Un amor fuera de ruta

12-La decisión que lo rompió todo

Era una tarde gris, de esas en las que el cielo parecía colgar demasiado bajo sobre la ciudad. Lucía había salido temprano del restaurante para poder pasar unas horas con Martín. Lo esperaba en su departamento, con una cena sencilla y una copa de vino ya servida.

Él llegó más tarde de lo habitual, con el rostro serio, cansado. Al verlo, Lucía sintió que algo no estaba bien.

—Hola —lo saludó con una sonrisa tímida, intentando romper la tensión—. Pensé que cenaríamos tranquilos hoy.

Martín dejó las llaves sobre la mesa y se frotó la cara con ambas manos.
—Tenemos que hablar, Lu.

Ella se quedó quieta. Ese tono no presagiaba nada bueno.

—Dime —respondió, sentándose en el sillón.

Martín no se sentó enseguida. Caminó de un lado a otro, como si buscara las palabras correctas. Finalmente, se dejó caer frente a ella, con los codos apoyados en las rodillas.

—No sé cómo decirte esto… pero creo que lo nuestro… no puede seguir.

Lucía lo miró, incrédula, con el corazón encogiéndosele en el pecho.
—¿Qué? No… no entiendo. ¿Qué pasó, Martín?

Él levantó la vista, los ojos brillosos.
—Mi hijo. Tomás… está confundido, está enojado. Y la gente… todos opinan, todos juzgan. Dicen que soy un irresponsable, que debería pensar solo en él, en darle una familia, en volver con su madre.

Lucía lo interrumpió, la voz temblorosa:
—¿Y tú qué piensas? ¿Qué sientes?

Martín cerró los ojos un instante, respirando hondo.
—Siento que te amo. Que contigo encontré algo que jamás pensé que tendría. Pero también siento que no puedo arrastrarte a esta vida, a estas discusiones, a la mirada de los demás. Y no puedo fallarle a mi hijo.

El silencio se instaló como un golpe seco. Lucía parpadeó rápido, tratando de contener las lágrimas.
—¿Entonces… me dejas porque amas más lo que esperan de ti que lo que sientes por mí?

—No es eso, Lu… —dijo él, con voz quebrada—. Te dejo porque justamente te amo. Porque no quiero que sufras más por mi mundo, por mis problemas.

Ella se levantó de golpe, caminando hacia la ventana. No quería que él la viera llorar.
—Eres un cobarde… Un maldito cobarde.

Él se levantó también, acercándose con la intención de abrazarla, pero se detuvo a medio camino. Sabía que si la tocaba, se derrumbaría.

—Tal vez lo sea —admitió—. Pero prefiero ser cobarde antes que arruinarte la vida.

Lucía se giró, con el rostro enrojecido por la rabia y la tristeza.
—No sabes lo que dices. Mi vida eres tú.

Martín bajó la mirada. Caminó hasta la puerta, tomó las llaves, y sin mirar atrás, dijo en un susurro:
—Ojalá algún día me entiendas.

La puerta se cerró de un golpe seco.

Lucía se dejó caer en el suelo, abrazándose las rodillas, con un grito ahogado que quedó atrapado en el silencio del departamento. Y supo, en ese instante, que nada volvería a ser igual.

Martín bajó las escaleras con pasos torpes, como si cada peldaño pesara toneladas. Cuando llegó a la calle, el aire frío de la noche le golpeó el rostro, pero no logró despejarle la cabeza. Sentía que le habían arrancado algo del pecho y que el vacío lo estaba consumiendo.

Se subió al camión. El asiento de al lado estaba vacío, pero aún podía oler el perfume de Lucía impregnado en la tela de la última vez que lo había acompañado. Eso le quemó por dentro.

Golpeó el volante con ambas manos, furioso consigo mismo.
—¡Carajo! —gritó con rabia, y el eco se perdió en la oscuridad.

Arrancó el motor, aunque no tenía rumbo. La ruta era su único refugio, el único lugar donde podía perderse y no pensar, aunque sabía que era imposible no pensar en ella.

Condujo varios kilómetros, sin música, sin radio, solo con el rugido del motor. Cada tanto, se llevaba una mano a la frente, como si quisiera detener el torbellino en su cabeza.

La miraste a los ojos y le dijiste que no… cuando en realidad todo tu cuerpo gritaba que sí.

La imagen de Lucía llorando en el departamento lo perseguía. Su voz quebrada repitiéndole “mi vida eres tú” le taladraba el corazón.

Martín apretó los dientes.
—Perdóname, Lu… pero no puedo, no puedo arrastrarte a esto…

Se detuvo en una estación de servicio a mitad de la ruta. Compró un café, pero no lo bebió. Se quedó sentado dentro del camión, mirando el vapor escapar del vaso como si en él pudiera leer una respuesta.

Pensó en Tomás, en su hijo, en las noches en que lo escuchaba preguntar por qué no estaban todos juntos. Recordó las veces que la familia le había echado en cara su relación con Lucía, las miradas de reproche, las palabras envenenadas: “piensa en tu hijo, no en tus caprichos”.

Cerró los ojos, y las lágrimas que había contenido frente a ella al fin se derramaron. Golpeó otra vez el volante, pero ahora con menos fuerza, como quien se rinde.

—Si supieras cuánto te necesito… —susurró al vacío de la cabina.

Encendió la radio, y justo sonó una canción de Abel Pintos. No pudo soportarlo. La apagó al instante, como si el dolor de escucharla fuera insoportable.

La ruta se extendía delante de él, infinita, oscura. Y entendió que desde esa noche, sería su única compañía. Porque aunque siguiera conduciendo kilómetros y kilómetros, nunca podría dejar atrás lo que acababa de perder.

El departamento estaba en silencio. Demasiado silencio.
Lucía se despertó en el suelo, todavía abrazada a sus rodillas. La luz gris del amanecer se filtraba por la ventana, y la mesa con la cena intacta parecía burlarse de ella.

Se levantó con dificultad y fue directa a la cocina. Se ató el cabello, encendió la hornalla y puso una olla con agua, como si con ese gesto pudiera recuperar la rutina. Cocinar siempre había sido su refugio, el lugar donde podía poner en orden lo que la vida desarmaba.

Cortó cebollas, pimientos, ajo. El cuchillo golpeaba la tabla con un ritmo rápido, casi frenético. A mitad de camino, las lágrimas comenzaron a caer, confundidas con el vapor de la sartén.



#2391 en Novela romántica
#695 en Novela contemporánea

En el texto hay: amor, cocina, rutas

Editado: 29.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.