Un amigo extraordinario

La música

A mis 13 años, me gusta la música de otra época. El reggaetón se me hace un poco disgustante y, nos es por ofender a los que escuchan ese tipo de música, pero a veces sí llega a hartarme. Es extraño encontrarse con personas con los mismos gustos que yo (sólo el abuelo y la abuela escuchan lo que yo escucho). A Claudia le gusta la música clásica como Beethoven, Chopin, Mozart, Bach, Tchaikovski, etc…

A Manuel le gusta mezclar música en su computadora portátil, por lo que le gusta escuchar remixes y traps, aunque para mí, a veces eso suena muy repetitivo, pero tampoco me desagrada…

A Rodríguez le gusta escuchar canciones más antiguas que las mías, le gusta cantantes italianos como Renato Carosone, Bruno Martino, Tony Renis y Gian Costello.

A mí me gusta escuchar cantantes clásicos de los 80’s en español, como Timbiriche, Luis Miguel, Flans, OV7, Onda Vaselina y Pablito Ruíz.

Uno de mis varios problemas existenciales llegó cuando una chica anónima me dedicó la canción de “Mickey” de Timbiriche. La vez que sucedió eso, yo estaba sentado en la cafetería de la calle, sucede que en ese tiempo las cosas no estaban tan inseguras y yo podía andar libremente por donde yo quisiera.

Estaba hablando con Manuel y Rodríguez tomando mi malteada. En los altavoces, una voz anuncia que va a cambiar de canción debido a una petición que una chica le ha pedido para un tal “Miguel Robles”.

Al momento en el que escuché mi nombre, escupí mi malteada y casi me ahogaba. Rodríguez me dio fuertes palmada en la espalda hasta que volví a la normalidad.

–¿Quién en su sano juicio se fijaría en mí? –Dije a mis amigos sorprendido.

–Mi hermana…–Susurró Manuel.

–¡¿Qué dijiste?!

–Oh, nada, nada… No dije nada…

Surgió la noche y no podía dormir de la curiosidad. Fui capaz de levantarme e ir de noche en pijama a tocarle la puerta a Manuel para que me explicara lo de esa tarde.

–¡Manuel! ¡Abre la puerta! –Grité tocando con fuerza.

Me abrió una figura sombría. Era una chica. Parecía muy desgastada, con ojeras y una cobija encime que le cubría de pies a cabeza.

–¡Ala! –Grité y me hice para atrás.

La chica al tallarse los ojos y verme mejor, s trato de quitar las lagañas, aventó la cobija para un lado y pretendió aplacarse el cabello con saliva.

–¡Miguel! –Dijo con un tono alegre y me abrazó.

–Eh… Sí… ¿Quién eres?

–¿No me reconoces? ¡Soy la hermana de Manuel!

Quiso abrazarme de nuevo, pero yo me aparté.

–¡¿Manuel tiene una hermana?!

–Sí… Pero no habla mucho de mí.

–Ya sé por qué–Dije entre dientes.

–¿Disculpa?

–¡No! ¡No dije nada!

–Y… ¿Te gustó la canción que misteriosamente te pusieron en la cafetería?

–¿Tú cómo sabes eso?

–Ehhhh… Yo… ¡¡Mi hermano me contó!!

–¡Diablos, Manuel! –Se me escapó decir en voz alta.

–¡¿Gustas pasar?!

–¡No! Digo, no. Ya es muy tarde, debería estar en cama.

–¡Ah, okey! ¡Descansa, Miguel! –Dijo con una gran sonrisa que más que de felicidad, lucía macabra.

–¡Ay, ay, ay! –Dije asustado, alejándome de la casa.

Al otro día en la mañana, me estiré soltando un gran bostezo, me tallé los párpados de los ojos y justo cuando ya iba a sacar los pies de la cama:

–¡Espero que hayas dormido bien! –Dijo la hermana de Manuel atrás de la cabecera de mi cama.

–¡¡AAAAAH!! –Grité y caí de la cama.

La chica inclinó un poco su cabeza y me miró desde arriba.

–¿Qué haces? –Preguntó.

–¡YO TE DEBERÍA PREGUNTAR ESO! ¡¿CÓMO RAYOS ENTRSTE A LA CASA?!

–¡Ay, fue fácil! Sólo tuve que desearlo y ya.

–¡¿Qué?!

–Espera, mi hermano me llama. Me tengo que ir. ¡Adiós!

La chica se desvaneció frente a mis ojos.

–¿Me estoy volviendo loco? –Me pregunté a mí mismo tocándome la frente.

Supuse que tal vez me lo había imaginado. De todas maneras, seguía un poco adormilado como para que fuera verdadero lo que vi.

Bajé a desayunar. La abuela había preparado hotcakes con chispas de chocolate y tocino. El abuelo estaba sentado a la mesa, dándole a Steve el tocino por debajo, Claudia estaba leyendo el periódico y la abuela sirviéndole el café. Todos estaban actuando normal…

Me subí al camión y me senté a lado de Pamela, la abracé y le di un beso en la frente, pero a través de la ventana, vi a la chica rara con el seño fruncido, cruzada de brazos.

–¿Qué pasa? –Preguntó Pamela al ver mi expresión.

–N-n-nada–Dije tratando de disimular.




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