Última Señal

Capítulo III

25 de enero de 2014, 11:26 a.m.

Paul Rivera, 12 años de edad

Podía sentir como mi cuerpo se encontraba dormido, me costaba algo respirar, notaba una ligera presión en el pecho, pero no era tanto para decir que se me dificultaba. Intenté abrir mis ojos, no pude abrirlos, había un pesor que me impedía hacerlo.

—¿Paul? —Escuché a alguien preguntando por mi nombre mientras el sonido de unos pasos suaves se acercaba más a mí—. Ahí seguís, creo que tendré que venir más tarde.

Era una voz femenina, podría atreverme a adivinar que era de una mujer alrededor de 25 años, aunque no lograba reconocer quién era. Traté de moverme, sacudir mis hombros, agitar mis pies, y fue exactamente ahí donde me percaté que algo muy raro estaba sucediendo. A diferencia de mi cuerpo, mis pies no los sentía.

—Todo está estable —mencionó la mujer desconocida.

Seguidamente volví a escuchar el ligero sonido de unos pasos, diría que unos tacones muy bajos, aunque esta vez las pisadas se iban alejando poco a poco hasta desaparecer totalmente.

Después de haberle prestado atención hacia aquel sonido, inmediatamente volví a ser consciente de lo que me pasaba. No podía sentirlos, y los peor vino cuando me enteré que no solamente eran mis pies, sino mis piernas en su totalidad. En ese preciso momento podría jurar escuchar mi corazón retumbar en mi cabeza cada vez más agitado.

Realmente estaba asustado, sin idea de dónde me encontraba, qué me pasó y por qué permanecía mientras alguien quien ni siquiera conozco venía a ver qué tan bien de salud iba yo. Todo era bastante confuso para mi entendimiento.

Sentí que nunca me podría levantar de esta pesadilla que se sentía tan real, hasta que, sin previo aviso, me estaba doliendo mi brazo. Era un tipo de dolor especifico, no era un golpe o alguna fractura como tuve ya hace unos años, era exactamente en un punto de mi brazo, para ser más detallista, en la contraparte de mi codo.

A los segundos, minutos u horas, sinceramente no tenía noción alguna en cuánto tiempo. Realizando una película en mi cabeza, pensé que me había caído o alguien, por accidente, me dejó caer. Era miedo lo que manifestaba viviendo, temía lo peor, temía por mí.

08:21 p.m.

—¿Alguna noticia nueva? —Escuché a alguien preguntar a duras penas.

Esa pregunta me avivó del trance que experimentaba.

—Todo igual —contestó aquella voz que me había hablado—. Si querés, pasá, no hay algún problema que lo visités de nuevo.

Otra vez unas el sonar de unos pasos se dirigían donde me hallaba posado, en este caso el caminar era más pesado y despacio.

—Vas a estar bien —comentaba esa persona con aires familiares, mientras acariciaba mi cabello.

Traté muchas veces de poder abrir los ojos y ver quién era el que estaba acá diciéndome que estaría bien, ¿por qué lo decía?, ¿qué me pasó?, ¿tan grave estoy? No comprendía absolutamente nada.

—Lamento que tu madre no esté aquí —continuaba él—, algún día entenderá que tu bienestar es más importante que nuestras diferencias.

¿Madre? No podría creer que no lo me había pasado por la cabeza antes. No la recordaba, realmente no recordaba a nadie ni a algo. Dónde vivía, estudiaba, jugaba, mis amigos, mi familia. No recordaba nada, ni mi nombre o edad. Fue ahí donde mi angustia empezaba.

—Espero verte pronto —confesó mientras quitaba su mano sobre mi cabeza y se alejaba.

Al menos ya tenía algo en qué pensar. Supuse que él era mi padre, creía que ser así, quién más sabría tanto de mí si no fuese un miembro cercano. Era evidente. No quería que se fuera y me dejara aquí con muchas dudas sin contestar. No quería estar aquí.

26 de enero de 2014, 01:13 a.m.

Unos ligeros sonidos me despertaron de mi sueño, no sabía de qué se trataba hasta que hice otro esfuerzo para abrir mis ojos hasta que lo logré. Percibía un leve peso en mi mirada, si bien ya podía ver, me era difícil poder visualizar lo que me rodeaba.

Creo que me encontraba en una camilla de algún hospital o clínica. Inmediatamente miré mis brazos, tenía unos leves dolores esparcidos ahí, apenas lograba observar que uno que otro moretón, otros más grandes que los demás.

Levanté mis ojos y me esforcé de visualizar mi alrededor. Había unas cortinas grandes y largas que recubrían mis laterales, la pared, que se chocaba con la cabecera de la camilla, era de un color blanco, blanco amarillento.

Dirigí mi vista hacia adelante donde veía otra camilla igual, una sábana azul desacomodada y una almohada celeste aparentemente un poco estrujada. Parecía que alguien recientemente se venía levantando de allí.

Desde la derecha se podía observar cómo provenía una débil luz, intenté de moverme hasta la orilla donde me ubicada. Rápidamente de la nada, recordé sobre cómo sentía mis piernas antes, puse instantáneamente mis manos sobre ellas. Ya las podía sentir y mover, aunque era mínima la diferencia. Traté de levantar mi pie y mover mis dedos. Decepcionante, esa fue la palabra para describir el resultado. Prácticamente fue en vano.

—No deberías de estar despierto a estas horas —decía alguien quien no podía ver proveniente de aquella luz.

—¿Quién es? —preguntaba con temor en boca.

—¿Aún no podés levantarte aún? Qué lástima —añadida el tono infantil que me hablaba mientras se aproximaba.

Se posaba en mis ojos a una niña como de mi edad, delgada y con cabello muy fino.

—¿Cómo te sentís? —insistía ella.

—Creo que bien —dije sin estar seguro de nada.

—Ya veo —comentó dirigiéndose a tocarme el pie—, ¿y qué tal acá?

Pude sentir qué tan fría tenía su mano.

—Normal.

Pasaron unos cuantos segundos de puro silencio, hasta que ella volvió su mirada donde ahorita es encontraba.

—Espérame un momento, por favor —me solicitó cuando traía algo—, ven, te ayudo a subirte.



#38838 en Novela romántica
#3807 en Novela contemporánea

En el texto hay: tragedia, amor, adolecencia

Editado: 01.05.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.