Un amor fuera de ruta

22-La propuesta

La mañana después de aquella cena en el restaurante, Lucía se levantó con los ojos hinchados. Había dormido poco y mal. Encendió la cafetera y se preparó para un día más en la rutina de su cocina. Pero el destino parecía tener otros planes.

Mientras revisaba correos en la computadora, vio uno con el asunto en mayúsculas:

“Propuesta Internacional – Restaurante Estrella Michelin en Barcelona”

Lucía parpadeó varias veces. Pensó que era publicidad o algún error, pero el remitente era real: un chef con el que había coincidido en una convención gastronómica el año anterior.

Abrió el correo con cautela.

"Estimada Lucía,
He seguido tu trabajo y tu estilo único. Estamos por abrir una nueva sede en Barcelona y pensamos que tu talento sería perfecto para liderar la sección de cocina creativa. La propuesta incluye vivienda, viáticos y contrato indefinido. Sé que es un gran cambio, pero también una gran oportunidad.
Atentamente,
Chef Ramírez."

El corazón de Lucía comenzó a latir con fuerza.
—¿Barcelona? —susurró, como si la palabra pudiera quemarle la lengua.

Se sentó, intentando asimilar lo que acababa de leer. Una parte de ella vibraba de emoción: era el tipo de oportunidad que cualquier chef soñaba. Un reconocimiento a todos los años de esfuerzo, a esas noches sin dormir, a esas lágrimas derramadas sobre la harina.

Pero otra parte de su corazón se contrajo. Si aceptaba, eso significaba irse… lejos. Muy lejos. Significaba cerrar la puerta de una vez por todas a la posibilidad de cruzarse con Martín en alguna esquina, en algún viaje, en algún descuido.

El celular vibró sobre la mesa: era Andrés.

"¿Almorzamos hoy? Quiero verte."

Lucía lo miró unos segundos. Andrés representaba la estabilidad, la promesa de un amor tranquilo. Pero ese correo la había sacudido por dentro.

Se llevó una mano al pecho y respiró hondo.
—¿Será esto lo que necesito? —se preguntó en voz baja—. ¿Será que la vida me está diciendo que la única forma de seguir adelante es… irme?

Miró por la ventana. Afuera, la ciudad bullía, indiferente a su dilema. Y sin embargo, en lo más hondo, Lucía supo que esa decisión iba a marcar el rumbo de su vida, y también… el de Martín.

Porque algo dentro de ella le decía que si se iba, él lo iba a sentir.

El camión avanzaba lento por la ruta, bordeando campos interminables de girasoles que parecían mirar al sol. Martín conducía en silencio, con la radio apenas encendida, dejando que alguna melodía lo acompañara. Su mente divagaba, como siempre, entre el trabajo y los recuerdos de Lucía.

En una parada de descanso, se encontró con un viejo amigo, Fabián, también camionero. Se saludaron con palmadas en la espalda, compartieron un café caliente y charlaron un rato.

—Che, ¿supiste lo de la chef esa… Lucía? —preguntó Fabián de pronto, con naturalidad.

El nombre le atravesó el pecho como un rayo. Martín intentó disimular, pero la tensión en su mandíbula lo delató.
—¿Qué cosa? —preguntó, como si no le importara demasiado.

—Me contó una prima que trabaja en gastronomía… parece que le ofrecieron un contrato en Barcelona. Imaginate, España, hermano. Un salto enorme.

Martín dejó la taza sobre la mesa, con un golpe seco.
—¿Barcelona? —repitió, incrédulo.

—Sí, loco, una oportunidad de esas que no se repiten. Ella se lo merece, la mina es una crack. —Fabián lo dijo con naturalidad, sin darse cuenta de que cada palabra era un cuchillo en el pecho de Martín.

Él miró hacia la ruta, el horizonte infinito. Su corazón se agitaba, como si de repente le faltara el aire. La idea de que Lucía se fuera al otro lado del mundo, lejos de él, lejos de esa rutina que de algún modo los mantenía en la misma tierra, lo desarmaba.

—¿Y sabés si… ya aceptó? —preguntó, intentando sonar casual.

—No, ni idea. Pero para alguien como ella… ¿qué motivo tendría para quedarse acá?

Martín no respondió. Solo asintió, tragando duro. En su cabeza, mil imágenes se cruzaron: la risa de Lucía, sus manos manchadas de harina, esa mirada que lo había acompañado en tantas noches de soledad.

Cuando volvió al camión, encendió el motor y se quedó unos segundos con las manos en el volante, sin arrancar.
—Si se va… —murmuró—. Si se va, ya no habrá vuelta atrás.

Y por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo. Miedo real.

Porque entendió que no solo podía perderla… sino que quizás ya la había perdido.

El destino tiene esas maneras caprichosas de juntar a las personas cuando menos lo esperan. Martín lo comprobó una tarde cualquiera, al bajar del camión en la ciudad para entregar una carga de frutas en el mercado central.

Había mucho movimiento: carretillas, gritos de vendedores, el perfume de las naranjas mezclado con el polvo del asfalto. Y, entre todo ese caos, la vio.

Lucía caminaba del brazo de Andrés. Él la escuchaba atentamente mientras ella reía con esa espontaneidad que Martín conocía tan bien. Una risa que lo atravesó de pies a cabeza.

El corazón le dio un vuelco. Durante unos segundos, pensó en esconderse, dar media vuelta y fingir que no la había visto. Pero ella giró la cabeza… y sus miradas se encontraron.

El tiempo se detuvo.

—Martín… —susurró, sorprendida, soltando sin querer el brazo de Andrés.

Él apenas pudo asentir.
—Hola, Lucía.

Andrés, incómodo, estiró la mano.
—Hola, ¿vos sos…?

—Un viejo conocido —respondió Martín, sin apartar los ojos de ella.

La tensión era tan densa que casi podía tocarse. Andrés notó algo raro, pero prefirió no insistir.
—Voy a buscar el auto, te espero en la esquina —le dijo, dándole espacio.

Cuando quedaron solos, el silencio los envolvió unos segundos. El bullicio del mercado se volvía lejano, como si todo el mundo hubiera desaparecido.

—No sabía que… estabas en la ciudad —dijo Lucía, con un hilo de voz.

—Trabajo —contestó él, encogiéndose de hombros—. No sabía que estabas con alguien.



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En el texto hay: amor, cocina, rutas

Editado: 29.09.2025

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