Un amigo extraordinario

Mi cumpleaños

POCOS días después de que papá nos visitó llegó mi cumpleaños, aunque no estaba tan emocionado al respecto. En todos los años era lo mismo, mis primos, tíos y familiares de distintas ciudades venían a visitarme, pero siempre lo hacían por lástima. Lo único que podía consolarme en ese momento era que por fin cumpliría trece años y ya no sería el menor de la clase; bueno, por lo menos no tan menor.

Confesaré que nunca me agradaron las visitas de mis primos, en especial la de mi prima Toña, ella es del tipo de personas con las que no puedes convivir o decir algo porque inmediatamente va y lo cuenta a todos en menos de lo que canta un gallo, también está mi primo Paco, un niño que desde la cuna trae el lema de: “todo lo que puedas comer”, gracias a él nunca en mi vida he comido pastel pues siempre se devora la rebanada que me toca, y tampoco  me puedo olvidar de Becky, la niña más presumida e engreída que he conocido, esa niña es un higadito con patas, cada vez que viene critica la forma en la que vivimos, vestimos y hablamos, vaya, que hasta mi nombre le parece “naco”.

Se supone que un cumpleaños se debe disfrutar al máximo, pero con este tipo de primitos ¿Quién rayos podría disfrutar?

Ya era demasiado tarde para las quejas, mis primos ya habían llegado, el abuelo estaba fuera comprando el pastel y Claudia y la abuela estaban en el ático buscando decoraciones así que técnicamente estaba solo.

–¿No te da pena verte tan vulgar, Michael? –Decía Becky al momento en que me aventaba un moño para camisa dentro de una caja forrada de un azul rey brillante.

–¡Extra, extra! ¡Becky le dijo vulgar a Miguel y le cambió el nombre! –Gritaba Toña a los cuatro vientos.

–¡Toña, me hiciste tirar mi barra de triple chocolate! – Dijo Paco todo embarrado y con la boca llena.

–Pero que desastre…–Me repetía a mí mismo entre dientes.

Queriendo escapar de mi cruel cumpleaños, abrí la puerta y salí apresurado a la calle en busca de mis amigos. Steve, al oír el sonido de la puerta salió disparado hacia mí y los dos pudimos salir de nuestra pesadilla por algún corto tiempo. Caminando desconcertado de mi cruda realidad y metido en mis pensamientos sin querer choqué de manera estrepitosa con Manuel:

–¡Ouch! ¿Miguel? ¿No deberías estar en tu fiesta de cumpleaños?

–Corrección, escapé de mi fiesta de cumpleaños y de mis horrendos primos.

–Oh, ya veo. ¿Y qué te dijo tu abuela sobre Steve?

–Dijo que lo iba decidir al terminar la fiesta… ¡Oye, tengo una idea! ¿Me acompañas?

–¿Yo? Pero ni siquiera me invitaron…

–¿Cómo no? ¿Ya revisaste tu buzón?

–¡Ah, cierto! El buzón.

–También invité a Rodríguez y a Susi, pero no pudieron venir porque tenían que terminar el proyecto de matemáticas. ¡Por favor, eres mi única esperanza de que mis primos no me entierren vivo!

–Bien, bien. Iré.

–¡Gracias, gracias, gracias!

Volviendo a casa con Manuel, me di cuenta de que todos habían notado mi ausencia, incluyendo a Claudia, la abuela y el abuelo que recién había regresado de la tienda.

–¡Extra, extra! ¡Miguelito se escapa de su propia fiesta y se fuga con su amigo!

–¡Ay, ya cállate, Toña! –Exploté–. ¿Es demasiado pedir un cumpleaños libre de insultos o críticas? ¡Nunca he podido tener un cumpleaños decente gracias a ustedes! Por ejemplo, Toña, eres una chismosa con una bocota inmensa que nunca has sabido callar, Becky, ¿Cuándo entenderás que no te llevarás todos tus lujos y dinero a la tumba? ¡Sé humilde! Y tú Paco, ¡Deja de ser tan tragón! ¡Enfrenta tus problemas en vez de comer tanto por ellos!

Manuel me miró muy sorprendido, Toña salió de la habitación corriendo y llorando, Becky me miró con indiferencia y continuó limándose las uñas, Paco se disculpó y me abrazó tan fuerte que no pude respirar, el abuelo se echó a reír a carcajadas, mi hermana se puso a consolarme y mi abuela a regañarme, todo al mismo tiempo.

A la abuela le sorprendió mucho lo que había dicho porque por lo general yo era un niño tranquilo, por suerte me dejó tener a Steve a condición de cuidar lo que decía, aunque admitió que mis primos se lo tenían bien merecido.

Pedí permiso a mis abuelos de partir el pastel sólo con ellos, mi hermana, Manuel y Paco, pues al parecer él si había recapacitado de su actitud tan pésima, en cuanto a Toña y Becky, bueno, las dos se fueron muy indignadas repartiendo chismes por todo el vecindario para calmar su ira, pero no me importa, de todas maneras, mi reputación ya estaba más que dañada.




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