

—Audrey.. —cierro mis ojos con fuerza al escucharlo nombrarme. Mi estómago se estruje entero, seguido del resto de mi cuerpo tiempo después—. Te he extrañado. Desde que llegamos a la ciudad, no encuentro momento en donde pueda despejarme. No logro sacarte de la cabeza, y eso me ha hecho darme cuenta de una cosa. Te has metido en mi corazón, y es por esa misma razón que me cuesta tanto todo éste lío en el que yo nos he metido.. Te quiero, y lo sabes.




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