ENRIQUE era el niño más rico de la escuela y por ende era el más popular. Absolutamente nadie se podía meter con él, era súper abusivo y nada carismático, parecía la pareja ideal para mi prima Becky.
–No le haga caso, Miguel. Si en verdad fuera un niño rico ¿no cree usted que estaría en un colegio más caro? –Me decía mi abuelo.
Yo ya sabía que no debía buscarle pleito, pero si me amenazaba iba a tener que defenderme con uñas y dientes. Un día, mientras Manuel, Rodríguez y yo comíamos nuestro lunch, Enrique se me acercó y me dijo en tono burlón:
–Robles, ¿así que tienes un perro? ¿Qué raza es? Yo tengo un galgo, dime, ¿cómo es el tuyo?
–Un labrador, pero aún es un cachorro. ¿Para qué quieres saber?
–Oh, olvídalo, era para una carrera, pero tu perro no resistiría ni una sola contra mi galgo.
–¿Y tú como sabes eso, quieres probar?
–¡Jajaja! Bueno, si tú insistes…
–El próximo lunes, 6:30 pm, en el parque de la libertad.
–Allí estaré Robles, con una condición. Si yo gano me darás tu lonchera y si tú ganas, que lo dudo mucho, te daré mi bicicleta nueva.
–Bien, pero ¿para qué quieres mi lonchera?
–Pues, sé que es tu favorita y el hecho de que yo la tenga significa que tú no y eso te destrozaría.
–Hmm… Hecho.
–¿Pero qué rayos acabas de hacer, Miguel?
–No lo sé Rodríguez, pero será mejor que ganemos.
–¿Y si entrenamos a Steve juntos?
–Buena idea, Manuel. Nos vemos hoy en mi casa.
Ese día decidimos hacer una estrategia llamada “el cartero” para que Steve corriera tras nosotros, pero no funcionó, pues se distrajo con la mariposa que se le posó en la nariz. El segundo día tampoco hubo avance, Steve estaba más concentrado en seguir su cola que en ponernos atención.
En el tercer día no hubo progreso, tampoco en el cuarto, ni en el quinto, ni en el sexto ni en el séptimo.
–¡Estamos perdidos! ¡PERDIDOS! – Gritaba en desesperación mientras me secaba las lágrimas en la camisa de Manuel.
–¿Listo parar perder, Robles?
–¿Pues qué más me queda? –Dije decepcionado, poniendo al pequeño Steve en línea para la carrera.
El pobre Steve no tenía idea de lo que pasaba, se sentó como si nada a lamerse sus patas, el galgo lo miraba con descaro, y sí, aunque fuera sólo un perro pude distinguir su mirada.
–¡En sus marcas! ¡Listos! ¡Fuera! –Dijo uno de los niños.
El galgo arrancó velozmente, sin mirar atrás, mientras que Steve se revolcaba en la pista jovial y entusiasta.
–¡Ay, Dios! ¡Que alguien me mate! –Decía sin consolación.
El galgo ya llevaba dos de cinco vueltas terminadas, Steve no llevaba ni una y cuando pensaba que ya no había más esperanza ocurrió lo inesperado. Una mariposa se le cruzó a Steve, como él era fanático de jugar con ellas, la persiguió, cada vez más rápido, era como si la mariposa lo estuviera guiando. La mariposa volaba cada vez más rápido, con Steve detrás de ella. Lo imposible se hizo posible. Steve rebasó al galgo, que casi se desmayaba del cansancio, no lo podía creer, Steve había completado las cinco vueltas en un parpadeo, lo único que le había faltado había sido la motivación y la diversión.
Enrique se quedó con la boca abierta, me entregó su bicicleta y se fue llorando y haciendo rabietas:
–¡Papi, papi! ¡Le ganaron a mi galgo, papi!
Mis amigos y yo festejamos con un buen abrazo junto con el pequeño Steve, a quien yo y los demás habíamos subestimado. Nunca volví a dudar de él ni de su potencial jamás.
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Editado: 06.05.2021