Un amor fuera de ruta

13-El empujón de Valeria

Los días después de la ruptura fueron un desierto para Lucía. La cocina había perdido sabor, las noches eran demasiado largas y cada rincón parecía recordarle a Martín.

Pero ahí estaba Valeria.

No se limitaba a escucharla: la empujaba, la sacaba de la cama cuando todo lo que quería era quedarse abrazada a las sábanas y al vacío.

—Vamos, Lu. No te vas a pudrir en este sillón. Tenés que volver a la cocina, que es lo que te salva —le decía, jalándola de la mano.

Cuando veía que la tristeza la ganaba, Valeria le aparecía con planes inesperados: una caminata por la costanera, una tarde de cine, o simplemente un vino con risas improvisadas.

Un día, incluso se presentó en el restaurante de Lucía con flores frescas y una nota: “El mundo necesita probar tus sabores, aunque vos todavía no sepas cómo volver a darlos”.

—Val… —susurró Lucía con lágrimas en los ojos—. No sé qué haría sin vos.

—Lo mismo que siempre hiciste: seguir —respondió ella, firme pero con dulzura—. Solo que ahora no vas a hacerlo sola.

Y cumplió su promesa.

No todas las batallas se pelean en soledad. Y gracias a Valeria, Lucía entendió que aunque su corazón llevara cicatrices, su vida todavía estaba llena de caminos por recorrer.

Pasaron varios días. Lucía se refugiaba en la cocina, cumpliendo con el restaurante y llenando su departamento de aromas a pan recién horneado, guisos y dulces que nunca llegaba a probar. Cocinaba para no pensar, para no recordar.

Pero Valeria, su amiga de toda la vida, no estaba dispuesta a dejarla hundirse en esa rutina solitaria. Una tarde, llegó sin avisar, con una sonrisa pícara y un brillo de determinación en los ojos.

—Andá a cambiarte —dijo apenas entró.

Lucía arqueó una ceja.
—¿Cómo que “andá a cambiarte”?

—Exacto lo que escuchaste. Tenés cinco minutos. Vamos a salir.

Lucía se cruzó de brazos.
—No estoy de humor, Vale.

Valeria suspiró y la tomó de los hombros.
—Justamente por eso. Llevás días encerrada acá, oliendo a cebolla y a pan. Te quiero mucho, pero estás apagada. Necesitás aire, gente, música… vida.

—No sé si puedo… —murmuró Lucía, bajando la mirada.

—Claro que podés. Y si no querés hacerlo por vos, hacelo por mí. No voy a permitir que te hundas.

Lucía rodó los ojos, pero la conocía demasiado: cuando Valeria se proponía algo, no había manera de detenerla.

—¿A dónde vamos? —preguntó resignada.

Valeria sonrió victoriosa.
—Sorpresa.

Esa noche, Lucía se vio en el espejo después de mucho tiempo arreglándose para salir. Un vestido sencillo, un poco de maquillaje, el cabello suelto. Se sintió extraña, como si estuviera vistiéndose para alguien que ya no estaba.

—Estás hermosa —dijo Valeria al verla—. Y no lo digo para levantarte el ánimo, es la verdad.

Llegaron a un bar con música en vivo. El ambiente estaba lleno de risas, conversaciones y un grupo tocando canciones alegres en un rincón. Lucía se sintió incómoda al principio, como si no perteneciera ahí. Pero poco a poco, entre la insistencia de su amiga y el ambiente cálido, empezó a relajarse.

Pidieron tragos, compartieron una picada y hasta se animaron a bailar.

En un momento, Valeria la miró con ternura.
—¿Ves? No se acabó el mundo. Todavía hay cosas lindas ahí afuera.

Lucía sonrió con timidez, sosteniendo el vaso entre sus manos.
—Se siente raro… como si estuviera traicionando lo que siento.

—No es traición, Lu. Es vida. Y vos tenés derecho a seguir viviendo, aunque duela.

La música subió de volumen, la gente aplaudía y bailaba. Lucía se dejó llevar un poco, sintiendo que, aunque el vacío en su pecho seguía ahí, por unas horas podía respirarse distinto.

Esa noche, al volver a su departamento, se recostó en la cama con una mezcla de cansancio y alivio. El dolor no había desaparecido, pero algo en ella había cambiado: por primera vez desde la ruptura, había logrado sonreír.

Y aunque sabía que el recuerdo de Martín la acompañaría siempre, entendió que tal vez, solo tal vez, había un camino para seguir adelante.



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En el texto hay: amor, cocina, rutas

Editado: 29.09.2025

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