Un amigo extraordinario

La obsesión de mi abuela

NUNCA me han gustado los shows de cocina, en cambio a la abuela le fascinaban:

–…Laura lo está haciendo mal. El espagueti no se corta en dos, sin duda eso le va a afectar y no se salvará en la ronda de eliminación…–Decía mi abuela sentada frente al televisor con un tono desesperado muy notable en su voz.

Cómo en todos los concursos de cocina, cuando acabaron de elegir a los ganadores y de darles su premio, no tardaron en lanzar otra convocatoria por lo que mi abuela estaba muy emocionada, en serio quería competir, así que los dos fuimos al lugar en donde indicaron que sería la primera ronda para seleccionar a los nuevos participantes.

Apenas nos bajamos del camión y abuelita caminaba más rápido de lo habitual, incluso iba más adelantada que yo por varias calles.

­–¡Abuelita! ¡Abuelita! ¡Espéreme! –Le grité jadeando.

–¡Apúrele m’ijo! –Me decía sin mirar atrás.

–No invente, abuelita, parece que trae tráiler.

–¡Ándele, m’ijo, no le saque!

La abuela Conchita se inscribió, llenó todos los papeles que tenía que firmar, pero lo único que le impidió seguir con su sueño fue que la conductora del programa que se nos acercó muy amigable y le preguntó si yo era el niño que iba a competir.

–¿Qué? ¡No! Yo soy la que está interesada en cocinar–Respondió mi abuela desconcertada.

–Amm… Bueno… Verá, señora… Este es la convocatoria para niños de 12 a 15 años, el de adultos fue esta mañana y ya se eligieron a los aspirantes…

En ese momento la meta de la abuela de ganar el premio y cocinar en una competencia gastronómica se fue al despeñadero, mas sus ojos no tardaron en fijarse en mí.

–¡Ah, no! ¡Ni lo pienses, abue! Yo te quiero y agradezco todo lo que has hecho por mí, pero yo no sé cómo coci- -

–¡Claro que sabes! ¡Eres un Medina! Yo y tu mamá hemos tenido el mejor sazón de la familia.

–P-p-pero ¡ni siquiera sé cómo freírme un miserable huevo!

 –Alguien debe competir, la inscripción ya está hecha, Claudia es alérgica a la cebolla y toda la comida mexicana la lleva por lo que ella no puede ser una opción.

–¡Bien! Lo haré…Sólo dime cómo hago lo básico para poder calificar.

No pasaron más de una hora y la abuela ya me había compartido todos sus secretos acerca de la alta cocina, me sugirió cómo preparar las enchiladas y cómo darle una chispa especial al sabor de los chiles en nogada.

La abuela me deseó suerte y me despidió con un beso en la mejilla, esperando entre el público. Puse los utensilios de mi abuela sobre la mesa de prueba, saqué una cacerola que se encontraba en la parte trasera de ésta y comencé a cocinar. Al principio, no tenía ni la más remota idea de qué era lo que estaba haciendo.

–Ay, Dios. Ojalá que lo que sea que esté haciendo no envenene o intoxique a los jueces–Pensaba.

–¿Y bien? ¿Qué tanto haces, hijo? –Preguntó uno de los jueces que me estaba evaluando.

–Ehh… La carne de la… Es decir, la salsa v-v-verde…

Me puse tan nervioso que no me percaté de la embarazosa situación que estaba a punto de presentarse. Por tanta temblorina en mis manos, a la hora de agarrar la olla para verter la salsa en mis tortillas y mostrarle lo que hacía, terminé derramando el líquido sobre los zapatos del juez.

–¡Niño tarado! –Alzó la voz.

El niño que estaba a un lado de mí me miró de una manera en la que piensas que te van a dar un balazo, parecía alguien engreído y presumido, no parecía importarle mucho su actitud, a mi derecha estaba una niña, quien fue la que me ayudó a levantar la olla con una sonrisa tímida y se retiró sin decir nada.

–La olla, más te vale que no la hayas abollado o rompido, ¡niño tarado!

Disculpe-Dije sin poder contenerme-, perdone usted la palabra, pero aquí el tarado es usted. Sólo escuche su vocabulario, no se dice rompido, señor juez. El término correcto es roto.

–¡Niño sinvergüenza! ¿Cómo se atreve usted a cuestionarme?

–¿Y usted cómo se atreve a salir en público si ni siquiera sabe cómo conjugar verbos?

La muchedumbre estaba callada y atenta escuchando la argumentación, los demás niños seguían en lo suyo, yo, no paraba de hacer contacto visual con el juez, retándolo a que me desafiara una vez más, de todas maneras, terminé ignorándolo y proseguí con mi trabajo, nada más faltaban 15 minutos para la revisión de los platos y a mí me sobraba limpieza en mi platillo, pero no en mi estación.

–¡Caray! No voy a acabar…–Pensaba.

Se terminó el tiempo, mi mandil y mi trapito de cocina se hallaban empapados de salsa y otros líquidos que se encontraban embarrados en mi estación, me limpié la frente con mi antebrazo, ya que estaba sudando un poco.

Llegó mi turno, la Chef Guzmán, el Chef Domínguez y el Chef Correa vinieron a examinar todo; mi plato, limpieza, presentación y estación.

–Es… Un plato interesante…–Dijo la Chef.

–Sí, digo, tu mesa no está del todo limpia, pero la apariencia de tu platillo está ahí– Agregó el Chef Domínguez.




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