Un amor fuera de ruta

El primer beso

La mañana siguiente arrancó con el rugido del motor. Lucía aún estaba medio dormida, acurrucada con la manta en el asiento, mientras Martín, con el mate en mano, ponía rumbo hacia el norte. La ruta parecía tranquila, pero el viento soplaba fuerte y cada tanto sacudía al camión.

Lucía abrió los ojos cuando sintió un movimiento brusco.
—¿Todo bien? —preguntó, medio alarmada.
—Sí, un idiota se me cruzó. —Martín apretaba el volante con fuerza, los músculos tensos—. En la ruta siempre hay alguno que se cree dueño del asfalto.

Se enderezó, tratando de calmarlo.
—Con que vos estés atento, ya está. Confío en vos.

Él giró la cabeza apenas, sorprendido por sus palabras. Esa confianza le atravesó el pecho.

El camino siguió, pero un rato después, al entrar a una curva cerrada, un auto adelantó de golpe en sentido contrario. Martín tuvo que maniobrar con destreza, y el camión se sacudió violentamente. Lucía gritó, sujetándose del tablero.

Finalmente, lograron estabilizarse. Martín respiraba agitado, con las manos aún firmes en el volante.

—¡Estás loco! —exclamó Lucía, aún temblando.
—No era yo, era el otro. Pero tranquila, ya pasó —dijo él, aunque el corazón le golpeaba como un tambor.

El silencio que siguió fue denso. Lucía lo miraba, todavía con el miedo en los ojos. Y en medio de ese torbellino, algo cambió: la fragilidad del momento los empujó a la verdad que venían esquivando.

—pensé que nos íbamos a morir —susurró ella, con un nudo en la garganta.
—Mientras yo maneje, no voy a dejar que te pase nada —respondió él, con voz ronca.

Se miraron, y el tiempo se detuvo. La tensión, el miedo, la confianza, todo explotó en ese instante. Se inclinó apenas hacia él, como sin querer, y Martín soltó el volante con una mano, buscándola.

Y entonces ocurrió. Un beso, primero torpe por la urgencia, luego intenso, lleno de todo lo que habían callado hasta ahora. El ruido del motor quedó atrás, el mundo desapareció: solo estaban ellos, fundidos en ese encuentro que era mitad alivio, mitad declaración.

Cuando se separaron, los dos estaban jadeando. Lucía tenía las mejillas encendidas.
—Eso… —dijo ella, intentando ordenar sus ideas—. Eso tampoco estaba en mis planes.
Martín sonrió apenas, con los labios aún temblando.
—Ni en los míos. Pero no pienso arrepentirme.

Lo miró largo rato, sin saber si reír o llorar.
— nos estamos metiendo en algo grande, ¿sabés?
—Lo sé. Y no me importa.

Ella apoyó la frente contra su hombro, cerrando los ojos, mientras el camión seguía su camino. Y aunque el futuro fuera incierto, ese beso había sellado un destino que ninguno de los dos podría ignorar.

El camión avanzaba como siempre, pero para Lucía y Martín nada era igual. El aire dentro de la cabina parecía más espeso, cargado de electricidad. Cada movimiento, cada respiro, cada silencio se sentía distinto.

Lucía miraba por la ventanilla, intentando distraerse con los campos que se deslizaban a los costados. Su corazón, sin embargo, no la dejaba en paz. Todavía podía sentir el calor del beso, el sabor de los labios de ese hombre a su lado, la forma en que él la había sostenido.

Martín, por su parte, tenía los nudillos blancos de tanto apretar el volante. Nunca había sido de darle vueltas a las cosas, pero esta vez era diferente. Ese beso lo había golpeado como un choque frontal: inevitable, irreversible.

—¿Estás bien? —preguntó ella de repente, sin mirarlo.
—Sí… digo, creo que sí. ¿Vos?
Lucía sonrió nerviosa.
—No lo sé.

Hubo un silencio. El motor zumbaba como telón de fondo.

—Lucía… —empezó Martín, dudando—. Lo que pasó… no fue un error.
—Ya lo sé. —Ella giró para mirarlo—. Pero también sé que cambia todo.

Martín tragó saliva.
—¿Y eso es malo?
—No sé si malo… pero da miedo.

Ella se abrazó las piernas sobre el asiento, como buscando refugio.
—Yo tenía mi vida bastante organizada. Y vos también. No es tan simple.

Él soltó una risa seca, sin humor.
—¿Te parece simple para mí? Tengo un hijo que depende de mí, una rutina que no deja espacio para nada. Y sin embargo… acá estoy, con vos.

Lo miró largo rato. Sus ojos brillaban, entre desafiantes y vulnerables.
—Entonces estamos igual de locos.

Él Sonrió por primera vez desde el beso.
—Me gusta esa definición. Dos locos en la ruta.

El ambiente se alivianó un poco, y ella soltó una risa tímida.
—¿Sabés qué es lo peor?
—¿Qué?
—Que quiero volver a besarte, aunque me muera de miedo.

Martín giró hacia ella, dejando ver una chispa en sus ojos.
—Entonces estamos en el mismo problema.

Desvió la mirada, sonrojada, y el silencio volvió, pero esta vez cargado de complicidad.

Más adelante, hicieron una parada breve para descansar. Lucía bajó primero, estirándose. Martín la siguió, y mientras caminaban juntos hacia el baño del parador, sus manos se rozaron sin querer. Ambos se miraron, y fue como volver a sentir ese mismo calor del beso.

—Martín… —dijo ella, en voz baja—. Prometeme una cosa.
—Lo que quieras.
—Que, pase lo que pase, no vas a desaparecer.
Él la miró fijo, con la seriedad que lo caracterizaba.
—Eso no está en mis planes.

Lucía sonrió débilmente. Y aunque ninguno lo admitiera en voz alta, sabían que lo que había comenzado no iba a detenerse fácilmente.



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En el texto hay: amor, cocina, rutas

Editado: 18.09.2025

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