Un amigo extraordinario

Pesadillas

ME desperté de un salto. Me quedé congelado. No me podía mover. Últimamente el insomnio se apoderaba de mí, cosa que nunca me había pasado. Cuando lograba conciliar el sueño surgían las pesadillas, ya fueran fobias, traumas o animales horrendos y grandes que hasta miedo me da mencionar.

La primera pesadilla que tuve en esta etapa no la recuerdo muy bien, sólo sé que se trataba de una ballena gigante que intentaba volcar el barco en donde yo estaba, parecido a Mobidic, pero en esta versión el primero que atacaba era él.

La segunda pesadilla fue mucho más personal. De ella recuerdo que mi abuelo me sacaba a escondidas de la casa para llevarme a un orfanato y abandonarme ahí para siempre; creo que si se harta de mí sí sería capaz de hacerlo.

La tercera pesadilla fue mucho más fantasiosa. Me encontraba en el bosque, corriendo por mi vida, no sabía muy bien de qué estaba huyendo, pero aún así corría muy rápido. De pronto, una raíz de árbol se levantó contra mí y me hizo azotar como res en el suelo. Al quererme levantar no pude, ya que una sombra más grande que la mía me lo impidió, no supe con certeza qué fue lo qué pasó después.

En estos casos, cuando me despierto a las doce, nunca he querido despertar a mis abuelos, creo que sería poco cortés de mi parte, también porque no me quiero arriesgar a que el abuelo me dé en adopción, por eso siempre me voy al cuarto de Claudia, es mucho más seguro.

Claudia siempre me entiende, extiende un colchón de esos de los que puedes llevar cuando te vas de viaje, me pone mantas calientitas, me sirve un vaso con agua y me presta a su peluche, pues dice que hace que todas las pesadillas o sueños incómodos se alejen de cualquiera que lo porte.

Claro que no soy el único que tiene pesadillas, el abuelo también las tiene, él es mucho más sensible que yo en ese sentido. A veces, se para gritando en medio de la noche, también, cabe recalcar que el abuelo es sonámbulo y que más de una vez se nos ha tratado de escapar dormido de la casa, como fue en esa noche de agosto:

–El carro está descompuesto, Conchita. Voy a ir al mecánico pa’ arreglarlo –Dijo el abuelo hablando dormido, en busca de las llaves del coche.

–Sí, Alejandro, aquí te espero– Dijo mi abuela dormida sin darse cuenta de lo que estaba pasando.

Al encontrar las llaves, mi abuelo salió de la casa para arrancar el coche. Chocó con todo lo existente en la ciudad, llamando así la atención de los policías que patrullaban las calles.

–Atención. Un loco manejando ebrio en la calle 57.

–Vamos allá.

La abuela despertó alterada, con el corazón en la garganta. Nos levantó de la cama, diciéndonos que el abuelo había desaparecido.

–¿Cómo que desapareció, abuela?

–Sí, Claudia, así como lo oyes. ¡El abuelo hizo capot!

–Bueno, ya. Vámonos.

No tardamos en encontrar al abuelo con la camioneta destrozada por el impacto a un árbol. A esta le faltaba una puerta, de la que, debido a su ausencia, la mitad del cuerpo del abuelo salía del auto.

–¡Dios santo, Alejandro! –Gritó mi abuela al momento en que le soltaba una cachetada para despertarlo.

–¡Ay, mujer! ¡Que sigo vivo pues! –Dijo el abuelo sobándose la mejilla.

–¡Mira nada más, en bata y conduciendo de noche!

–¡Achis! ¿Pus dónde estamos o qué?

–Te saliste de la casa por sonámbulo, abuelo. Ahora la policía te está buscando.

–Pus díganles que no estoy disponible, que me busquen mañana. Wenas noshes.

–¡Alejandro, esto es serio! Vámonos a casa antes de que te cachen.

–5 minutitos más, Conchita.

–¡Ay! Vámonos, niños.

–Sí, abuela.

Esa noche, la abuela misma guió a los policías al supuesto “viejo loco” que estaban buscando. El abuelo, gracias a su terquedad tuvo que pagar multa y pasar una noche en la comisaría, pero desde ahora en adelante todos en casa concordamos en algo: la abuela siempre guardará y esconderá las llaves de la casa y del auto por las noches.




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