Un amigo extraordinario

Juegos de mesa

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EN las tardes siempre hay juegos para jugar en familia. Ha sido una tradición desde que Claudia y yo llegamos. Me gusta convivir juntos y sin distracciones.

Aunque Pamela, Manuel y Rodríguez no sean familia directa, empezaron a venir también, por lo que la diversión y las risas aumentaron en la casa.

–¡Gané! –Decía Pamela victoriosa cuando ganaba una partida de dominó, lo que era muy seguido.

–¡Wow, Miguel! ¡Tu novia es muy buena en esto! –Decía el abuelo con el afán de molestarme.

Manuel era bueno en la memoria y Rodríguez en el ajedrez, tanto, que le ganaba hasta al mismísimo abuelo, campeón estatal de ajedrez.

–No dejen que esto se sepa o arruinarán mi reputación–Decía el abuelo avergonzado.

Las tardes pasaban volando, llegaba un momento en el que Rodríguez, Pamela y Manuel se tenían que ir. La discusión entre Manuel y yo, fue cuando él y Pamela empezaron a hacer todo juntos: sentarse juntos, reír juntos, comer en el recreo juntos y hasta jugar en las tardes juntos, sólo ellos dos.

Estaba celoso, no lo niego, pero al principio sí me costó trabajo admitirlo. Empecé a obsesionarme mucho más con Pamela así que la seguía a todos lados cuando iba acompañada de Manuel. De un rato lindo y gracioso para convivir en los juegos de mesa, poco a poco se convirtió en un lugar tenso y lleno de celos por mi parte:

–Mrrr, mrrr. Manuel, Pamela, ¿No saben que es de mala educación susurrar en el oído del otro cuando están en público? –Dije mirándolos.

–Emm… ¿No?

–Manuel, ¿podemos hablar un rato?

–Bueno… No creo que este sea el- -

Lo traje a fuerzas de su asiento y lo llevé a mi habitación.

–¿Estás loco? ¿Tratas de que mi corazón explote? ¡Sabes que ella me gusta! ¿Por qué haces esto?

–Miguel… Yo…

–¡No! ¡No hables! ¡Vete!

–¡Pero qué dramático!

–¿Qué? ¡Sabes que estoy locamente enamorado de Pamela! Esos labios color carmín me vuelven loco, y esos ojos, su cabello revuelto y chino…

–No quiero interrumpir cuando te estás poniendo cursi y toda la cosa, pero ¡somos amigo y nada más! ¡No puedes aprisionarla para que solamente hable contigo!

–¡Claro que puedo!

–¡Dudo mucho que ella se deje!

Desde ese pequeño incidente, dejé de hablarle a Manuel y a invitarlo a la tarde de juegos, pero él seguía encontrándose con Pamela. Ella parecía hablarle más a Manuel que a mí, llegó un momento en el que parecíamos perfectos desconocidos que se miraban sin hablar.

–¡Ay, vamos, Miguel! ¡Una chica te está dominando!

–¡Lo sé, lo sé! Pero no lo puedo evitar, ¡observa cómo se divierten! ¡cómo se miran! ¡cómo caminan juntos!

–Deja de ser tan celoso y date un tiempo…

–¡Es fácil para ti decirlo! ¡Nunca has estado enamorado!

Un tiempo pasó y Pamela también dejó de ir a la tarde de juegos así que ya nada más iba Rodríguez.

–¿Por qué ya no vienen tus otros dos amigos? –Preguntaba mi abuela insistentemente.

–No sé…–Decía pretendiendo no hablar sobre ellos.

Me desesperaba porque Pamela no me hablaba ya, no pasaba nada de tiempo conmigo y llegó tal punto en el que yo ya no respondía, me estaba volviendo loco.

–¿Miguel? ¡Miguel! ¡Por eso repruebas matemáticas! ¡Pon atención! –Decía Rodríguez sacudiéndome de los hombros.

Caí en baladas románticas y de desamor de los 80’s, escribía puros poemas de amor y lloraba viendo las telenovelas de mi abuelita. Rodríguez estaba preocupado por mí, por eso, venía más frecuentemente a la casa.

–¿Quieres jugar una partida de dominó?

–¿Dominó? ¡¡PAMELA!! –Comenzaba a lloriquear.

–Okey, okey… Emm, ¿te parece si vemos Volver al futuro?

–¿Volver al futuro? ¡¡ES LA PELÍCULA QUE VI CON PAMELA!! –Volvía a hacer berrinche.

–Bueno… Te parece si… ¿Jugamos ajedrez?

–Ah, no. No soy bueno en eso.

–Eres muy bipolar, Miguel.

–¡Pues mira cómo me tiene! ¡La necesito!

–No seas exagerado, ¿qué tal si hablas con ella?

–¿Estás loco? Ella me ilusionó, no la voy a dejar hacerlo otra vez.

–Pero- -

–¡Pero nada! Ahora, si me disculpas, voy a pretender emborracharme con agüita de jamaica–Dije cerrándole la puerta en las narices.

No dormía, no comía, no estudiaba y no me divertía. Una tarde de esas oscuras, Claudia tocó a mi puerta y dijo que alguien quería verme. Bajé con ojeras, ojos rojo y lagañosos, con mis pantuflas viejas y una pijama que no se había lavado en tres días. Abrí la puerta para encontrarme con pamela.

–¡Wow, Miguel! ¡Estás más dañado de lo que creí! –Dijo con una pequeña sonrisa, pero al ver que no le correspondía, volvió a un estado serio.




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