Un amigo extraordinario

Luigi el castor

LA amiga de mi abuela Conchita estaba de visita. Ella era una señora simpática, de buen parecido a la que mi abuela le tenía mucho aprecio y cariño.

–¡Conchita! ¡Eres muy amable de recibirme aquí en tu casa! ¿Dónde están tus queridos nietos? ¡Me muero de ganas por conocerlos! Incluso les he traído regalos.

–¡Oh! ¡No te hubieras molestado, Adelaida!   

Al escuchar la palabra “regalos” mi hermana y yo saltamos del sofá en donde estábamos escondidos escuchando la conversación.

–¡Allí están! Niños, saluden a mi amiga Adelaida.

–¡Llámenme, tía Adel! –Dijo y se dirigió a una bolsa de plástico, sacando a un pequeño castor de peluche y a un adorable caballo blanco hecho de cerámica.

–El caballo es para ti, Claudia. El castor es para ti, Miguelito.

–¡Muchas gracias, tía Adel! –Dijimos al unísono.

Corriendo, fui a la cocina para presumirle a mi abuelo de mi nuevo peluche.

–¡Mire, abuelo! ¡La tía Adel me ha regalado un castorcito!

–¿Un castor? ¡Sáquelo de mi casa inmediatamente!

–¡Tranquilo, abuelo! Es un peluche.

–¡Ah, bueno!

–¿Me ayuda a ponerle nombre?

–La verdad me da igual, Miguelito. ¡Ah! Pero esos dientes me recuerdan a un compañero de primaria, Luigi. Era un niño con los dientes tan grandes que parecía- -

–¡Luigi, será! –Salté de emoción y me dirigí a mi habitación a jugar con mi nuevo amigo de felpa.

Llevaba y traía a Luigi en todas partes, incluso lo metía de contrabando a la escuela hasta que Pablo, el niño que me molestaba me lo quitó.

–¡Suelta a mi castor, suelta a mi castor! –Dije mientras saltaba para tratar de alcanzar a Luigi, a quien Pablo sujetaba con su mano arriba de su cabeza.

–¡El pobre niñito quiere llorar! – Dijo en tono agudo, se mofaba y burlaba de mí.

Traté de acercarme un poco más, pero Pablo me empujó y salí volando hacia una de las bancas de mi salón, aun así, me paré de nuevo, dispuesto a rescatar a Luigi.

–¡Dame a Luigi!

–Ya me estoy hartando de esta situación, ten a tu horrible castor–Dijo al momento en que estiraba el cuerpo de Luigi hasta que le rompió el cuello y lo dejaba caer al suelo en dos partes.

Después de que Pablo se fue, corrí hacia Luigi y levanté su cuerpecito en mis manos. No podía soportar lo que veían mis ojos.

Esperé ansioso la campana para que pudiera ir a casa a remendar a Luigi. Ya en mi habitación, agarré hilo y aguja para ponerme a trabajar. El hilo era del color indicado así que no se notaba la remendada que Luigi había sufrido. Estaba bien, con costuras más fuertes que las anteriores. En ese momento entró mi hermana y al ver mis ojos rojos de tanto llorar y a mi castorcito recién terminado de operar, adivinó lo que había pasado.

–¿Pablo otra vez?

–S-s-sí.

–¡Agh! ¡Ese idiota! ¡Pero vas a ver cómo le va a ir mañana!

Dicho y hecho, al otro día mi hermana me esperaba afuera de la salida para que le señalara quién era, cuando lo pude ubicar ella se le acercó y al parecer lo intimidó mucho ya que al terminar mi hermana de hablar con él me pidió disculpas y se fue a casa con la cabeza abajo, reflexionando de lo que había hecho con Luigi y conmigo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.