Un amor fuera de ruta

Voces en contra

El otoño había teñido de naranja y ocre las calles de la ciudad, y Lucía disfrutaba de esa luz suave mientras picaba cebolla en su cocina. Martín había pasado la tarde con Tomás, comprando lápices de colores y dejando que el niño escogiera el helado más grande que podía cargar sin derramarlo. Cuando llegó, la vio de espaldas, concentrada en la cocina, y no pudo evitar sonreír.

—“¿Así que cortando cebolla para llorar un poco antes de hablar conmigo?” —dijo él, apoyándose en el marco de la puerta.
—“Más bien para llorar un poco por lo que me vas a contar después”, replicó Lucía, sin voltear todavía.
—“Uy, ¿ya me estás amenazando?”
—“No, solo te estoy preparando para el drama de tu vida adulta”, dijo ella, finalmente girando y sonriendo.

Se sentaron a la mesa con café recién hecho y unos croissants que Lucía había comprado en la panadería de la esquina. Martín comenzó:

—“Hablé con mi mamá hoy… y no fue fácil.”
—“¿Qué pasó?”
—“Me dijo… bueno, me dijo que Tomás necesita un padre que no se distraiga con… bueno… con alguien que sea… digamos, ‘nuevo’ en nuestras vidas.”

Se quedó callada un segundo, intentando contener la mezcla de tristeza y frustración que le subía.

—“Ah… ¿y vos qué le respondiste?”
—“Que no estoy seguro de poder hacerla feliz, que quizás ella tiene razón… que no quiero arriesgarme a que Tomás se sienta incómodo.”

Lucía suspiró, pero no podía dejar de bromear para aliviar la tensión:

—“¿Así que mi culpa es no haber nacido antes de que Tomás existiera? Qué oportuno…”
Martín rió a medias, con esa sonrisa que mezclaba cariño y preocupación.

—“No, no es culpa tuya… es solo… complicado. Toda mi vida gira alrededor de él. No quiero que nada ni nadie lo lastime.”
—“Lo sé, lo entiendo… pero yo también estoy aquí, Martín. No quiero ser solo ‘la que viene de afuera’ y espera que te olvides de lo que llevás contigo.”

Se hizo un silencio tenso. Solo se escuchaba el ronroneo de Morgana, que se había acomodado entre ellos sobre la mesa.

—“¿Sabés qué me preocupa más?” —dijo Martín, bajando la voz—. “Que me gustes demasiado… que me hagas feliz demasiado… y después tenga que decirte adiós porque no puedo sacrificar a Tomás.”

Lo miró fijamente, con los ojos brillantes, y se acercó para tomarle la mano:

—“ No sé qué va a pasar. Pero mientras estemos juntos, quiero que seamos honestos, que nos riamos y que vivamos esto. Aunque sea solo un tiempo, aunque la vida decida otra cosa.”

Él asintió, con una mezcla de alivio y tristeza, y por un momento todo pareció encajar. Se rieron contando anécdotas: cómo Tomás se había pintado la cara con marcador permanente, cómo Lucía había quemado la primera tanda de croissants intentando impresionar a Martín, y cómo los gatos siempre tenían su propia agenda, completamente ajena a la de los humanos.

—“¿Te acordás del primer día que nos conocimos en la cafetería?” —preguntó Martín, sonriendo—. “Pensé que eras demasiado elegante para mí… y ahora te veo cubierta de harina, riéndote de mis desastres con el cuchillo.”
—“Y yo pensé que eras un tipo simple, pero con un hijo que ya tiene más carácter que yo… y mírate, me conquistaste igual.”

Se quedaron en silencio un instante, disfrutando de la cercanía, de esa mezcla de humor y ternura que los hacía sentir invencibles, aunque por fuera todo pareciera tan complicado.

Pero la noche traía consigo llamadas y mensajes de familiares y amigos, que recordaban que su amor no era “convencional”. Las palabras de advertencia se colaban en su mente: No es realista… Él tiene un hijo… ¿Qué vas a hacer si las cosas se complican?

Lucía tomó una decisión en ese momento: no dejaría que los comentarios apagaran lo que sentían. Pero Martín, por más que sonriera y bromeara, ya empezaba a sentir el peso del mundo sobre sus hombros. Sabía que el amor podía ser intenso y real, pero también comprendía que a veces amar implicaba renunciar.

Cuando se despidieron esa noche, con la gata acurrucada entre ellos y Tomás dormido en la casa de su abuela, Martín le dio un beso en la frente y murmuró:

—“No sé cuánto tiempo voy a poder sostener esto… pero mientras dure, quiero que sea nuestro momento.”
—“Entonces hagámoslo valer, aunque el mundo no lo entienda”, respondió, abrazándolo fuerte.

Y así, entre risas, cariño y preocupaciones, el amor continuaba creciendo, mientras las primeras grietas empezaban a aparecer silenciosas, anunciando la tormenta que los esperaba.

Lucía removía distraída el café en la mesa del bar, mientras esperaba a Paula, su mejor amiga desde la secundaria. Cuando la vio entrar, agitando la bufanda y con esa sonrisa cómplice que siempre traía, supo que no podía seguir guardándose el secreto.

—A ver, ¿qué pasa que me citás con esa cara de misterio? —preguntó Paula, apenas se sentó.

Lucía dudó unos segundos, como si buscara las palabras correctas.

—Conocí a alguien —soltó al fin.

Paula arqueó una ceja y dejó la taza en la mesa.

—¡No! ¿En serio? ¿Y yo me entero recién ahora? Dale, contame todo. ¿Quién es? ¿Dónde lo conociste?

Lucía bajó la mirada, un poco avergonzada.

—Por una red social.

—Ajá… —Paula sonrió con picardía—. ¿Y qué hace el susodicho?

—Es camionero —respondió Lucía, casi en un susurro.

Paula abrió mucho los ojos.

—¿Camionero? ¡Lucía! Vos, que vivís entre platos de autor, restaurantes de lujo y chefs con ego gigante… ¿te enganchaste con un camionero?

Lucía rió, nerviosa.

—Ya sé que suena raro, pero es diferente. Es sencillo, auténtico… Me hace reír como hace tiempo no me reía.

Paula la observó en silencio unos segundos, hasta que soltó una carcajada.

—¡Estás colorada! No lo puedo creer, Lucía, te gusta de verdad.

Lucía se encogió de hombros, mordiéndose el labio.

—Sí… creo que sí. Pero también me da miedo. Tiene un hijo… y su vida es muy distinta a la mía. No sé si estoy preparada para algo así.



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En el texto hay: amor, cocina, rutas

Editado: 18.09.2025

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