El restaurante estaba cerrado. Era tarde, todos se habían ido, y Lucía se había quedado a solas en la cocina, terminando de limpiar una de las estaciones. El silencio era extraño: sin gritos de meseros ni ollas chocando, solo el zumbido lejano del extractor y el eco de sus propios pasos.
Se sirvió una copa de vino y salió a la terraza del local. La ciudad brillaba abajo, con miles de luces encendidas como pequeñas hogueras. Sacó el celular para poner música, algo que la acompañara mientras intentaba relajarse.
No eligió nada en particular; simplemente apretó “reproducir”. Y entonces sonó la guitarra suave, esa introducción que conocía demasiado bien.
Lucía se congeló.
"Tú tienes la llave de mi corazón…"
El vino se le quedó a mitad de camino, la respiración se le detuvo.
Era la canción. La misma que había sonado aquella noche en la ruta, cuando Martín la subió en el camión y tarareó los versos como si fueran un secreto compartido.
Sus ojos se nublaron al instante. Se dejó caer en una de las sillas de la terraza, con la copa temblando en su mano.
"…y yo el sentimiento de amarte hasta el final…"
Cerró los ojos y lo vio: Martín al volante, serio pero con una sonrisa escondida en los labios. Su voz desafinada intentando seguir la letra. Y esa frase que le había dicho, con tanta timidez: “Si la escuchás en algún lugar, pensá en mí.”
Las lágrimas le rodaron por las mejillas, silenciosas, inevitables.
—Estúpido… —susurró entre sollozos—. ¿Cómo querés que no piense en vos si esta canción me arranca la piel?
La música seguía, y cada verso era como un hilo que tiraba de su corazón. Sentía la distancia, la ausencia, y al mismo tiempo esa presencia invisible que nunca la dejaba del todo.
Apoyó la copa en la mesa y se cubrió el rostro con las manos. La canción terminó, pero el eco quedó vibrando en su pecho.
Cuando logró calmarse un poco, encendió un cigarrillo —aunque sabía que no debía— y miró las luces de la ciudad con un vacío en el pecho.
—Si la estás escuchando ahora, Martín… —murmuró al aire—, ojalá sepas que todavía tenés mi llave.
Y ahí, en esa terraza solitaria, Lucía comprendió que aunque intentara seguir adelante, había cosas que ninguna distancia, ningún silencio y ninguna decisión podían borrar.
La ruta estaba desierta. Eran las tres de la mañana y la única compañía de Martín era el zumbido constante del motor y el brillo intermitente de las luces largas reflejándose en los carteles verdes. El cansancio le pesaba en los párpados, pero no quería detenerse. Había algo en la soledad de la noche que lo mantenía despierto, como si estuviera huyendo de sus propios pensamientos.
Giró el dial de la radio buscando algo de compañía. Primero solo encontró estática, después un locutor somnoliento hablando de política, y finalmente… la guitarra inconfundible.
La reconoció al instante.
"Tú tienes la llave de mi corazón…"
Martín sintió que algo dentro suyo se quebraba. Subió el volumen apenas, lo suficiente para que la letra llenara la cabina.
—La puta madre… —susurró, apretando el volante con fuerza.
Era la canción de Lucía. O al menos, la que él había decidido que era para ella. La que nunca le había confesado directamente, pero que siempre llevaba en la cabeza cuando estaba con ella.
"…y yo el sentimiento de amarte hasta el final…"
Cerró los ojos apenas un segundo, recordando su risa dentro de la cabina, el olor de su perfume mezclado con el aroma del café, su voz diciendo bajito: “Prometo pensar en vos cada vez que escuche nuestra canción”.
Martín tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta.
—Lucía… —murmuró en voz baja, como si pudiera invocarla.
La música siguió, cada palabra clavándose en él como un puñal.
"Aunque se apagaran todas las estrellas, yo voy a cuidarte en la oscuridad…"
La imagen de ella volvió con una fuerza brutal: Lucía con harina en la mejilla, peleando con él porque manejaba muy rápido, o mirándolo en silencio con esos ojos que decían más que cualquier palabra.
Quiso convencerse de que había hecho lo correcto al dejarla. Tomás lo necesitaba, su familia también. Había demasiadas voces alrededor repitiéndole que Lucía no era para él. Y sin embargo, esa canción demostraba que, en el fondo, lo único que quería era estar con ella.
Apoyó la cabeza en el respaldo, dejando que la voz del cantante llenara la cabina. Sintió que el pecho se le oprimía.
—Si escucharas esto ahora, Lu… sabrías que todavía te amo.
Cuando la canción terminó, el silencio le resultó insoportable. Bajó el volumen de la radio y golpeó el volante con la palma abierta, frustrado.
—¿Por qué carajo todo me la recuerda?
Pero lo sabía. Porque Lucía se había convertido en parte de él. Y no importaba cuántos kilómetros manejara, ni cuántas noches pasara en la ruta: en algún lugar de su corazón, ella todavía tenía la llave.