Un amigo extraordinario

Casandra

ASÍ se llamaba mi madre. A pesar de tener menos años con ella, tengo más recuerdos que Claudia, lo que es un poco extraño, pero me alegro de ello.

Mi mamá era igual a mi abuela Conchita. Ella era dulce, graciosa tierna y nos sabía escuchar, cualidades que siempre le faltaron a papá.

Mamá era jardinera, le encantaban las flores y la naturaleza, nunca le hizo daño a nada ni a nadie, pero cómo solía decir mi abuelo: “La muerte siempre se lleva a las mejores personas”.

Mamá creía en Dios, nunca le siguió las discusiones a papá. Ella era pacífica, nunca nos golpeó o nos regañó feo, pero sí nos educaba de una manera asertiva y responsable. Le enseñó a cocinar a Claudia, nos llevaba de paseo a las montañas, de vacaciones íbamos de campamento y los fines de semana nunca faltábamos al parque.

En un domingo de verano, recuerdo que mamá sospechosamente comenzó a empacar su ropa junto con la de nosotros en el auto y no pude contenerme a preguntar:

–Mamá, ¿A dónde vamos?

–Bueno, de vez en cuando hay que descansar de la vida y su ajetreo…

–¿Vamos a la playa? –Preguntó mi hermana.

–No, vamos con la tía  Elena, allá en Cuernavaca dónde ella vive.

–¡Oh, ya! ¿y papá?

–A papá hay que darle un tiempo, aparte de que no le cae de maravilla su tía…

Mamá manejó durante varias horas en carretera, no hicimos paradas ni para ir al baño. Finalmente, el auto se estacionó dentro de un mini portón, mamá salió del carro a bajar el equipaje y una mujer que acababa de salir de la casa la recibió y ayudó a cargar nuestras cosas.

Ya dentro, nos sentamos en unos sillones color beige, a lado de una consola llena de fotos de gente que, por mayoría, no conocía. El sofá era cómodo, suave y acogedor, me sentía realmente en casa.

Mi tía Elena y mamá se fueron por un momento de aquella sala y volvieron con juegos de mesa para que Claudia y yo pudiéramos entretenernos en lo que ellas preparaban la comida. Mi tía tenía un gato llamado Bigotes, un perro llamado Manchas, una tortuga llamada Cindy, una rana llamada Carlos y un pececito llamado Caracol que murió dos meses después que mamá. Vaya que esa casa parecía un zoológico más que un hogar…

Aunque hubiera varios juegos y mascotas con las cuáles podíamos jugar, llegó un momento en el que a Claudia y a mí nos aburrió estar dentro de la casa, así que pedimos permiso para salir.

–¡Sólo recuerden estar aquí antes de la comida! –Nos gritó mamá por la ventana.

–¡Y recuerden no llevarse pesado con los otros niños! –Agregó tía Elena

Salimos apresurados, ya no soportábamos estar tan encerrados, fue en ese momento en dónde conocimos a Leonardo, un chico que vivía en la casa de enfrente, yo no me había percatado hasta que mi hermana me dio un codazo en la panza para darlo a notar.

–¡Ouch! ¡Claudia, pero que es lo que- -

–¡Shh! ¿Ya viste a ese chico?

–Ajá ¿y qué tiene de importante?

–¿Cómo que qué tiene de importante? ¿Ya lo viste?

–Uh, sí, su cara parece un chorizo despanzurrado.

–¡Ay, qué envidioso eres! Se ve lindo…

–¡Oh, vamos Claudia!

–¡Hay que ir a saludar!

–¿Estás loca? ¿En serio quieres ir a pre- -

No pude acabar la frase porque Claudia ya había cruzado la calle para ir con ese tal niño que le llamaba tanto la atención.

–¡Hola, soy Claudia!

–Hola, soy Leonardo.

–¡Ashh! – Me repetía a mí mismo.

Los estuve esperando en la esquina a que terminaran de hablar, pero duraron mucho tiempo conversando hasta que llegó la hora irnos.

–¡Hemos desperdiciado una hora con treinta minutos que pudimos haber utilizado para hacer algo productivo, Claudia!

Por más que le reprochaba, parecía que no me escuchaba, todo el camino a casa de la tía Elena estuvo sonriendo embobada.

Terminando de comer y habiendo hecho otras actividades en el transcurso de la tarde nos dirigimos a nuestros cuartos, mala suerte para mí porque Claudia no me dejaba dormir, todo el tiempo hablaba de Leonardo.

–Se ve que es un chico inteligente, apuesto y va en un equipo de fútbol así que me imagino que debe ser deportista y- -

–¡Ya, Claudia! ¡Por el amor de Dios, quiero dormir, pero tus mafofadas y cursilerías me lo están impidiendo!

–Ay, perdón, ¡pero que delicado eres!

–¿Delicado? ¡Pero si ya es la una de la madrugada! Nos acostamos a las 10 de la noche así que llevas más de 2 horas hablando de él. ¡Para, que pareces un loro!

–Bien… pararé, ¡pero no sin antes enseñarte las fotos que me he tomado con él en mi cámara!

–¡No inventes, que acosadora eres!

Esa madrugada me dormí después de un fuerte almohadazo en la cabeza de parte de mi cariñosa hermana, pero agradezco a Dios que se haya callado por el resto de la madrugada.




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