LA señorita Ana daba clase de física. Ella era muy buena y entusiasta enseñando su materia hasta que le llegó el momento de jubilarse…
Retomó su lugar la señorita Georgina, una maestra increíblemente regañona y mandona, en especial conmigo.
–¡Robles! Dígame. ¿Por quién fue descubierta la ley de la gravedad?
–Isaac Newton, maestra.
–¡Incorrecto! Rodríguez. Responda bien y se lleva un punto extra.
–Fue Isaac Newton, señorita.
–¡Eso es correcto! ¡Felicitaciones, se ha ganado un punto!
No importaba que tratara, siempre terminaba en desastre. La señorita Georgina era la peor, nunca podría escaparme de sus garras.
Llegó el día de mi muerte, en pocas palabras, llegó el día del examen rápido, un pequeño test que contenía todo lo que habíamos visto en la semana. Manuel, Rodríguez y yo nos la pasamos estudiando y memorizando todo lo que venía en nuestros libros y apuntes, pero muy en el fondo yo sabía que eso sería en vano ya que la señorita amaba reprobarme.
–Tienen treinta y cinco minutos para acabar. ¡Comiencen!
Respondí las quince preguntas como torbellino. Absolutamente todas me las sabía. Era pan comido. Caminé al escritorio para entregarle mi examen a la maestra. No me sorprendió que me viera mal antes de hacerme regresar a mi asiento.
–¿Crees que me repruebe a propósito? –Le pregunté a Rodríguez.
–Hmm… Es una gran posibilidad. –Respondió.
–Qué motivador–Le dije mientras me ponía a leer en silencio en mi lugar.
El día de la entrega de calificaciones por fin había llegado. Después de recreo, tomé mi lugar muy entusiasta y confiado de que me había ido de maravilla en aquel examen. La maestra entró al salón, dejó su mochila sobre su escritorio y empezó a entregar los dichosos papeles.
–Buen trabajo, Ortega. Bien hecho, Godínez. Será a la próxima, Hernández. ¿Estudió, Vázquez? Buen esfuerzo, Barragán…
–Ya casi llega a mi fila. ¡Qué horror! – Pensé.
El momento de la verdad llegó. Esto afectaría mi calificación general así que crucé los dedos y recé para que la señorita Georgina por una vez en su vida no gozara en verme sufrir.
–¡Vaya, vaya! ¿Pero qué tenemos aquí? ¡Ah sí! Es un cinco, muy mal hecho, Robles. ¡Felicidades, Rodríguez! Tiene un diez. ¡Mendoza, tienes diez también!
No lo podía creer. ¡Era insólito! Me la pasé estudiando con mis amigos. ¡No pude haber reprobado! Memoricé todo lo que Manuel y César.
–Préstenme sus exámenes, quiero comparar.
–Está bien, tómate tu tiempo.
Mis respuestas eran idénticas a las de ellos. Respondí todo el examen correctamente y la maestra lo sabía.
–¡Exijo cambio de mi calificación! –Grité a la maestra.
–¿Y por qué debería hacer eso, jovencito?
–¡Porque tengo pruebas! Los exámenes de mis dos compañeros aquí presentes tienen las mismas respuestas que yo. Eso significa- -
–¡Eso significa que les copiaste! Por eso te puse la mitad de los puntos que merecías.
–Pero ust- -
–¡Nada! ¿Acaso se quiere ir a la oficina de la directora?
Cerré los puños fuertemente tratando de contener mi furia. Manuel y Rodríguez se dirigieron a mi asiento para ayudarme a calmar. La maestra me sonrió burlona y salió del salón. César se sentó delante de mí y me dijo:
–No te preocupes, sé dónde está la casa de la señorita Georgina. Podremos ir en la noche a buscar pruebas.
–¿Estás loco? ¡Si nos descubre nos expulsarían!
–Pues es la única manera de salvarte el pellejo.
–¡Agh! Está bien, pero hay que ir rápido.
Esa noche todos salimos de nuestras casas, cuidando de no hacer ruido llegamos a casa de la señorita. Entramos por una de las ventanas que estaba abierta. Ella se encontraba en su habitación dormida. Nos dirigimos al estudio y allí hallamos la gran prueba. Su diario.
–Anda. ¡Léelo!
Dándome ánimos abrí el cuaderno y empecé a hojear. Me detuve en una página que tenía por título “Estudiantes que odio”. Tal franqueza me ayudó a encontrar pruebas. Esta era mi salida de las nivelaciones y si tenía suerte también de la maestra. Como era de esperarse, mi nombre estaba en la lista de los más odiados. Nunca había estado tan contento de que alguien me odiara, ese era mi pase de salida y no lo iba a dejar ir jamás. Arranqué la página y Manuel, Rodríguez y yo nos volvimos a salir por la ventana.
A la mañana siguiente, corrí a la oficina de la directora, me acomodé bien mi cabello mientras me abría, al verme sonrió y me dijo:
–Hola, Miguel. ¿Qué se le ofrece?
–Mire, últimamente la maestra de física me ha estado haciendo trampa en el tema de mis calificaciones y tengo pruebas. Se las vine a enseñar.
–¿Y por qué cree usted tal atrocidad?
–Pues, porque el día de antier presentamos un examen rápido, el cuál respondí bien, pero me puso cinco y se respaldó en que yo le había copiado a mis compañeros cuando en realidad sólo estudiamos juntos.
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Editado: 06.05.2021