El camión avanzaba por la ruta mientras la luz dorada del atardecer iluminaba el horizonte. Lucía estaba sentada junto a Martín, en silencio, disfrutando de la tranquilidad del viaje. De repente, él suspiró y murmuró casi sin darse cuenta:
—“Creo que… he soñado con vos antes… pero no sé cuándo ni por qué.”
Lucía contuvo la emoción, sonriendo con suavidad:
—“Eso es un buen comienzo. No importa cuándo ni cómo… lo importante es que algo en tu corazón te recuerda.”
Durante las horas siguientes, pequeños fragmentos empezaron a regresar:
Al pasar por un pueblo donde solían detenerse juntos, Martín vio un cartel con un platillo que Lucía solía cocinar en la ruta: “Risotto al estilo de la chef Lucía”. Su corazón dio un vuelco, y por un instante, sus ojos buscaron a Lucía, como buscando confirmación.
—“¿Ese… risotto? ¿Lo conozco?” murmuró, con un hilo de duda y fascinación.
—“Sí… es mío. Una de mis recetas favoritas”, respondió ella, tratando de mantener la calma mientras sentía que algo despertaba en él.
Durante la parada para descansar, Lucía contó una anécdota divertida:
—“¿Te acordás cuando Tomás dibujó mi cara con marcador mientras vos estabas en el camión? ¡Parecías tan horrorizado!”
Martín se quedó en silencio unos segundos, y luego rió, confundido pero emocionado:
—“No lo recuerdo… pero siento que debería… me hace reír. Y eso… me hace sentir cerca de vos.”
Cada palabra, cada gesto y cada recuerdo que Lucía compartía despertaba en Martín sensaciones desconocidas: ternura, curiosidad y una nostalgia inexplicable. Aunque su mente aún estaba nublada, su corazón empezaba a reaccionar, reconociendo algo que su memoria no podía ubicar.
Mientras la noche caía y las luces de los pueblos se reflejaban en el asfalto, Martín miró a Lucía con una mezcla de confusión y sinceridad:
—“No sé quién sos exactamente… ni recuerdo todo… pero… quiero que estés conmigo. Esto… esto se siente correcto.”
Lucía sonrió con lágrimas contenidas y apretó su mano:
—“Eso es suficiente. Lo que importa es que tu corazón sabe la verdad… y eso es lo que nos va a guiar.”
En ese viaje por la ruta, entre risas, recuerdos fragmentados y kilómetros interminables, ambos entendieron algo fundamental: aunque la memoria pueda perderse, el amor verdadero encuentra su camino, despertando emociones que ni el tiempo ni los accidentes pueden borrar.
El sol de la mañana entraba por la ventana del camión mientras Martín manejaba por la ruta. De repente, un olor familiar llegó a sus sentidos: el aroma de café y pan recién hecho que Lucía había traído para desayunar. Un torrente de recuerdos lo inundó de golpe: risas compartidas en la cocina, viajes improvisados por la ruta, los ojos de Tomás brillando de alegría mientras jugaban juntos.
—“¡Lucía…!” —murmuró en voz baja, con la garganta seca—. “¡Te recuerdo!”
Lucía lo miró, con lágrimas en los ojos, pero antes de que pudieran abrazarse, Martín respiró hondo, con el corazón latiendo desbocado:
—“Pero… también recuerdo por qué te dejé… lo hice por Tomás… por su bienestar… y por todas las personas que se oponían a nosotros.”
La cabina del camión se llenó de un silencio tenso. Lucía, conmovida pero conteniendo las lágrimas, asintió:
—“Lo sé… nunca me culpes por eso. Entiendo tus razones… aunque me duela que te hayas ido.”
Mientras tanto, Martín sentía la presencia de otra realidad: Tomás, su hijo, había expresado claramente que quería que volviera con su madre. Su pequeño corazón se debatía entre la lealtad hacia su hijo y el amor que aún sentía por Lucía.
—“No sé qué hacer… Tomás quiere que esté con su madre… y yo… yo aún te amo, Lucía”, murmuró, con la voz quebrada.
Lucía tomó su mano con suavidad:
—“Lo que importa ahora es lo que sienten juntos. El amor verdadero no siempre es fácil… pero podemos encontrar la forma de hacerlo bien para todos.”
Durante el viaje, los recuerdos siguieron regresando, mezclados con la tensión de la decisión que debía tomar: la memoria le devolvía la alegría, la complicidad, la pasión y también los sacrificios que había hecho por Tomás. Cada imagen y cada sensación lo enfrentaban a la realidad: el amor que sentía por Lucía y la responsabilidad hacia su hijo y su madre.
—“No sé si puedo elegir solo por mí… Tomás tiene derecho a querer que esté con su madre… pero yo… no quiero perderte otra vez”, confesó Martín, mirando la carretera mientras luchaba con su corazón dividido.
Lucía sonrió con tristeza y esperanza a la vez:
—“No tienes que decidirlo ahora… lo importante es que somos honestos con lo que sentimos. El tiempo y la paciencia nos ayudarán a encontrar la mejor solución.”
Entre kilómetros, recuerdos y decisiones difíciles, ambos comprendieron que el amor verdadero no siempre es fácil ni inmediato, que a veces se lucha por él y que la vida podía ponerlos ante dilemas imposibles. Pero mientras sus manos permanecían juntas y sus corazones conectados, sabían que cualquier decisión futura se tomaría con amor, respeto y la certeza de que lo que compartían era único.
El camión estaba detenido en el parador, y la tensión era palpable. Frente a Martín, la madre de Tomás se mantenía firme, mientras Tomás lo miraba con ojos suplicantes. Lucía permanecía a un costado, conteniendo las lágrimas, pero observando cada gesto de él con un nudo en el pecho.
—“Papá… quiero que vuelvas conmigo… con mamá”, dijo Tomás con voz temblorosa.
Martín lo miró, sintiendo el peso de la responsabilidad y la culpa. Cada palabra le recordaba por qué había tomado decisiones difíciles en el pasado.
—“Tomás… mi amor… yo… los quiero a los dos… pero…” murmuró, bajando la vista y tomando aire profundamente.
Carolina dio un paso adelante, con dulzura y firmeza:
—“Martín… yo sé que la amas, pero Tomás necesita estabilidad. Y yo también quiero que estés presente… no podemos perderte.”