Un amigo extraordinario

La excursión

LA directora organizó una salida fuera para así hacer más interesante la vida escolar. La señorita Francis era la encargada de hacer los equipos para dividirnos en distintos autobuses y no perdernos en el transcurso del viaje. Entusiasta, entró por la puerta del salón y nos dijo con emoción:

–¡Chicos, en dos días asistiremos al acuario! Deberán hacer tres equipos de cuatro integrantes para poder caber en dos camiones. La directora, el profesor Javier y yo iremos con ustedes. Sus padres tendrán que firmar el permiso para que puedan asistir.

–¡Vaya! ¡El acuario! – Pensé mientras me imaginaba a los peces de todos colores y tamaños nadando despreocupados, felices de la vida.

El profesor Javier pasó entregándonos las circulares que nuestros padres tenían que firmar, en eso, me percaté que Rodríguez había faltado a la escuela. De seguro estaba enfermo otra vez…

–Profesor, Rodríguez faltó…

–¡Agh! ¡Tenía que ser el señor Robles! ¿Si es tan acomedido por qué no se lo lleva? ¿Eh? ¡Fíjese en usted, no en los demás! ¡Chismoso! –Me dijo enojado al momento en qué me aventaba todas las circulares a la cara.                                                                                   

A la hora de la salida Manuel y yo nos dirigimos a casa de Rodríguez. Al llegar, su madre nos abrió la puerta.

–Hola, señora. ¿Está aquí Rodríguez? –Pregunté.

–Sí, aquí está, pero desgraciadamente tiene fiebre.

–¡Oh! Es que vamos a ir al acuario dentro de dos días y me pidieron que le entregara esta circular a usted.

–Muchas gracias, Miguelito, pero me temo que no podrá asistir.

–Por favor, déjelo ir. Le prometemos que lo cuidaremos muy bien.

–Está bien. Todo depende de cómo amanezca el día del viaje.

–Gracias, señora.

–A ti, Miguelito.

El día del viaje al fin había llegado. Agarré mi mochila con mi almuerzo y otras cosas requeridas, me despedí de mis abuelos, le di una mordida a mi pan, un sorbito a mi jugo y corrí afuera en donde me esperaba el camión del colegio. Al entrar, me sorprendí de ver a Rodríguez sentado en el asiento de hasta atrás, con gran felicidad me acerqué a él y me senté a su lado.

–¡Rodríguez! ¡Pudiste venir!

–Sí. Qué bue- - ¡Achú! 

–No te escuchas muy bien… ¿Tu mamá te envió así?

–No, para nad- - ¡Achú!                                            

 –¿Entonces?                                                                                             

–Pues, mamá me tomó la temperatura en la mañana, pero se distrajo y fue a apagar la estufa. En serio quería venir al viaje, así que metí el termómetro en su agua fría que había dejado en mi escritorio y la equilibré con mi temperatura. Obviamente mamá se alegró mucho al ver el número treinta y seis marcado en el termómetro, por eso es que estoy aq- - ¡Achú! ¡Achú! ¡ACHÚ!

–Hmm… Creo que debes regresar a casa.

En eso, el camión frenó y la señorita Francis fue a recibirnos:

–Muy bien, niños. Aquí están los equipos. Miguel Robles Medina, César Rodríguez Caballero, Antonia Ortega Díaz, Manuel Mendoza Carbajal, ustedes van en el autobús número uno. Erica Vásquez- -

Cuando la señorita Francis acabó de decir los equipos me acerqué a Manuel para decirle en qué situación se encontraba Rodríguez y los dos juramos cuidarlo si se descontrolaba.

Alrededor de las ocho entramos al acuario. Un lugar muy limpio y reluciente con paredes transparentes que dejaban ver a los peces y pulpos que nadaban por allí. Manuel y yo no soltábamos a Rodríguez, pero nos descuidamos viendo la mantarraya que se nos acercó. Al voltear, nos dimos cuenta de que Rodríguez estaba a punto de caerse al tanque de los pulpos, incluso estaba hablando con uno.

–¡Tía Amelia! ¿Qué hace aquí? Está muy hermosa en esta mañana. ¿Se puso un nuevo lápiz labial? ¡Se ve más delgada! – Le dijo a un pulpo y lo sacó del tanque dándole un beso en la mejilla.                                                            

Corriendo, fuimos a evitar que se cayera y lo conseguimos con éxito, el problema era que nos habíamos separado del resto del grupo y Rodríguez seguía alucinando.

–¡Miren a ese poni! ¿Lo puedo montar? ¿Sí? ¡Ok! ¡Wiiiii! –Dijo con emoción y se echó a correr por todo el pasillo.

Era inútil, Rodríguez era caso perdido, su frente estaba ardiendo y él claramente estaba alucinando. Manuel y yo nos pusimos de acuerdo. Él se escondió del lado derecho y yo del lado izquierdo, para cuando pasó Rodríguez, los dos nos tiramos encima de él, lo agarramos de los brazos y tratamos de hacerlo entrar en razón, pero fue al contrario, él nos dio un golpe en el estómago y nos gritó:

–¡Atrás, monstruos mutantes!

Los tres tropezamos con el barandal de las escaleras y caímos al estanque de los peces payasos que para nuestra mala suerte estaba abierto. Por ahí pasó Antonia, nuestra compañera del equipo a quien habíamos dejado sola. Apurada nos sacó con ayuda de una red para peces. Agarramos con fuerza el palo y a Rodríguez. Logramos salir, sin embargo, la directora al vernos mojados se infartó, a cambio nos suspendió por una semana y nos prohibió ir a la fábrica de dulces que sería el mes entrante. Llevamos a Rodríguez a casa y le explicamos a su madre todo lo que había pasado. Ella entró enfadada al cuarto de Rodríguez con el fin de regañarlo, pero ya era tarde, él se había quedado profundamente dormido.




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