Acfred se releía, su mente, sus pensamientos. Aisha se mostraba pulcra en exceso, casi obsesiva. Laia leía sus libros favoritos, La Señora Dalloway, le encantaba su prosa poética. El día apareció extraño, según las cartas pero al mismo tiempo hermoso. Laia era cartomaciana.
Los jóvenes salieron a hacer sus compras. Traeré todas las frutas verdes que encuentre, digo yo Acfred. Aisha deambulaba por los escaparates con su caminar jubiloso y fresco. ¡Qué bella soy! se dice para sí misma. Laia está reconcentrada, compra quesos, vinos, carnes y muchas verduras. Se juraría que sería vegetariana pero no lo ha logrado. Los tres cohabitaban en un albergue El Emperador. Axel los esperaba en el auto, el albergue estaba enclavado en la parte baja de la montaña Turbón. Solo se podía llegar a ella por auto, a pie se dificultaba mucho. Los jóvenes estaban El Emperador ya que sufrían ciertas enfermedades ya sean mentales o espirituales. Acfred, no podía relacionarse de manera genuina con sus semejantes, le daban episodios de desrrealización. Aisha era una enferma narcisista. Laia que parecía la más adecuada, tenía trastorno límitrofe. Axel vivía con sus sicopatías. ¡Que mañana tan plana, apacible, extática! se dijeron todos al unísono.
La señora Albert, se acercaba a estos jóvenes sobrte todo con Laia, la más educada y discreta. Veía con agrado a Aisha por su atractivo seductor. ¿Cómo estáis muchachos atolondrados?
No podría estar mejor con su amable presencia señora Albert, dice Acfred. Axel se acerca. Besa la mano de la señora. Era una mujer madura, distinguida y adinerada. Hacía donaciones a El Emperador.
Quiero verlos fuera de ese lugar, lo antes posible.
Primero tengo que resolver ciertas cosas, responde Laia, con su esencia intelectual. Yo tengo que hablar con mis padres, dice Aisha. Acfred no responde. Yo vivo la vida como viene y no me preocupo de más, finaliza Axel.