Un amigo extraordinario

Los exámenes de Claudia

MI hermana siempre ha sido un pan de Dios, una verdadera amiga…, excepto cuando le llegan los exámenes.

–¡Abuelo, apaga ese estúpido radio! ¡Miguel, deja de hacer ruiditos con la boca! ¡Abuela! Tú estás bien, sigue leyendo.

–Vaya hermana mandona…

–¡Shhh! Miguel, ¡necesito concentración!

Los exámenes finales de Claudia eran dentro de tres meses, pero ella siempre estudiaba con anticipación para estar más que preparada lo que no me agradaba mucho ya que se alargaba la estancia de la ira y la tensión en casa.

Claudia normalmente era una persona tranquila y amable, pero cada vez que las pruebas importantes de la escuela se le presentaban parecía otra persona. Tenía absolutamente todo calendarizado y agendado, ni un solo evento se le iba de las manos, ya había memorizado y estudiado todas las materias, había hecho todos los proyectos y escrito todos los ensayos necesitados.

Llegó el esperado día del último y más importante examen de todos: matemáticas.

Esa mañana Claudia se levantó aún más temprano que todos nosotros; se bañó, vistió, arregló, tomó su desayuno y se dirigió a tomar el autobús, nada podía salir mal hasta que vio al chofer gritar de frustración junto a la llanta ponchada del autobús unas cuantas cuadras atrás de donde ella se encontraba.

–Bueno, aún tengo tiempo–Dijo despreocupada–. Iré a pie para después subirme a otro camión.

Faltaban menos de dos kilómetros para llegar a la estación cuando un perro se le acercó, un poco tímido al principio, pero debió oler el almuerzo que Claudia traía porque poco a poco la empezó a corretear más a prisa:

–¡AaHhHh, perro loco, aléjate! –Gritaba mientras corría a toda velocidad por las calles con los brazos hacia arriba, como un par de espaguetis moviéndose al son de la canción llamada “Dancing with myself”.

Desgraciadamente el perro logró quitarle su almuerzo y no pudo cachar el camión a tiempo, el chofer le cerró la puerta en la naríz y por más que quiso alcanzarlo con su súper velocidad no pudo; se le había acabado la energía. Así pues, llena de rabia y sin darse por vencida, pudo notar del otro lado de la calle a un motociclista encendiendo el motor, listo para arrancar.

–¡Quítese de mi camino, necesito llegar a un examen! –Le gritó y le dio un fuerte empujón al conductor, quien salió rebotando a la otra esquina de la calle.

Como era de esperarse, Claudia no pudo controlar la moto, apenas se subió y salió disparada más rápido que la luz, su peinado pasó de arreglado a alborotado, casi atropella al perro que la estaba correteando y pasó rebasando al camión que se había negado a recibirla. A unos cinco minutos de que la escuela cerrara a Claudia se le acabó la gasolina, tuvo que dejar la moto arrumbada y tomar un nuevo medio de transporte: la bici. ¿De dónde la sacó? Pues ni yo mismo sé, lo único que sé fue que chocó con una de sus compañeras que iba a pie y que la tuvo que llevar a la enfermería, afortunadamente Claudia no salió lastimada, pero no llegó a tiempo a su examen gracias a este incidente.

–Por favor, maestra. ¡Déjeme hacer ese examen, no sabe todo por lo que he pasado esta mañana!

–Eso dicen todos, además mírese, con ese aspecto parece como si no se hubiera bañado en meses ¿no le da a usted vergüenza? Me sorprende mucho viniendo de usted.

–Ay, ¿es en serio? No es mi culpa, al autobús se le ponchó una llanta, después me correteó un perro durante cinco cuadras, otro camión me cerró la puerta en las narices, tuve que tomar una motocicleta para llegar, pero a esta se le acabó la gasolina, tuve que agarrar una bicicleta, atropellé a una compañera y la tuve que llevar a la enfermería. ¡No miento!

–No lo sé señorita Robles, esa historia no suena muy creíble.

–¡Ay, por favor! ¡Mire mi cabello, mi cabello lo dice todo!

–Bien. Le dejaré hacer el examen, pero de su calificación le descontaré dos puntos.

–¿QUÉ?

–Eso o nada. Decida.

–Bien, bien, sí, sí, sí, está bien.

Claudia pudo hacer el examen. Sacó diez, pero por la promesa que le hizo a la maestra tuvo que aceptar el ocho, cosa que Claudia nunca ha podido soportar.

Esa tarde, Claudia pasó a la tiendita, compró dos litros de helado, fue a casa, se encerró en su cuarto, se devoró todo lo que había comprado y no salió en toda la semana.




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