En un pequeño pueblo de España, rodeado de montañas, árboles de todas las variedades, amplios pastos, con grandes campos de viñas y aislado de las grandes ciudades. Dónde las oportunidades de trabajo eran escasas, vivían Manuel y Esperanza, dos niños que se habían criado juntos en un pueblo con poco más de quinientos habitantes. Manuel era el tercer hijo de un matrimonio humilde, su padre se dedicaba a trabajar en el campo y Esperanza quinta hija de un matrimonio dedicado al cultivo de la uva, con un padre exigente con disciplina en el hogar. Los dos iniciaron una relación en las fiestas del pueblo en el año mil novecientos cincuenta y cuatro con tan solo catorce años de edad él y trece ella, no hicieron falta palabras entre ellos para sentir que eran el uno para el otro.
En un pueblo donde todos se conocían, mientras eran niños, la gente no les prestaba mucha atención, pues solo compartían juegos y paseos por el campo. Pero con el paso de los años las personas del pueblo comenzaron a murmurar, llegando a oídos del padre de Esperanza, que su hija estaba de novia, este muy disgustado le prohibió que volviera a ver a Manuel.
Siempre quedaban en un algarrobo de más de cien años, donde se dieron el primer beso siendo niños, un beso inocente que recórdarian toda su vida, pero llegó un día que Esperanza no apareció. Manuel, preocupado por qué su amor no había llegado, decidió dirigirse hacia la casa de su amor. Cuando llamó a la puerta, el padre de Esperanza abrió la puerta y le preguntó, ¿qué haces aquí?, con una mirada desafiante. Manuel intímidado por el padre consiguió preguntar, ¿está Esperanza?, el padre de su amor se quedó pensando unos segundos la respuesta, después le respondió. A ver Manuel, te conozco desde que diste los primeros pasos de niño, quiero que entiendas lo que te voy a decir por qué no pienso repetirlo dos veces, mi hija no se va a haber más contigo, no eres suficiente para ella, si la quieres de verdad, lo mejor es que te alejes de ella.
Manuel, que recién había cumplido los veinte años, se quedó sin responder por educación y respeto al padre de su amada, se dio la vuelta y se marchó a su casa.
Cuando llegó a su casa, su madre se percató que algo le pasaba a su hijo, por lo que le preguntó ¿estás bien, hijo?, él solo la miró y se dirigió a su habitación. En su cama acostado se quedó pensando en las palabras que el padre de Esperanza le había dicho, llegó a la conclusión que tenía que marcharse del pueblo para probar suerte en Madrid. Así que preparó una bolsa con un pantalón y una camisa, después escondió esta bolsa bajó de su cama. Desde niños él y su amor se comunicaban con una carta envuelta en una piedra que él lanzaba a la habitación de su amada Esperanza.
Escribió su carta de despedida y se dirigió a la casa de su amada, aprovechando la oscuridad de la noche y el silencio de las calles esperó escondido a que su amada llegará a su habitación, como si ella supiera que su amor estaba fuera. Esperanza abrió la ventana de su habitación, en ese momento Manuel aprovechó para lanzarle la carta, ella al verlo le saltaron dos lágrimas que corrían por sus mejillas, él sin quitarle la mirada espero que le confirmara que tenía la carta en su poder. Ella con una cómplice sonrisa le confirmó que la tenía en su poder. Pero, sin poder evitar que las lágrimas cayeran por su rostro por la tristeza que sentía al saber que no podría acercarse más a él, esta carta decía.
Querida Esperanza;
Sabes que eres lo que más amo en mi vida, nos han prohibido vernos y yo no puedo vivir sin ti, me voy a marchar esta madrugada a Madrid a probar suerte, Solo te pido que me esperes, te prometo que volveré a buscarte. Siempre tuyo quien te ama con todo su corazón y su vida.
Ella, después de leer la carta, llorando desde su ventana se despidió de Manuel.
Manuel regresó a su casa y su madre que tenía un sexto sentido, lo estaba esperando en el comedor, con la chimenea encendida. Nada más lo vio le dijo, hijo mío siéntate a mi lado, tenemos que hablar, él con la mirada triste se sentó al lado de su madre. Ella con los ojos rojos de haber estado llorando le dijo, sé que tienes pensado marcharte, he visto que has preparado una bolsa con una muda ¿quiero saber donde te vas?. Manuel le dijo, Madre tengo que marcharme, en el pueblo no hay futuro y tengo que conseguir poder ofrecerle un futuro a Esperanza. De lo contrario, su padre nunca permitirá que estemos juntos, su madre llorando le dijo entiendo tu propósito, pero deberías habérmelo dicho. Manuel con lágrimas en sus ojos le respondió, lo siento mucho Madre, pero ya lo tengo decidido me voy a Madrid. Su madre se levantó de la silla y se dirigió a la alacena donde guardaba algo de queso, pan, chorizo y jamón, se lo envolvió con papel y le dijo, toma hijo por lo menos que tengas para comer unos días. Debes de marcharte antes que tu padre se levante para ir a trabajar. Manuel se lanzó a los brazos de su madre y llorando le prometió que en unos años regresaría al pueblo.
A las cuatro de la madrugada. Manuel abandonaba su hogar, con unas pesetas en el bolsillo, algo de comida y la poca ropa que había preparado para ir ligero de carga. El pueblo estaba a cuatrocientos kilómetros de Madrid, por lo que nada más salir del pueblo comenzó a hacer autostop. Tardaría dos días en llegar a la Capital, sin comida, con la ropa sucia, los zapatos deteriorados y apenas dinero, por lo que su primera noche la tuvo que pasar al raso en un parque.
No dejaba de pensar en su amada y que tenía que conseguir regresar al pueblo siendo un hombre de éxito.
Los primeros nueve meses estuvo viviendo en la calle, comiendo de las sobras que encontraba en la basura e intentando conseguir trabajo, sin mucho éxito.
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Editado: 10.12.2024