Era un mediodía cualquiera en la estación de servicio de la ruta 3. Martín había parado a cargar combustible y a tomarse un café rápido antes de seguir viaje hacia Bahía Blanca. La radio del bar sonaba de fondo con cumbia vieja, mientras camioneros entraban y salían entre risas y conversaciones.
Martín estaba cansado, pero también inquieto. Desde que la madre de Tomás había vuelto, su vida parecía un rompecabezas: por un lado, la ilusión de su hijo de tener a sus padres de nuevo juntos; por otro, el recuerdo imborrable de Lucía que lo perseguía a todas horas.
Sacó su celular para revisar mensajes. Entre las notificaciones de trabajo y el grupo del colegio de Tomás, apareció un mensaje de su hermana:
“Che, me dijeron que Lucía anda saliendo con un tipo. Un abogado o algo así. ¿Sabías?”
Martín se quedó helado. Sintió cómo el café se le atragantaba en la garganta.
"Lucía… con otro."
—¿Todo bien, hermano? —le preguntó el playero al verlo pálido.
—Sí… sí, todo bien. —Martín dejó los billetes sobre el mostrador y salió con paso rápido hacia el camión.
Subió a la cabina, cerró la puerta y apoyó la frente en el volante. No sabía qué sentir: enojo, tristeza, celos… todo mezclado. Había elegido quedarse con la madre de su hijo, lo había hecho convencido de que era lo correcto, pero ahora, la idea de Lucía riendo con otro hombre lo destrozaba.
Encendió el motor, como si el rugido del camión pudiera tapar ese pensamiento. Pero la mente era más fuerte.
"¿Ya lo habrá besado? ¿Le contará de sus sueños? ¿Se reirá con él de las mismas cosas que conmigo?"
La radio cambió de canción y, como una ironía cruel, comenzó a sonar “La Llave” de Abel Pintos. Martín golpeó el volante con rabia.
—¡La puta madre! —exclamó, sintiendo cómo los ojos se le humedecían.
En ese momento, sonó su celular. Era la madre de Tomás. Contestó con voz seca.
—¿Qué pasa?
—Nada, solo quería saber dónde estabas. Tomás te espera para cenar.
Martín la escuchó, pero sus pensamientos estaban en otro lado. Respondió lo justo y necesario, colgó y volvió a quedar solo.
Miró por el retrovisor, como si pudiera ver más allá de los kilómetros, hasta donde estaba Lucía. Y la imaginó, con ese vestido que tanto le gustaba, sonriendo a alguien más.
—Vos tenías razón, Lucía… yo te dejé. Y ahora… ahora otro se queda con tu sonrisa. —susurró con voz rota.
El camión avanzó por la ruta, pero el corazón de Martín se quedó enredado en ese recuerdo imposible de soltar.
El motor del camión rugía con fuerza en la madrugada, pero ni el ruido del motor ni el viento de la ruta podían tapar los pensamientos de Martín. No dejaba de repetirse la misma imagen en la cabeza: Lucía, de la mano de otro hombre. Cada vez que lo imaginaba, un nudo le apretaba el estómago.
"Yo fui el que la dejó… Yo elegí esto."
El recuerdo de Tomás, durmiendo tranquilo, abrazado a su osito, era lo único que le daba fuerzas para sostenerse en esa decisión. Había vuelto con su madre porque su hijo lo necesitaba, porque era lo que parecía correcto. Pero, ¿acaso lo correcto siempre coincidía con lo que uno quería?
Golpeó el volante con rabia.
—¡Carajo, Lucía! —murmuró, con la voz quebrada.
Mientras tanto, en la ciudad, Lucía salía de trabajar. Andrés la esperaba afuera del restaurante, apoyado en su auto. Tenía esa sonrisa calma que tanto lo caracterizaba.
—¡Al fin! —exclamó—. Te estaba empezando a extrañar.
Lucía sonrió débilmente.
—Fueron solo unas horas.
—Sí, pero cuando uno la pasa bien con alguien, las horas parecen eternas. —Le abrió la puerta del auto—. Vamos, te prometí una cena tranquila.
Durante la comida, Andrés habló casi todo el tiempo. Le contó anécdotas de su trabajo, chistes de amigos, algún que otro recuerdo gracioso de su infancia. Lucía lo escuchaba, sonreía, respondía lo justo… pero en su cabeza las comparaciones eran inevitables.
"Martín no hablaba tanto… Martín escuchaba. Martín sabía mirarme como si yo fuera lo único en ese momento."
Andrés notó su distracción.
—¿Estás conmigo?
Ella parpadeó, volviendo a la realidad.
—Sí, perdón. Estoy cansada.
Él le tomó la mano con suavidad.
—No tenés que explicarme nada. Si en algún momento esto te resulta demasiado… decímelo.
Lucía sintió ternura. Andrés era bueno, paciente, un hombre dispuesto a esperarla. Pero lo que más la hería era que en su interior no podía darle lo que merecía: un corazón libre.
Esa misma noche, ya en su departamento, puso música para distraerse. Entre las canciones al azar, sonó “La Llave”.
Su respiración se cortó. Cerró los ojos y de inmediato lo vio a él: Martín, con su voz ronca, cantándosela entre risas en aquel viaje de ruta. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas sin que pudiera detenerlas.
"¿Por qué no puedo olvidarte? ¿Por qué, incluso habiéndote perdido, seguís siendo mi todo?"
Del otro lado de la ruta, Martín se detenía a dormir en una estación. Antes de cerrar los ojos, revisó una vez más las redes. Y ahí la vio: una foto de Lucía y Andrés en una terraza, riendo.
Sintió que el aire se le escapaba del pecho.
—La perdí de verdad… —susurró, tapándose el rostro con las manos.
Pero aun así, al cerrar los ojos, no pudo evitar soñar con ella.