Un amor para el presidente

Capitulo 4

No fue la luz del sol la que la despertó, sino el olor de las rebanadas de pan tostado, tocino y huevo, que estaba preparando su compañera de apartamento y que se filtraba por la rendija de la puerta de la habitación. 

Paula suspiró y se acurrucó junto a su hija, eran las siete de la mañana y en cualquier momento sonaría el despertador.

 Tenía bastante tiempo para vestirse, arreglarse y coger el metro para llegar al jardín de infantes a dejar a Sophie y dirigirse a su entrevista de trabajo. La joven madre observó a su pequeña de tres años, quien dormía junto a su madre y como siempre atravesada.

A su edad Sophie era una niña muy feliz, iba a una de las mejores escuelas del humilde barrio donde vivían. Paula se levantó con cuidado y se fue al baño para lavarse la cara.

Al mirarse al espejo, se sonrío a sí misma.

«Pasé por el infierno y resurgí como el ave fénix»

—Tu progreso ha sido maravilloso, Paula. No eres ni la sombra de la mujer destruida que llegó a mi consulta hacía cuatro años — le hubiera dicho con amor su psicóloga, la doctora D' Gal.

Y así era. Ese día, después de haberle confesado a su marido que estaba embarazada, salió corriendo a refugiarse en el apartamento de sus padres.

Luego de semanas, ahogada en el dolor, una mañana se levantó y vio sangre en su ropa interior... mucha sangre. Desesperada llamó a emergencias y cuando los paramédicos llegaron, la sangre le corría por las piernas sin parar.

—Mi bebé, por favor salven a mi bebé — les había gritado a los de servicio de salud. Llegó en estado grave al hospital y su bebé no está a recibiendo oxígeno.

Los médicos milagrosamente pudieron estabilizarla, aunque su bebé dentro seguía en peligro.

— Me gustaría saber, ¿por qué se ha matado de hambre? — la cuestionó el médico en aquel entonces.

— ¿Cómo? — preguntó sin entender.

— Señora Falcone...

— Bichini, estoy divorciada ya — le corrigió.

— Me gustaría saber la razón por la que quiere acabar con su vida y la de su bebé al no alimentarse.

Ella sintió como si le clavaran una daga en el alma.

— Yo no pretendo hacer eso— aclaró.

— Su bebé estuvo a punto de morir esta noche— el doctor la miró y Paula inmediatamente llevo sus temblorosas manos a su vientre.

— Sea lo que sea que esté viviendo, no deje que eso también destruya al pequeño ser que lleva en su vientre.

El día que estuvo a punto de perder a Sophie en el vientre, fue un antes y un después para ella.

La traición de Adriano la había consumido a niveles impensables, marchitando a la mujer que era.

Paula se tocó el rostro, recordando aquellos días oscuros, nada parecidos a su vida de ahora.

Había salido adelante sola junto a su pequeña, después que sus padres la hubieran echado de sus vidas, por cederle todo el dinero que le correspondía como esposa a su antiguo marido, para acelerar el divorcio.

El mismo año que Sophie nació, Paula ingresó a la universidad para estudiar licenciatura en educación especial. Graduándose en tres años.

Trabajó en distintos lugares, día y noche con su pequeña a cuestas siempre. Sacrificada hasta más no poder, pero salió adelante y triunfó.

Volvió a sonreír y a ser feliz, lejos de todos los que la dañaron. Paula con sus ahorros compró un pequeño apartamento, el cual era propio y lo compartía con su amiga Irina, otra joven sobreviviente de violencia doméstica.

Nada le faltaba a su pequeña hija, ni a ella. Y todo lo había logrado sola.

— Paula, el desayuno está listo — le avisó Irina. 

— En un momento voy — dijo la joven, regresando a la habitación para despertar a su pequeña durmiente.

Después de varios mimos y abrazos, Sophie abrió sus ojitos marrones y miró con amor a su mamita.

Sophie era una niña hermosa, de cabello marrón claro y ojos del mismo color. Idéntica a su abuela, Louis.

—Gracias a Dios no se parece en nada al cucaracho ese — exclama siempre su mejor amiga, Delia.

Y era cierto, la niña de su padre solo tenía la sangre, en lo demás era idéntica a su abuela.

—¡Pongo!

Se oyó un estrépito de cacharros en la cocina, seguido de un grito angustiado.

Paula, con Sophie en brazos, se levantó, se puso una bata y fue descalza a la cocina.

Irina, su compañera, estaba de pie, mirando los vidrios rotos de la jarra de leche que estaban por el suelo, mientras un pequeño Chihuahua, color marrón, permanecía en una esquina luciendo culpable y tembloroso.

—Bueno —dijo—. Al menos, esto ha servido para que te levantaras.

— ¿Todo esto lo ha hecho, Pongo? — quiso saber mirando al perrito travieso de su hija.

— Así es, no sé cómo lo hace para ser tan chiquito y tan desmadroso.

—Pongo, estás en problemas — dijo Sophie apuntándolo con el dedito.

—Voy a limpiar este desastre.

Irina la detuvo.

— No, usted se va a desayunar, luego a bañar y se irá a llevar a su hija a la escuela y luego a su entrevista de trabajo— dijo su amiga buscando el recogedor de basura.

Después de un rico desayuno, Paula metió Pongo en su pequeña jaula y se fue a bañar junto a Sophie.

A la pequeña le gustaba su escuela y no lloraba nada cuando la dejaban con sus maestras.

Pese a ser bastante apegada a su mamá, Sophie en la escuela era muy independiente y le encanta jugar.

Llegaron al jardín de infantes faltando veinte minutos para la siete. Sophie le pidió un besito a su mami y luego de un abrazo, se fue hacia la entrada donde ya la esperaba su maestra en la fila junto a los demás niños.

Paula siempre sentía nostalgia por dejarla, pero Sophie parecía muy feliz allí.

 

— ¿Y ha venido aquí porque quiere que le dé trabajo?

La mujer que observaba a Paula tras su escritorio, la directora de educación del distrito, no parecía muy convencida.




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