Un amigo extraordinario

Mi primer celular

LA verdad es que nunca he sido bueno con la tecnología, tal vez sea un millennial, pero eso no significa que sepa de todo. Claudia tiene un celular y, aunque es un modelo viejo, le sirve para hacer llamadas y comunicarse con mis abuelos cuando algo va mal o para avisar cuando va a llegar más tarde de lo esperado a casa. El abuelo nunca tiene un teléfono estable ya que todos los que se compra o los que mi abuela le regala los termina perdiendo después de guardarlos en uno de sus bolsillos del pantalón. La abuela está cómoda con el teléfono de cable y no lo piensa cambiar. Yo, no estoy desesperado por tener un celular, para ser franco, nunca me ha llamado la atención, aunque sé que podría ser muy útil si lo utilizo de manera adecuada y también que podría chatear con Rodríguez y Manuel sin la necesidad de verlos.

 En fin, todo este lío del celular empezó una tarde en la que yo me reuní con Pamela cerca de su casa y se me olvidó comentarle a Claudia.

–…Oye, quisiera volver a disculparme… por… ya sabes…el incidente de la cartulina…

–¡Oh, miguel! ¡Pero si ya te has disculpado cientos de veces!

–Lo sé, lo sé. Es que en verdad me dio mucha pena y más contigo…

–¡Ja! ¡No te preocupes! ¡De veras! De hecho, tus abuelos y tu hermana me cayeron de maravilla. Deberías llevarme más seguido con tu familia…

–¡Claro, estaría encantado! ¡Podríamos jugar un juego de mesa o ver una película! Bueno, sólo si tú quieres.

–Hmm… Creo que eso sería genial…

–¿Te parece mañana a las 7:00 pm?

–A las 7:00 estaré.

Pamela se despidió de mí y los dos nos fuimos por caminos distintos.

No me la creía. ¡La chica que me gustaba me estaba haciendo caso! Era emocionante, sentía una extraña sensación, algo así como estar flotando sobre una nube mientras extrañas mariposas revoloteaban dentro de mi estómago.

Traté de relajarme un poco y poner mis sentimientos en orden antes de tocar a la puerta de mi casa. Una vez que lo conseguí, golpeé la puerta con el puño cerrado. Claudia abrió la puerta y como si hubiera visto a un secuestrador me dijo:

–¡Miguel, ya me tenías preocupada!

–¿Yo? ¿Por qué?

–¡No me avisaste que te ibas a ir solo! ¡Me tenías con el Jesús en la boca!

–Lo siento, se me olvidó comentarte…

–¡Esto tiene que parar! Abuela, Miguelito necesita un celular, no porque se le olviden las cosas sino para que nos llame si ocurre una emergencia o algo. Tenemos que estar en contacto, creo que Miguel ya es lo suficiente maduro como para manejar un dispositivo.

–¿No estás siendo un poco exagerada, Clau? Ya estoy en casa, no hay de qué preocuparse…

–¡No! Miguel, necesitas un celular.

–Claudia, m’ija, ¿estás segura?

–Sí, es por su seguridad. No a fuerzas debe tener redes sociales o eso. Sólo necesita un celular para llamadas y mensajes. Yo misma lo estaré monitoreando.

–Está bien. Llamaré a Alejandro para que los acompañe a comprar el nuevo celular.

La abuela llamó al abuelo quien aceptó sin mucho entusiasmo. Una vez que Claudia nos condujo al departamento de electrónica, me jaló del brazo a la vitrina de los celulares.

–¡Ese, Miguel!

–¿Ese? Tiene tantos accesorios que parece árbol de Navidad, además, no creo que el abuelo quiera pagar tanto…

–Bien… ¿Y ese?

–En realidad, es buena idea. No es muy imponente, pero tampoco es tan chico como un átomo. Se ve bien.

–¿Cuánto cuesta? –Preguntó mi abuelo al que atendía.

–$17,499.

El abuelo casi se infarta.

–¡Esto es un robo!

–Bueno, no estoy muy seguro del precio, señor. Voy a preguntar.

–¡Sí! ¡Pregunté! ¿Acaso me ve con cara de alcancía?

El empleado se fue y después de unos minutos regresó:

–Lo siento, señor. Sí estaba equivocado.

–¡Ah!

–El costo es $20,000

–¿Está loco? ¡Yo no voy al baño a hacer billetes! ¡Vámonos niños! En mis tiempos, con $5 te podías comprar 5 tortas. ¿Qué me quieren ver la cara de estúpido?

El abuelo nos sacó de la tienda y nos detuvimos en un Oxxo, a comprar refrescos para los tacos de pastor que mi abuela se quedó haciendo.

Claudia nos esperó en el coche, pero después salió para decirnos que desde donde ella estaba, pudo ver un celular, y sí, estaba en lo correcto.

–¿A cuánto el celular, joven? –Preguntó mi abuelo con las compras en las manos.

–$1600

–¿Ves, Claudia? ¡Esas sí son ofertas! –Dijo mi abuelo.

Entre todos, bueno, entre mi hermana y mi abuelo, cooperaron para comprarme lo que sería mi primer celular.

Cuando llegamos a casa me dirigí a mi habitación y me senté en la cama para encender mi celular.




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