Un amigo extraordinario

Trabajo en casa

ME adelanté a salir de la escuela para avisarles a mis abuelos que el hijo de los vecinos raros iba a ir a la casa para terminar el trabajo que gracias a nuestra imprudencia no habíamos logrado acabar.

–Ay, Miguelito. ¡Mire como está la casa! ¡Pero qué vergüenza! – Dijo mi abuela mientras iba de un lado a otro trayendo y lavando trastes.

–¡Niño irresponsable! ¿Por qué nunca acaba nada a tiempo, Miguel? – Gritó mi abuelo

Al terminar mi abuelo de decir esto se escuchó el timbre. Era mi hermana, Claudia. Le abrí la puerta mientras le explicaba lo que había pasado en clase de la señorita Francis. Sin dudarlo se puso a escombrar los sillones, la mesita de centro y a preparar dos vasitos de limonada para que Manuel y yo pudiéramos hacer la tarea a gusto.

Pocos minutos después de acabar de arreglar la sala volvió a sonar el timbre. Claudia fue a abrir antes de que el abuelo pudiera hacerlo y así poder evitar una segunda mala impresión. Manuel entró cautelosamente, viéndose desconfiado, pero se le quitó al ver a mi abuelita trayéndole un plato de galletas recién horneadas.                                                                                                        –Ven, toma asiento, Manuelito. Aquí estarán haciendo la tarea. –Dijo mi abuelita con una voz cálida mientras lo dirigía a la mesa del comedor.

Manuel tomó su lugar en la mesa al igual que yo. Mis abuelos y mi hermana dejaron el comedor para que pudiéramos trabajar. Un silencio incómodo llenó la habitación, no sabíamos que decir o hacer. Manuel comenzó a tamborilear sus dedos contra la mesa impaciente, yo trataba de simular estar distraído cuando de repente entró mi hermana, con seguridad, tomó un lugar a lado de mí y nos preguntó:

–¿Todavía no inician? ¿Necesitan ayuda?

Con un suspiro de alivio asentí ligeramente con la cabeza, mi hermana comprendió la señal y prosiguió:

–Veo qué aún no se han puesto de acuerdo. Bueno, iniciemos entonces. En total deben hacer nueve cosas, ya sean planetas, astros o estrellas. Uno tendrá que hacer cinco y el otro tendrá que hacer sólo cuatro. ¿Quién se ofrece?

Manuel levantó la mano un poco tímido y dijo:

–Yo puedo hacer los cinco. Haré a Marte, Júpiter, Venus, Tierra y Saturno.

–Eso me deja a mí con Urano, Neptuno, el Sol y la Luna. –Dije.                                                                                                                          Una sonrisa victoriosa se asomó por el rostro de mi hermana y durante una hora estuvo allí ayudándonos a darle otra capita de pintura a la maqueta del sistema solar. Después de eso tuvo que irse, pues ella tenía sus propios deberes por terminar. Manuel y yo nos quedamos un buen rato admirando nuestro trabajo hasta que agarró sus cosas y se despidió cordialmente de mí y de los demás.          Gracias a ese día sé que puedo contar con mi hermana y aunque ella tenga sus propios problemas siempre estará ahí para ayudarme en lo que sea.

Al día siguiente la señorita Francis orgullosamente presumió nuestra maqueta enfrente de la clase y nos dio un diez en todos los aspectos. Bueno, excepto en la puntualidad…




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