Un amigo extraordinario

Mi sobrino Elías

MI prima se embarazó muy joven de él y para colmo, su pareja huyó cuando se enteró de la noticia. Mi sobrino nació con una condición, la que no le permite caminar, sus piernas no responden desde que era un bebé, por lo que siempre anda en silla de ruedas. Lo que nunca creí posible, era que pronto Elías también terminaría siendo como un hermano para mí y Claudia, la vez que mi prima fue a dejarlo para siempre en la casa de mis abuelos.
 –...Lo siento, abuela. Tengo mucho trabajo y ya no lo puedo atender, pero tranquila ¡Es fácil!
–P-p-pero, Natalia…
–¡No puedo! ¡Adiós, abuela!
La abuela miró sorprendida a mi abuelo. Él le correspondió la mirada y después la pasaron a mi sobrino Elías, quien estaba con la cabeza gacha hacia el suelo.
–¿Tienes hambre, mi niño? –La abuela le preguntó agarrando la silla de ruedas por la espalda.
Elías no dijo nada, entonces la abuela lo llevó a mi habitación donde se iba a comenzar a quedar. No me molestaba en lo absoluto. Creo que me benefició, pues así, ya no estaría solo por las noches.
Mi sobrino tenía terrores nocturnos, nunca lo dejaban en paz. En las noches, se despertaba de un salto, gritaba o simplemente se podía ver como se quedaba paralizado, sin oportunidad de moverse.
–Tranquilo, todo está bien–Le decía tratando de calmarlo, acariciándole la cabeza.
Claudia se levantaba para darle un vaso de agua y la abuela para ayudarme a consolarlo. El abuelo rezaba un rosario y desde ahí, las cosas se calmaban, pero muy poco.
Muchos dicen que la condición de mi sobrino es trágica y que mi prima Natalia nunca se debió meter con un tipo como Raúl (el novio con el que tuvo a Elías) pues al parecer, estaba metido en temas de brujería y magia negra, lo que provocó la mala suerte de mi sobrino. También, él puede ver cosas que nosotros no, pero todos esos temas oscuros son rumores únicamente, no podemos comprobar nada…
Elías es el típico chico deprimido y tímido. En su mirar se puede reflejar su dolor, pero no logro distinguir exactamente por qué. La abuela y el abuelo lo cambiaron a la escuela en donde estamos nosotros para que le podamos echar un ojo en las clases e incluirlo las veces que podamos, como cuando estamos en recreo, actividades al aire libre, etc. El problema es que Elías tiene 12 años, por lo que va en un grado anterior al mío. Digo que es un problema porque no se ha podido integrar en su grupo y también porque nunca faltan los matones que lo molestan por su condición.
Recuerdo que una vez, a la hora de la salida, los tres niños que lo molestaban (Carlos, Emiliano y Javier) se pasaron, habían cruzado la línea de mi paciencia, consiguieron tirar quién sabe como a mi sobrino de la silla de ruedas, y, ya que Claudia aún no había salido de su clase, me vi obligado a intervenir:
–¡Oigan! ¡Déjenlo en paz! ¡Métanse con alguien de su tamaño!
Los 3 chicos me voltearon a ver al mismo tiempo, dejaron a Elías tumbado en el suelo y se dirigieron hacia mí. Cabe recalcar que, aunque soy mayor que ellos, estaba más chico en tamaño, por lo que después de haberles gritado me arrepentí muchísimo.
–Miren que tenemos aquí. ¡Otra lombriz escuálida y debilucha! –Dijo Emiliano.
–Si se meten con mi sobrino, ¡tendrán que destrozarme a mí primero!
Los tres se abalanzaron sobre mí. Emiliano me golpeaba en la nariz mientras Javier y Carlos me detenían los pies y brazos.
–¡Idiota! ¡Jamás debiste decir eso!
A la esquina de mi ojo, podía ver que Elías me estaba mirando y no quería que él viera que me estaban lastimando. Le escupí a Emiliano en la cara y sorpresivamente le entró justo en el ojo, provocando que se quitara de encima. Levanté todo lo que pude un pie de los que Carlos me detenía dándole así, justo en el estómago. Ya liberando mis piernas y mis pies, los brazos fueron fáciles, le di un derechazo a Javier, y, antes de que se pudieran levantar, me tambaleé hacia Elías quien estaba en el piso, respirando con dificultad.
–Mi… Mi in… Inhalador…–Dijo con trabajos señalándome la parte baja de su silla.
Me apresuré a tomarlo y dárselo para que pudiera respirar mejor, recargué a Elías sobre mi rodilla y lo ayudé a apoyarse.
–¿Por qué no comentaste que eras asmático? ¡Pudieron haberte matado!
–Creí… Que mamá… Les había dicho…
Miré con melancolía a Elías. Por alguna razón me dolía que su mamá fuera tan inhumana con él. ¿Cómo lo había podido mantener vivo en esos 12 años y en qué condiciones?
–Tu labio… Está sangrando…–Dijo Elías tocándome con sus dedos.
–No es nada, sobrino… No es nada…–Respondí con lágrimas en los ojos.
Claudia venía saliendo de clases, y, al verme con mis ojos moreteados e hinchados, con sangre saliendo de mi labio y la nariz rota, se asustó demasiado:
–¡Miguel! ¡Elías! ¡Oh, por Dios! ¿Qué pasó? ¿Quién les hizo esto?
Elías apuntó con su pulgar hacia Javier, Emiliano y Carlos, quienes seguían en el suelo.
Claudia nos abrazó a los dos, no le importó que su camisa blanca se llenara de sangre. Cargó a Elías y lo volvió a colocar en su silla, después, llamó a la directora de la secundaria y reportó a los brabucones.
Cuando el abuelo llegó, nos llevó a Elías y a mí al hospital. Por suerte, mi sobrino estaba asombrosamente bien, sólo yo tenía el problema de reacomodarme la nariz. No recuerdo nada de la operación, pero sí de mi abuela sentada en la orilla de la cama esperando a que despertara.
–¡M’ijo! ¿Por qué lo hiciste? –Dijo abrazándome.
–No pude soportar que le hicieran daño, abuela… Ya ha sufrido mucho y el hecho de que se quieran aprovechar de él me molesta aún más…
–Eres muy valiente, Miguel. Esos niños recibirán su merecido.
La escuela los expulsó a los tres. Emiliano terminó siendo albañil, pues su papá ya no lo quiso inscribir a otra escuela, a Javier, nunca lo aceptaron en otro colegio por su carta de mala conducta y Carlos, bueno, nunca volvimos a saber algo de él…
Elías me considera su héroe, se ha abierto más conmigo y ahora somos bastante cercanos. Él y yo nos seguimos cuidando mutuamente.
 




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