16 de enero de 2014, 2:03 p.m.
Amy Aravena, 13 años de edad
El sonido del viejo reloj de madera de pino alteraba más mis ansias por salir, hacía ligeros movimientos con mi pie diestro sin hacer contacto contra el piso. Mi respiración se iba alterando levemente en forma gradual cada vez que la manecilla del reloj avanzaba sin compasión alguna, mis ojos estaban clavados en ese círculo con números grabados ahí y mis dedos batallaban entre sí para calmar mis ganas de salir huyendo hacia mi destino.
—Uno, dos, tres y listo —decía mi madre mientras le daba el último arreglo a mi trenza.
Inmediatamente me levanté sin mirarla, di unos pequeños giros para ver mi caballera reflejada en el gran espejo que colgaba en la pálida pared de mi pieza. Mi impaciencia se esfumó por unos instantes para poder observar cuidadosamente los retoques que tenía en mi castaño peinado, no era lo que tenía en mente, pero no podía retrasarme ni un minuto más.
—¡Perfecto! —mentí.
No me preocupaba mucho en no decirle exactamente lo que pensaba a mi madre, nunca le hallé importancia alguna en transmitirle lo que realmente sentía, ya que ella me mantendría otro rato más sentada para hallar una forma de arreglar lo que acaba de hacer en mi cabeza.
Tomé todo lo que necesitaba, y me di rumbo hacia a la academia a la que ya he asistido aproximadamente 3 meses. Siempre había tenido la idea de ser una gran solista reconocidamente a nivel mundial o, al menos, ser el tema de conversación de aquellos pocos con gustos únicos musicales, aunque reconozco que no soy la mejor, siempre trato de mejorar todos los días.
Llegando a la parada del transporte público me encuentro con mi mejor amigo, Paul, y, gracias a que no quería ir sola, logré persuadir para que se inscribiera al mismo curso de canto, solamente bastaron varias suplicar para que él accediera sin oposición alguna.
—Hola, Amy —me saluda Paul alzando cuidadosamente su mano—, ¿lista para fallar otra vez?
Puedo ver como Paul intenta oculta su burlesca sonrisa que estaba tomando forma su boca.
—Eso es lo que querés —respondí con mi mirada desviada, un brusco volteo de mi cabeza, y una insignificante exhalación.
Al principio de todo ese tema del canto no le interesaba, pero al paso que avanzaron las clases fue él quien empezó a tomar la iniciativa de crear una clase competencia para saber quién es el mejor.
Tuvimos una corta platica mientras esperábamos que el transporte avecinarse. Normalmente Paul me relataba acerca de chifladas aventuras que tenía cada vez que salía a pasar el rato con sus hermanos, si bien yo ya estaba acostumbrada a oír de esos asuntos, hoy me habló de algo que no me esperaba.
—¿Sabés? Dicen van a cerrar nuestra primaria —me contaba con un tono algo serio.
Había escuchado a mi madre hablar con otras madres de mis compañeros sobre el supuesto cierre de la preparatoria, empero, a lo que había escuchado a escondidas, ya que mi madre no quería que escuchara esa conversación, había sido un rumor y nada más de eso.
—¿Seguro de lo que hablás? —pregunté dudosa, algo dentro de mí no sabía si eso lo que decía era una broma o algo que sí era verdad.
Paul sólo se abstuvo a mirarme sin gracia alguna. Sé que él acostumbra hacer inofensivas bromas, pero no lo sabía cómo tomarlo, ya que había escuchado a otras personas con mayor seriedad hablar del tema, además que Paul es un chico estudioso, él no es de esos que detestan o prefieren estar haciendo otras cosas durante los estudios.
Mi amigo no es una persona tan sociable, siempre pasa rodeado con personas que ya llevan varios años con contacto alguno, lo que significa que una gran mayoría de sus amigos van a la misma preparatoria, y un cambio drástico le afectaría bastante, causando con ello que tenga que iniciar desde cero a conseguir a nuevos amigos y una gran posibilidad que ingresemos a preparatorias distintas.
—Espero que sean rumores —confesé sin expresión alguna.
Paul solamente se resignó a mirarme con lástima, él sabía que un cambio tan grande podría traerle problemas de confianza. Desde que lo conocí he sabido que suele tener muchas inseguridades sobre su apariencia, algunos compañeros de clase suelen molestarlo con chiste de mal gusto acerca de su físico, sin embargo, yo siempre lo he visto de una manera atractiva; sus grisáceos ojos, nariz puntiaguda, pelo de una tonalidad marrón y su esbelto cuerpo, eso es lo que creía de él, pensamientos que jamás le diría.
Se mantuvo un silencio que parecía ser perenne, tanto así que sentía que mi corazón latía sin parar, mis piernas y brazos se pusieron regidos y mis ojos no se despegaban del rostro de mi amigo.
—¿Amy? —pregunta Paul al mismo tiempo que su mano se agita al frente de mí.
Solté un minúsculo chillido, me asusté. Había perdido la noción del tiempo, el transporte ya había llegado y no lo escuché.
—Vamos, levántate —decía él mientras me tomaba de mi mano para ayudarme a levantarme.
Entramos y pagamos, había pocos pasajeros, calcularía que unos 8 contándonos. Paul sugirió sentarnos en lo más cerca de la entrada del transporte, así que sin dudarlo yo me puse al lado de la ventana. Mientras ya estábamos rumbo a la academia, Paul estaba buscando algo entre sus bolsillos, y yo intentando limpiar mis zapatillas.
Todo estaba transcurriendo con normalidad, no había nada que estuviera fuera de lugar, excepto lo de la primaria, pero, sin contar con ello, todo transcurría con normalidad, hasta que el chofer frenó sin previo aviso. Mi respiración se detuvo, un insoportable sonido y dolor por todo mi cuerpo surgió de la nada; fue cuando recibí un golpe en mi cabeza que dejé de escuchar, el dolor se desvaneció y un frío penetrante se arraigó, empezando desde mi frente, ojos, oídos, hasta mis piernas.
Sentía como mi ropa se movía de manera alguna, un grácil viento estaba acariciando mi rostro delicadamente por donde antes había una ventana y la ataraxia ya era la dueña de mi vivir. En ese momento ningún recuerdo se me vino a mi mente, ni imágenes y sueños, únicamente el tropel de diminutos cristales que rozaban mi brazo y rostro.