Mónica
Después de mi confesión de amor, Adam quedó mudo y no precisamente porque se le dio la gana, sino porque fuimos obligados a someternos a un silencio perpetuo, cuando la parte trasera de una de las armas de los secuestradores aterrizo contra su cabeza dándole un golpe tremendo que lo ha tenido inconsciente en todo el largo trayecto. Pero… El muy cretino no salió ileso por su ataque, reaccione y con todas mis fuerzas enterré mis uñas en su antebrazo que creo que le arranque un pedazo de piel.
La camioneta se adentra en la oscuridad y el aire gélido anuncia que hemos llegado a nuestro destino, el hombre desmayado viene acurrucado con la cabeza muy cómoda sobre mi pecho mientras yo, a cada nada, acerco mi nariz a la suya por mi necesidad de confirmar que está vivo.
—Llegamos hermosa y felina hada. Llama a tu novio que no vamos a cargar a nadie. —avisa uno de los encapuchados abriendo la puerta trasera del vehículo.
—Adam, despierta, llegamos —hablo bajito con mi rostro a centímetros del suyo. No reacciona enseguida, por lo que le insisto una y otra vez.
Sus ojos van abriéndose lentamente, me mira extraño y sus labios dibujan una sonrisa que me reconforta.
—Eres un ángel muy bonito —dice muy suavecito sin dejar de sonreírme.
—Ju… Lo de ángel lo dudo mucho, casi le arranca el brazo a mi compañero, más bien diaria que es una tigra. —comenta serio el hombre grande y corpulento que nos espera— Salgan que no tenemos toda la noche —Nos ordena e intenta arrastrar a Adam, quien aún está adormilado por el golpe que recibió.
—¡Ni se te ocurra tocarlo porque te saco los ojos! Yo lo ayudo a bajar y te recomiendo, tengas paciencia porque por culpa del otro maniático que casi lo mata no tiene fuerzas, por eso saldremos de aquí con calma —hablo acelerada, advirtiendo que saldrá herido también si intenta sobrepasarse.
—Estas de suerte porque mi madre nos enseñó a ser caballeros con las damas, anda rápido adentro con ese que no los voy a esperar para siempre. —habla con sarcasmo.
—Que bella tu madre, lástima que la pobre tenga unos hijos delincuentes. —refunfuño entre dientes haciendo un esfuerzo por salir del auto con quien me abraza y me sonríe como si estuviera en un sueño. Salgo con él, a lo que pensé, sería tierra firme, pero…
Nuestros pies se hunden en la gran capa de nieve que nos espera abajo. Miro a mi alrededor y no hay rastro de algo más, sino una cabaña solitaria que se perfila ante nosotros, y los secuestradores nos conducen hacia su interior.
Los hombres con cara de payaso nos amarran a sillas cerca de una mesa desgastada. La cabaña parece sacada de una película de comedia negra, pero la amenaza es muy real.
— Bienvenidos a su nuevo hogar por un tiempo. No intenten escapar, o las cosas se pondrán feas. —amenaza con una risa horrible el tipo a quien por poco le saco el alma por su brazo. Con esas palabras, se retiran, dejándonos solos en la penumbra.
Solo los destellos de la luz de la luna que se filtra por una pequeña ventana nos iluminan un poquito.
—Adam ¿estás bien? Despierta por favor, esto me da un poco de miedo —lo llamo lo más bajito que puedo, por evitar que si nos escuchan hablando, entren y lo golpeen de nuevo.
—Me duele un poco la cabeza —comenta con voz cansada.
—Ya pasará, estoy contigo. —trato de darle calma.
Como puedo ruedo mi silla hasta que queda pegadita a la suya, estamos de espalda, pero no es impedimento para mí aprovechar cada segundo para sentirlo cerca, por lo que una de mis manos, con dificultad por el nudo, va tanteando hasta encontrar sus manos, mis dedos fríos rozan los suyos y como si necesitara de un poco de calor humano, se desespera por entrelazar nuestros dedos.
—No sé quién esas ni como terminaste metida en este lío, pero, de verdad, es bueno sentirte cerca. —expresa sin que sus manos dejen de atesorar las mías.
—Ya te dije quién soy, antes de que golpearan te había dicho que…
—Lo recuerdo, pero no creo que eso sea del todo cierto, ¿eres un fan o algo así?
—No, créeme que estoy muy lejos de ser solo eso, tú para mí significas demasiado. —confirmo los sentimientos que tengo más que claros.
—Tenemos que buscar la forma de salir de aquí. —dice de repente como si quisiera evadir mi conversación.
Algo dentro de mi pecho se acongoja un poco y cruje un poquito.
—Sí, saldremos, claro que lo haremos. —respondo divisando la pequeña ventana que tiene uno de los cristales rotos por donde entra con libertad la brisa inmensamente fría que amenaza con congelarnos vivos.
Editado: 01.01.2024