Un amigo extraordinario

Susana

SUSI para los cuates. Susana era una niña rara, la más rara que he conocido. Ella era de aspecto descuidado, no se peinaba, se mordía las uñas, no se lavaba la cara y siempre llevaba pijama en los eventos importantes.

Un día, a Susana le tocó hacer equipo con nosotros por llegar tarde. Rodríguez, Manuel y yo nos asustamos mucho pues no era como las otras niñas, ella era muy desorganizada.

–No va a dar tiempo. Vayan a mi casa para terminar el trabajo –Dijo Susana como si nada.

–Vamos a morir con esa niña. ¡Es sumamente rara! –Exclamaron Rodríguez y Manuel al mismo tiempo.

–¡Par de miedosos! ¿Qué podría hacerles una niña…?

Llegamos a la dirección que nos había dado Susana. Tocamos a la puerta, pero nadie abría. Decidimos tocar una vez más hasta que nos recibió una señora de aspecto muy formal. Ella nos dirigió al cuarto de Susana, pero antes de poder entrar, Susana me empujó.

–¡Ni de broma entren allí! ¡Mi cuarto es mi mundo! ¡Es lo único que tengo para expresarme!

–Vale, vale. Está bien. ¡No te enojes! – Grité un poco asustado.

Terminamos el trabajo en menos de lo esperado. Susana era más lista de lo que creí, no tardé en darme cuenta acerca de lo que pasaba en su vida social. Le importaba mucho su calificación y progreso académico. Ella era un manojo de nervios. Sus padres le exigían mucho, no sólo de la escuela, sino que también en la casa. Ellos no valoraban lo que ella hacía, en especial su padre, él se la pasaba diciendo que era una floja buena para nada y que nunca lograría algo en la vida. Su madre, la señora elegante no se molestaba en defenderla. Susana trataba con todas sus fuerzas disimular que esto no le causaba daño en absoluto, pero lo hizo tanto que un día enfermó fuertemente del estómago y paró al hospital. La señora Francis nos llevó a visitarla, sin embargo, Susana me llamó al final para hablar conmigo.

–¿Crees que no sé lo que dicen mis compañero sobre mí?

–Eh… Pues… ¿Sí?

–¡Claro que lo sé! Dicen que soy rara, que descuido mi aspecto ¿Y sabes qué? ¡Tienen razón! No me avergüenzo de ello. Tal vez de mi aspecto un poco, es algo que debo mejorar, pero ¿Para qué quiero ser yo igual que los demás? ¡Mi rareza es la que me distingue de ellos! ¡Lo raro es lo que hace al mundo diferente y divertido!

Guardé silencio un rato, reflexionando sus palabras, antes de que ella volviera a hablar.

–Verás, Miguelito. He notado que eres un niño discreto, por lo que te estoy contando esto. La doctora me dijo que me hace mal tragarme el coraje a tan poca edad, dijo que necesito una psicóloga, pero por ahora tú vas a tener ese puesto.

–Ah… De acuerdo. Prosigue– Dije metiéndome en personaje.

–Soy una buena niña por lo general. ¡He mejorado, créeme! Mi antigua psicóloga dijo que debía cooperar en la casa y así lo he hecho, pero parece que a papá se le olvida porque me llama floja. Mi mamá se queda callada y a veces hasta lo apoya. Yo ya no pude más, por eso estoy aquí.

–No sé qué decir… Yo no tengo padres, en cambio, tengo dos abuelitos que me quieren mucho. A tus padres podrías hacerles una carta diciendo lo que te molesta y si eso no funciona simplemente no te quedes con el coraje.

–¿Cómo se supone que haré eso?

–Grita en tu almohada, escribe cartas, aunque no las entregues, has algo que te relaje.

–De acuerdo, psicóloga Miguelita.

–Por favor, ni se te ocurra volver a decirme así, Susano.

Los dos reímos y justo cuando me retiraba de la habitación, llegaron los papás de Susana. Un poco atareado, decidí escuchar tras la puerta que era lo que decían.

–…Lamentamos mucho haberte dicho esas cosas. ¡Tú eres lo contrario de floja! Eres una niña muy trabajadora e inteligente. Te hemos juzgado mal. ¿Nos perdonarías?

–Necesito tiempo. Ustedes y yo debemos de cambiar, pero por ahora hay que llevar la fiesta en paz, libre de insultos.

–Trato hecho. Te queremos, hija.

Me emocioné tanto que, al dar mis brincos de alegría, caí sobre la puerta y la abrí. Los padres de Susana se me quedaron viendo fríamente pues habían intuido que los estaba espiando. Se retiraron del cuarto mientras yo me retorcía en el suelo por haberme pegado en el nervio del codo, pero no sólo fue un golpe, así que, días después me uní a Susana en el hospital por tener una ligera fractura en el brazo derecho. Gracias a eso, he descubierto que la alegría en exceso puede ser muy catastrófica en este tipo de casos…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.