Un amigo extraordinario

Vecinos raros

DESPUÉS de mi desastroso comienzo en las ligas mayores no me dieron muchas ganas para regresar en camión, porque ahí es donde las noticias de la escuela se corren muy rápido y más las que involucran situaciones embarazosas, así que, al sonar la campana agarré mis cosas y me preparé para la caminata hacia mi casa.

Llamé a la puerta. Nadie me contestaba, hasta que de repente una voz traspasó las paredes y preguntó:

–¿Cuál es la contraseña?

–¿Contraseña? – Dije con asombro

–¡Error, intente de nuevo!

Ya un poco desesperado y con ganas de entrar exclamé:

–¡Abuelo! No se haga el chistoso. Usted sabe bien que soy Miguelito, su nieto.

Diciendo estas palabras la puerta se abrió un poco liberando la mano de mi abuelo Alejandro que me jaló adentro de la casa.

–¡Abuelo! Sé que usted reconoció mi voz desde un princi- -

–¡Shhh, cállese m’ijo que los vecinos lo van a escuchar!        

–¡Alejandro! Deja de espiar a los vecinos y vente a comer–Dijo la voz de mi abuelita Conchita, quien salía de la cocina con una olla llena de mole con pollo.

–Tu abuelo ha estado muy inquieto con la llegada de los nuevos vecinos–retomó el tema mi abuela––, dice que son raros, que no tienen muebles, que son muy excéntricos y no hablan con nadie.

–¡No estoy loco Conchita! ¡Esa gente es rara y lo voy a demostrar! –Dijo mi abuelo mientras se metía un buen bocado de mole con pollo a la boca.

Cuando yo ya estaba a punto de sentarme a la mesa volvieron a tocar la puerta. Era mi hermana Claudia, al verme ya en casa sorprendida me preguntó:

–¿Por qué no volviste en autobús? ¡Te estuve esperando a que salieras de la escuela! Y lo más importante ¿Por qué no me avisaste?

–Lo siento. Hoy hice un gran ridículo, me sorprende que no te hayas enterado. Sin querer entré dos veces a la habitación equivocada. Me temo que no cause buena impresión a la señorita Francis y a la directora. –Le expliqué a mi hermana mientras volvía a retomar mi asiento en la mesa. Mi hermana me miró comprensivamente y tomó un asiento en medio de mí y mi abuela Conchita.

Cuando finalmente acabamos todos de comer decidí salir a montar la bici un rato. Mi hermana Claudia se quedó ayudando a recoger la mesa con mi abuela Conchita mientras que mi abuelo Alejandro iba a su cuarto a sacar juegos de mesa para la noche familiar.

No estaba tan lejos de la casa de mis abuelos cuando choqué con un niño de mi misma edad, se veía tímido, tenía gafas y llevaba tres libros relacionados con galaxias y planetas los cuáles se le cayeron al chocar conmigo.

–¡Lo lamento mucho! Permíteme ayudarte

–No lo necesito, gra- -

–Aquí tienes. ¿Cómo te llamas?

 Una expresión de pánico se asomó por el rostro de ese niño y antes de que pudiera decir algo más se fue corriendo a la casa de enfrente donde los nuevos vecinos vivían ahora.

–Vaya que si son extraños…– Pensé mientras daba otra vuelta al vecindario en mi bicicleta.




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