El sol de la tarde caía tibio sobre el patio de la casa. Martín se sentó en una silla de madera, con Tomás jugando a pocos metros, su risa llenando el aire. A simple vista, todo parecía normal, como si la vida quisiera volver a su curso.
Pero por dentro, Martín se sentía incompleto.
Desde que había salido del hospital, las rutinas lo reconfortaban: preparar a Tomás para la escuela, compartir un mate con Carolina, volver a escuchar el rugido del camión aunque fuera solo en marcha lenta. Sin embargo, cada vez que el silencio se hacía presente, el mismo vacío regresaba.
Esa sensación extraña que lo perseguía desde la visita de aquella mujer.
Lucía.
El nombre le venía de golpe, como un susurro en la mente, y lo dejaba inquieto. No sabía quién era, no recordaba su rostro con claridad, pero el sonido de ese nombre le revolvía el pecho de una forma imposible de explicar.
Carolina apareció en la puerta, secándose las manos con un repasador.
—¿Estás bien? —preguntó, observándolo con atención.
Martín asintió lentamente.
—Sí… solo pensaba.
Ella sonrió, intentando darle tranquilidad.
—No te exijas, Martín. Lo que no recuerdes ahora… quizá sea mejor dejarlo atrás.
Martín bajó la mirada. No respondió. Porque, aunque no tuviera pruebas, en su corazón algo gritaba lo contrario: lo que había olvidado no era algo menor… era alguien.
Los días pasaron y ya volvió a su rutina de viajes y rutas.
Martín estaba preparando el camión para un viaje largo, revisando cada detalle con la concentración de siempre. Lucía apareció en la puerta, decidida a acompañarlo:
—“Voy a ir con vos hoy. Solo para ayudarte, y… para que no estés solo”, dijo con firmeza, sosteniendo su mochila.
Él la miró con desconcierto, aún sin recordar quién era:
—“¿Vos… me acompañás? No sé si… debería dejar que alguien más vaya conmigo”, murmuró, preocupado.
—“Confía en mí, Martín. Solo voy a estar al lado, nada más”, respondió Lucía, tratando de sonar tranquila.
Mientras arrancaban el camión y tomaban la ruta, el silencio llenó la cabina. Martín miraba la carretera, pensando en la madre de Tomás, en cómo todo parecía encajar en su cabeza aunque su corazón le daba señales contradictorias. Lucía, por su parte, lo observaba en silencio, recordando cada detalle de los viajes que habían hecho juntos, cada risa y cada complicidad perdida.
—“Entonces… ¿a dónde vamos?” —preguntó Martín finalmente, rompiendo el silencio.
—“Solo un tramo largo por la ruta… vamos a disfrutar del camino”, respondió Lucía, intentando sonar casual.
Martín la miró de reojo, desconfiado pero sin poder explicar la calidez que sentía al tenerla allí. Cada gesto, cada palabra de ella parecía despertar algo que su memoria no le daba, pero su corazón reconocía.
—“A veces siento… que debería estar pensando en otra persona… alguien de mi pasado… pero no sé si es correcto”, murmuró él, sin mirar a Lucía directamente.
—“El pasado siempre nos acompaña… pero eso no significa que el presente no pueda ser vivido”, dijo ella suavemente, evitando que su voz temblara.
Durante el viaje hubo momentos de tensión, risas involuntarias y pequeños roces cómicos: Lucía confundiendo las palancas del camión, Martín intentando corregirla sin perder la paciencia, y ambos peleándose con la radio que no funcionaba correctamente. Todo eso mezclaba humor y emoción, mientras la distancia física entre ellos se acortaba, aunque la memoria de él permaneciera bloqueada.
—“No sé si estoy haciendo lo correcto… con vos aquí”, dijo él finalmente, con un suspiro—. “Mi mente me dice una cosa, pero… algo en mi corazón me dice otra.”
Lucía sonrió con melancolía:
—“Eso es todo lo que necesito, Martín. Que tu corazón me recuerde aunque tu memoria no lo haga.”
Mientras la ruta se extendía frente a ellos, entre lluvia, viento y kilómetros infinitos, ambos entendieron algo importante: la distancia de la memoria no podía borrar la conexión que seguía viva entre ellos. Y aunque Martín todavía pensaba en la madre de Tomás y en regresar a la rutina de su vida anterior, la presencia de Lucía en la cabina comenzaba a abrir un espacio nuevo en su corazón, lleno de emoción, nostalgia y posibilidades.
El camión avanzaba por la ruta mientras la lluvia dibujaba reflejos sobre el pavimento. Lucía estaba sentada junto a Martín, silenciosa, observando cómo él concentraba toda su atención en el camino. Cada tanto, ella le hacía preguntas simples, con la esperanza de que pequeñas conversaciones pudieran despertar algún recuerdo dormido.
—“Martín… ¿te gusta este tramo de la ruta?” preguntó, intentando sonar casual.
—“Sí… es tranquilo. Aunque… me hace pensar en cosas que no entiendo muy bien”, respondió él, con el ceño fruncido.
Lucía lo miró, adivinando que se refería a ella. Cada palabra era una oportunidad para acercarse a su corazón, aunque él no supiera por qué se sentía tan atraído y a la vez confundido.
—“A veces siento que debería estar pensando en alguien más… alguien que conozco”, murmuró Martín, sin mirarla.
—“El corazón tiene sus propios caminos… a veces nos confunde, pero no se equivoca”, dijo Lucía suavemente.
Durante el viaje ocurrieron pequeños momentos que mezclaban humor y ternura:
Lucía intentó ayudar con las marchas del camión y terminó tirando la palanca de cambios, provocando un pequeño sobresalto en Martín.
—“¡Lucía! ¡Cuidado!” —exclamó, mientras ambos estallaban en risas nerviosas.
En un momento, un perro corrió detrás de un camión detenido y ambos se quedaron viendo la escena, riendo por la situación absurda mientras Martín sentía algo extraño en su pecho: una mezcla de familiaridad y ternura inexplicable.
Martín se sentó un momento en silencio, mirando hacia el horizonte:
—“No entiendo por qué… pero me siento bien contigo… aunque no sé por qué debería sentirme así”, murmuró.
Lucía apretó suavemente su mano: